Cristián Undurraga: “El derecho a una ciudad habitable debe estar en la Constitución”
Eso cree el destacado arquitecto autor del Centro Cultural La Moneda, del Santuario del Padre Hurtado y del vandalizado Museo de Violeta Parra, además de icónicos proyectos de viviendas básicas. Se debe terminar con “la dictadura de las cifras y con la segregación urbana que ha impuesto una mirada mercantilista del suelo, y poner a las personas y sus necesidades al centro”, sostiene.
Emociona percibir el orgullo de un padre, de un profesional destacado, frente al logro creativo y comercial de un hijo, un joven ingeniero que muy tempranamente le dio el palo al gato: creó la aplicación Corner Shop y se la vendió a Uber. Hoy Samuel Undurraga es rico y no vive en Chile, pero se interesa por su país y trabaja en una iniciativa que buscar iluminar con internet escuelas rurales donde se educan niñas, niños y adolescentes vulnerables que lo que requieren es “aprender a aprender”.
Su padre, el destacado arquitecto Cristián Undurraga (67), autor de obras como el Centro Cultural La Moneda, el Museo Violeta Parra, el Museo y el Santuario del Padre Hurtado, socio de la oficina UndurragaDeves y profesor de taller del Instituto Politécnico de Milán, lo explica así:
-Mi hijo y sus socios son cabros que lo han hecho bien, que tienen su corazoncito. Samuel ve en la educación y en la tecnología el vehículo para sacar a las personas de la pobreza; yo lo veo en la vivienda. Y mi padre, Sergio Undurraga, que fue toda su vida gerente general de la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales, lo hacía en la educación. Es como una cadena, como una trenza que apunta a la misma cosa.
Él –afirma– jamás tuvo dudas de su vocación: la arquitectura. “La experiencia de mi papá generando un techo para entregar educación en mejores condiciones, me convenció muy temprano en la vida de que la vivienda, junto con la educación, son, sin duda, los dos grandes pilares de las políticas orientadas a sacar a las personas de la pobreza y darles mejores oportunidades de desarrollo. El trabajo de mi papá me inspiró y luego me ha tocado diseñar escuelas y colegios con la Sociedad Protectora de la Infancia. Yo cuando era niño jugaba a construir casas. Como que venía seteado, traía la arquitectura en el ADN”.
En esos años de infancia, su familia vivía en el barrio El Golf, cuando los chilenos ricos abandonaban el centro y empezaban a avanzar hacia la cota mil de Santiago. “Fue en los años en que se hablaba de construir una Ciudad Jardín hacia el Oriente. Pero mi papá trabajaba en el centro y normalmente mi mamá lo iba a buscar y estacionábamos en la Plaza de la Constitución. ¡Imagínate los tiempos! Y mi abuela vivía en la calle Riquelme, muy cerca del centro, y la visitábamos siempre. Entonces, ese sector céntrico era de una gran calidad urbana y había integración social. La costurera vivía en un cité cercano y así con todos los demás servicios. La gente se encontraba. Había relaciones sociales y laborales fluidas y cercanas, no la segmentación, la desintegración urbana que vemos hoy”.
-Pero ese ideal de la Ciudad Jardín para ricos fue el principio del fin que culminó con la segmentación de barrios para ricos y para pobres…
-No, yo creo que lo más brutal y donde está la semilla del estallido social de 2019 fue que durante muchos años se entendió la ciudad sólo términos económicos, en el marco de un modelo de urbanismo y vivienda mercantilista. Como los pobres no pueden pagar por el suelo caro, la solución fue y sigue siendo llevarlos lo más lejos posible del centro, donde el terreno es más barato. Ese es un tremendo error, no sólo social, también económico, porque al ampliar tanto la ciudad, debes dotar a esos barrios periféricos de redes y de infraestructura y eso es más caro. La integración es más humana y más barata a la larga.
