Afganos relatan cómo fue la primera semana del gobierno talibán desde Kabul y Ghozni
Niños duermen en maletas afuera del aeropuerto, miedo por venganza contra los ex funcionarios del gobierno, ejecuciones y detenciones en las calles, son algunos episodios desconocidos que se viven en el país asiático.
“El comandante Hashimi anunció el viernes la venganza contra los Kafir (infieles)”, advierten en la familia Sharif desde Kabul, contradiciendo la declaración del portavoz de los talibanes Zabihullah Mujahid que afirmó días antes que “nadie sería molestado en su casa y que no se repetirá la guerra”. La amenaza recae contra los colaboradores de las tropas extranjeras, etnias consideradas herejes y funcionarios del gobierno del derrocado presidente Ashraf Ghani.
Como periodista tuve la ocasión de trabajar en 2008 y en 2011 en Kabul y Mazar-e Sharif. En la segunda ocasión que cubrí la guerra desde las calles de Afganistán, el temor se presentaba de noche y madrugada, ya que pese al toque de queda, se producían intermitentes ataques talibanes, autobombas y secuestros. Sin embargo, circulaban mujeres vistiendo jeans, se oía rap y Juan Luis Guerra, había cajeros automáticos, jóvenes mujeres con un casual velo en su cabeza o descubiertas. Todo eso junto a trincheras callejeras, checkpoints y un fuerte control militar cada cuatro o cinco cuadras. Ese paisaje cambió de golpe.
Bajo anonimato por seguridad, tres civiles afganos que me ayudaron en mis días en Afganistán, y que trabajaron con los gobiernos democráticos, relatan la violencia que han visto regresar a las calles y señalan que ya se observa abusos, venganza y terror. El pasado viernes 19 se vivió el segundo día religioso musulmán en medio del caos y el pavor por las calles de la capital, donde las mezquitas se abarrotaron de talibanes armados con fusiles orando en medio de los fieles habituales. En los hoteles la seguridad cambió. Los talibanes desarmaron a los guardias privados y los reemplazaron por combatientes. Los comerciantes ambulantes se fueron, y se sienten ráfagas de metralletas, gritos, sirenas, humo y carros artillados donados por EE.UU. por doquier. Testigos relatan detenciones de ex funcionarios del gobierno y ejecuciones en la calle colindante al Mercado Dayaaj de la capital. Cuentan que hay muyahidines con lanzacohetes y armamento del mundo desarrollado por las avenidas principales de Ghazni y Kabul. Se dice que en cuanto se vaya la prensa internacional y se entregue el aeropuerto de la capital comenzará la verdadera venganza talibana.
En Kabul y Mazar-i Sharif relatan que con disparos de fusil se ataca a manifestantes que marchan con la bandera afgana tradicional de 1928 —rojo, verde y negro con la mezquita sagrada de Mahoma y dos banderas—, que representa la República. Esta fue reemplazada por un paño blanco con la frase árabe o shahada “No hay más Dios que Allah y Mahoma es su profeta”. El mayor caos está en el aeropuerto de Kabul, aún controlado por unos pocos soldados alemanes estadounidenses, británicos y turcos: hordas claman por entrar a un anillo de seguridad talibán, niños pasan el frío de la noche en maletas mientras las familias acampan en las afueras. Esperan ser sacados en algún vuelo militar, porque no hay vuelos comerciales ni aviones exclusivos para sacar afganos del país. Para llegar la gente abandona sus autos y caminan hasta 5 horas con bolsos. Ante el éxodo, relatan desde Ghozni, se han encontrado que, tras sortear el peligro de los caminos, las fronteras de Irán y Pakistán han sido cerradas, la de Turkmenistán no se sabe y solo hay certeza de que este mes estará abierta la de Tayikistán. En avión han sido evacuadas 20 mil personas y por tierra los desplazados se estiman en 800 mil en una semana.
El único sector que no controla el gobierno talibán es el valle del Panshir a 200 kilómetros al noreste de Kabul que controlan los herederos de la Alianza del Norte que combatió a los talibanes durante todo su primer gobierno y que encabezó el “Héroe Nacional” Ahmad Massud. Paralelamente, se prevé que la imagen de decenas de colaboradores afganos colgando de las ruedas de un avión de carga norteamericano será un fantasma que acompañará al presidente de EE. UU. Joe Biden por años, similar a como lo hizo la imagen de una niña corriendo desnuda y con quemaduras por la carretera de Vietnam en los gobiernos de los mandatarios estadounidenses Johnson y Nixon.