“Los padres no somos los actores. Es decisión de ellos”: relato de una madre de cómo su hijo de 4 años le pidió “ser niña”
Esta historia aparece en medio de las discusiones finales de la ley de identidad de género, donde se evalúa si incorporar o no a menores de 18 años en el cambio de sexo registral y otras consideraciones.
-¿Cuándo me vas a llevar a ese lugar donde te transforman en mujer?
-¿Dónde es eso?
-La peluquería.
-¿Y por qué quieres ir?
-Porque quiero ser niña.
Así comienza el relato de Karin Husch donde cuenta cómo fue el momento en que su hija trans -hoy llamada Lisa- le pidió que quería “ser niña”, cuando tenía tan solo cuatro años. Esto en medio de las discusiones finales de la ley de identidad de género, donde se evalúa si incorporar o no a menores de 18 años en el cambio de sexo registral y otras consideraciones.
“Esa conversación no me la voy a olvidar más. Fue un día en que nos fuimos a acostar y me planteó esto. Tenía 4 años. Al día siguiente me hice la loca y tampoco me dijo nada, pero le pinté las uñas. A los cuatro días le compré un vestido de princesa y a las pocas semanas fuimos al mall y me dijo que quería probarse un vestido. Todos se dieron vuelta a mirarla, ella estaba con su pelito corto. ‘Te ves precioso’, le dije. ‘Preciosa’, me respondió”, cuenta Husch en una columna en la plataforma Base Pública.
Y así continúa:
“Fue por esos días que empecé a aprender sobre la identidad. Con Lisa conocí que la identidad no es inamovible. No es única ni es una sola. No porque nazcas de una forma, tienes que ser así. Y no es sólo en tema de género. Corre para todo. Estigmatizamos por todo: por el color de pelo, donde vives, eso también es lo que nos define.
En la adolescencia me plantee un par de veces temas sobre mi identidad, pero fue con la Lisa que vino el real planteamiento de decir por qué tenemos que ser lo que se nos dice que tenemos que ser y hacer. Con ella vino la apertura, el verdadero conocimiento. Como mamá, fue con Lisa que me pregunté quién soy y qué quiero ser a partir de ahora. Con ella crecí y cambié. Más que mi identidad, cambió mi aceptación hacia quién era: dejar de perseguir lo que se decía que tenía que ser, concentrarme más conmigo misma.
Lo que más me enorgulleció de ella, fue un día que fuimos a un cumpleaños y saludó a un primo de mi marido que venía de España, le dijo: “hola, soy Vicente y quiero ser mujer”. Fue tan resuelta y tan natural que ella iba por el mundo diciendo lo que había resuelto. Y qué valiente.
Ahí también me di cuenta que como padres en tema de identidad estamos en segundo plano. Tenemos que estar ahí apoyando y observando. Como mamá sé que es bueno comer verduras, hacer deporte, pero en temas de identidad no creo que sepamos más que nuestros hijos sobre quiénes son ellos. No lo creo. Nosotros podemos opinar desde nuestra vivencia, decir lo que pensamos, pero no somos nosotros los actores. Es una decisión propia de ellos.
Por eso me cuesta entender cuando plantean que la decisión de cambio de nombre tiene que ser una decisión donde los padres tienen que opinar. Me llama la atención esa insistencia de involucrarnos. Claro, no todos están de acuerdo como papás, tampoco es fácil, pero toda persona tiene derecho a tener una definición sobre quién es, aunque sea un niño.
Creo que al no incluirlos en la ley, más allá de las cosas obvias, les haces un daño en el proceso de identificación. No es solo un nombre. No nombrarlo con el nombre que se identifica es decirle no te veo, no te respeto, no me importas.
Al decirle que no existe, es un proceso de desarrollo donde construyes un ser humano que posiblemente tenga autoestima baja, fobias sociales, dependencias emocionales y es difícil crecer y volverse un adulto así.
¿Se dan cuenta que no es sólo un nombre? Incluso, creo, que quizás no sería necesario cambiar un nombre en el carnet si socialmente se aceptara un nombre social. Pero pasa que dicen: “mi nombre social es tanto” y la gente no te entiende. Y por eso, como la gente es cuadrada, hay que normarlo en la ley.
De todas maneras se ha avanzado mucho en estos últimos cinco años. Salvo en una oportunidad, cada vez que la inscribimos en algo o decimos su nombre social ha sido con buena aceptación.
En mi caso en todo el proceso fui menos temerosa que el papá, siempre apoyándola con todo, hasta hace unos meses que en una piscina unas niñas cuchicheaban y ella se sintió mal. La abracé. Después de cinco años de vivir todo este proceso, de conocer sobre la identidad de mi hija y de conocerme, sentí miedo. Está a merced de la discriminación y yo no siempre voy a poder protegerla.
El tema va más allá de la ley. Es un tema de la sociedad chilena, de definiciones y, paradójicamente, de identidad: de qué queremos y cómo nos vemos”.