La oficina de arquitectura UndurragaDeves ha desarrollado varios proyectos de viviendas sociales. Quizás el más emblemático sea el barrio La Ermita de San Antonio en Lo Barnechea, en la ribera sur del río Mapocho. Fue una erradicación positiva, ya que transformó un campamento en un conjunto de 414 viviendas en su primera etapa, donde se mezclan casas de tres pisos y departamentos. Eso fue en 1996. El proyecto final consideraba 1.600 viviendas y entregar soluciones habitacionales a 700 familias de la comuna. “Con una densidad de 350 habitantes por hectárea, esta ciudadela está conformada por casas de tres pisos de ladrillo y hormigón, pintadas de blanco y con 60 metros cuadrados”, se lee en el sitio web de la oficina. Y su autor destaca que el barrio tuvo desde el inicio todos sus servicios con cableado subterráneo, tal como en la mayoría de los barrios de La Dehesa, “sin hacer distinciones”. Pero más que los materiales, destaca el aspecto humano:
-La mayoría de quienes vivían ahí eran habitantes originales de Lo Barnechea que habían sido erradicados al sur de la ciudad, pero habían vuelto a instalarse en un campamento, porque toda su red estaba en su comuna de origen. Todos trabajaban en ella y al ser erradicados debían pasar dos horas y media de ida en locomoción colectiva para llegar a la pega y dos horas de vuelta, al terminar. Los sometieron a una ruptura de redes y lazos muy fuerte que les desarticuló la vida a muchos. Los niños fueron trasladados a escuelas de menor calidad. La educación que conseguían acá era mucho mejor que la que partían dándoles en Bajos de Mena, a donde los llevaron. Muchos de los que volvieron hoy son propietarios en La Ermita, pero otros tuvieron que adaptarse a un lugar remoto y sin redes ni servicios. La brecha social que se generó ahí contribuyó a crear la sociedad totalmente escindida que vemos hoy. Muchos entonces me decían: “A mí al erradicarme de aquí me arruinaron la vida; hoy prefiero estar en un campamento, sin agua ni luz, pero cerca del trabajo”. Esas conversaciones para mí fueron iluminadoras.
Un cumpleaños emocionante
Cristián Undurraga no cree que haya habido teorías conspirativas detrás de las políticas de vivienda de la dictadura militar. Que se habría querido aislar a la gente, alejar a los disconformes, anular las protestas, como afirman algunos. Sí está convencido de que ha habido “una dictadura de los números, una visión cuantitativa de la vivienda”. Sostiene:
-El déficit actual de viviendas es de 700 mil viviendas. Hay 2 millones y medio de personas sin casa en Chile, viviendo en la precariedad. Cuando nosotros hicimos lo de La Ermita el pensamiento predominante era el cuantitativo. “Hay mil familias sin casa, hagamos mil casas”, era el número, lo importante, no las necesidades de las personas ni menos la calidad de las casas. Esa estrategia de explotar especulativamente la ciudad, propia del modelo mercantilista, no se puede seguir manteniendo. Hay que pensar en el desarrollo integral de la ciudad, centrado en las personas y en el medio ambiente, cultivando una ética de lo colectivo, pensando en el bien común. Si no hacemos ese cambio de mirada, la erosión social y la erosión urbana seguirán profundizándose.
-¿Ves que ese cambio de mirada sea posible?
-Yo dentro del proceso de la nueva Constitución percibo que hay bastante consenso entre el Colegio de Arquitectos, las universidades, las oficinas de arquitectura y urbanismo de lo clave y necesario que es ese cambio. El derecho a una ciudad habitable a escala humana debe ser parte de la Constitución, no sólo el derecho a la vivienda. Y es bien notable que, más allá de los colores políticos de los especialistas, en el tema haya una cierta conciencia transversal de los problemas de segregación de la ciudad a los que hay que hincarle muy profundamente el diente. Las diferencias pueden estar en el cómo hacerlo, pero la conciencia extendida y compartida existe. Todos estamos de acuerdo en que se requieren ciudades armónicas, inclusivas, a escala humana. Que el Estado debe aportar terrenos con reglas claras para desarrollar proyectos de integración. Es el Estado el que debe regular la ciudad, no el mercado, como ha sido hasta ahora. No puede ser que la empresa decida dónde deben vivir los pobres y dónde los ricos. Cada uno, partiendo por el Estado, debe asumir su rol con responsabilidad y sobre todo debe hacerlo con ética.
-¿Realmente crees que podamos revertir el daño?
-Reparar la crisis habitacional y urbana llevará varias generaciones. Yo creo que el problema es tan, tan grande que no se puede abordar todo de una vez. Hay que ir por partes. Fragmentar el problema, permite hacer soluciones a escala humana. La megalomanía acá es muy mala consejera. Para mí una primera medida debe ser descentralizar el país. Eso permite desarrollar ciudades a escala humana, pero eso requiere ir acompañado con desarrollo regional, provincial y comunal. Todos los beneficios de vivir en Santiago deben tenerlos quienes eligen las regiones.
-Una consecuencia positiva de la pandemia ha sido esa: que las personas están eligiendo las regiones, ciudades más pequeñas para vivir…
-Efectivamente, la pandemia dio cuenta de que es posible vivir lejos de los grandes centros, de que no pasaba nada al alejarse, pero estamos hablando de los que tenían las condiciones para hacerlo. Hay tantas brechas y desigualdades que impiden esa opción a la mayoría –responde el arquitecto, quien da un mensaje esperanzador cuando pone ejemplos de procesos de reparación urbana.
Dice: -Está el caso de Medellín, por ejemplo, que era una ciudad cooptada por la droga, se ha ido recuperando y hoy funciona muy bien. Curitiba, con toda su infraestructura cultural, lo mismo. Mi hijo Daniel está iniciando su fundación a partir de la idea del emprendedor y magnate Elon Musk, que buscar conectar mediante internet escuelas rurales remotas a partir del uso de los satélites. Nosotros mismos algo hemos contribuido con los cambios en el barrio cívico de Santiago, en la Plaza de la Constitución. Intervenir los centros consolidados de las ciudades, aunque estén algo deteriorados, es muy positivo. Es más, cuando recién inauguramos, la gente hacía picnic en el sector y fue bueno quitarle la supremacía en alguna medida al automóvil.
-¿Algo más que te satisfaga de lo hecho en términos de urbanismo con sentido social?
-Un pequeño proyecto que permitió dar vivienda cincuenta familias que vivían allegadas. Es un bonito barrio en Santa Rosa con Avenida Matta. Esa es una pequeña contribución, pero transformadora de la vida de esas familias. Yo creo mucho en las voluntades colectivas, que dan cuenta de un espíritu que privilegia el bien común.
-Tan distinto de la degradación a la que se ha llegado en el sector de la Plaza Italia, Baquedano o Dignidad, como le llaman… ¿Qué piensas de lo sucedido ahí?
-El espectáculo que vemos ahí los viernes da cuenta de la sociedad que hemos construido. Nosotros hicimos el Museo de Violeta Parra que fue atrozmente vandalizado, destruido en su totalidad. Para mí eso da cuenta de una herida muy profunda de nuestra sociedad que no se ha cerrado. Yo no justifico para nada el daño patrimonial y urbano provocado. No creo que haya que refundar Santiago desde cero; la ciudad, con sus luces y sus sombras, es el reflejo de lo que somos. Es consecuencia de una historia y debemos respetarla, pero lo que allí vemos hoy da cuenta de la magnitud del drama que supone la segregación urbana. Ese lugar donde antes celebrábamos los triunfos comunes, hoy es la manifestación lamentable de una sociedad polarizada a nivel dramático. Y es el testimonio de un momento, pero ahora debemos recuperar ese trozo de ciudad y manifestar así una lógica del entendimiento, debemos poder mirarnos de nuevo a los ojos, sin sentir que uno es superior moralmente al otro.
-¿Qué piensas del equipo dedicado a los temas de ciudad del presidente Boric?
-No tengo vínculos con ellos. No sé quiénes son. Pero yo quiero que les vaya bien. Quiero que le vaya bien a Boric, porque si le va bien a él, le va bien a Chile. Para ello, lo fundamental son los acuerdos, el ceder en las posiciones extremas. Acá no hay parias versus macanudos en lo moral. Lo que vimos recientemente en la Convención Constitucional, cuando hubo que cambiar su presidencia, en ese sentido, me pareció desolador, pero tengo esperanzas.
-Estuviste en la presentación del video de la inauguración de la Villa Alessandri, una población para obreros, ubicada en Estación Central, que fue concebida por Alberto Hurtado e inaugurada hace 70 años. ¿Cómo fue ese cumpleaños?
-Emocionante. Escuchar el testimonio de Erika, hija de una trabajadora de casa particular y de un carabinero, que fueron de los primeros propietarios, contando cómo ella y sus siete hermanos nacieron y se criaron en ese barrio, en años muy precarios, de pobreza y necesidad, fue muy conmovedor. Ella dejó claro lo que significó para ellas y sus vecinas contar con una vivienda propia y digna. Hoy sus hijos y sus nietos y los de varias otras señoras del barrio, varias propietarias originales, son profesionales. Conocerlas revela lo que puede significar una vivienda en términos de dignidad. Conocerlas y oírlas fue esperanzador y reconfortante. Aunque no soy para nada un hombre de fe y creo que la Iglesia, como la ciudad, está llena de luces y de sombras, el padre Hurtado es para mí inspirador.
Cuando Cristián Undurraga y su oficina ganaron el concurso para construir el Museo del Padre Hurtado y un Santuario que albergara la tumba con sus restos, estudió su vida y su obra. Lo conoció en profundidad. También recorrió el barrio, esa zona de Estación Central, del antiguo Chuchunco, y resolvió que “a él no le gustarías descansar en una de esas grandes edificaciones que caracterizan a los santuarios. Él habría querido algo sencillo, con espacio para la gente, para su gente, esa que vive hacinada en sus casas y necesita un remanso, un lugar de expansión cerca. Eso hice y hasta me conseguí las palmeras. Yo no soy religioso para nada, pero Alberto Hurtado me inspira. Su vocación social habría que clonarla”, concluye.