Marta Lagos Cruz-Coke: “Mi casa, mi plata, mi agua”
Es imparable hablando de sondeos de opinión y política. La “señora que hace encuestas”, la llamó Parisi; la “vieja loca” le han dicho en Twitter, donde es usuaria intensiva y rotunda; ex decé, hoy más tirada a la izquierda, se convierte en generala después de la batalla y analiza por qué todas las predicciones estuvieron tan lejos del 62% que obtuvo el Rechazo. La frase que titula esta conversación es parte de sus razones.
–Yo no me voy a ninguna parte. Partí a Inglaterra de 21 años con una guagua de 8 meses, estudié y trabajé como china en Inglaterra y Alemania, y volví a Chile con cuatro hijos diez años después, así es que yo no me muevo de Chile– cuenta que le dijo al presidente Patricio Aylwin, que la había invitado a almorzar para resolver un entuerto.
Marta Lagos Cruz Coke (70), la esposa del entonces recién nombrado embajador en Alemania, Carlos Huneeuss Madge (75) –ambos en esa época militantes de la DC, hoy mucho más tirados para la izquierda– se resistía a acompañar a su marido a su destinación diplomática en Bonn, en 1990, recién recuperada la democracia en Chile.
Hasta ahora, Marta alega; era y sigue siendo de esas mujeres que no se quedan calladas. Dice:
–Me querían para que anduviera comprando papas y tomates todo el día, para preparar las comidas en la Embajada. Yo no soy empleada del Estado. Yo luché mucho para que a las mujeres no se las esclavice, porque eso se hace al obligarlas a cumplir roles. En esa época fuimos tres: la Antonia Echenique, señora de Juan Gabriel (Valdés), en España; la Adriana Santa Cruz, mujer de Juan Somavía, en Nueva York; y yo, las que seguimos con nuestras vidas, porque era perfectamente compatible ser mujer de embajador y tener vida propia.
Cuenta que el entonces ministro de Defensa, Patricio Rojas, , en una ocasión la llamó y le espetó un “y, usted, qué hace aquí. Yo voy en visita de Estado a Alemania, ¿por qué no está allá, preparándolo todo?”. También comenta que se agarró muy mala fama en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
–Salió un artículo famoso por esos años en El Mercurio, titulado “Cómo ser embajadora y no morir en el intento”. Es que yo lo primero que hice fue cambiar el proveedor de flores de la Embajada, que era una casa enorme de mil metros cuadrados. Había que andar con cartera ahí dentro. Me fui al mercado de flores y compré en 40 marcos lo que necesitaba, lo mismo por lo que el proveedor cobraba 400 marcos. Para el primer 18 de septiembre que pasamos allá, el servicio de mesas y sillas que se contrató para la celebración, no trajo peonetas. Yo empecé a bajar sillas del camión y se armó la pelotera. “No, no lo haga, señora embajadora. No lo haga”. Fue una cuestión como del siglo 19.
–¿Pero te fuiste o no a hacer las tareas de esposa del embajador?
Don Patricio era bien ladino. Me dijo que me fuera por un año y después que fuera y viniera. Bueno, Carlos partió con los cuatro niños y yo cerré la casa y me instalé en la de mi mamá. Iba por dos semanas a Bonn y me volvía a trabajar a Chile por dos semanas. Patricio Aylwin era un tipo absolutamente increíble. Imagínate, un hombre chileno del siglo pasado, de la edad de mi papá, de un nivel de liberal como sólo conozco a Sergio Bitar, el único político no machista de la Concertación. Incluso hoy, hay tantos progresistas de izquierda que son unos machistas de manual.
Marta Lagos tiene un modelo de feminismo o de libertad a seguir, aunque ese espejo sea mucho más plácido y menos belicoso. Es Marta Cruz Coke, su madre y la responsable de que cada año la gente se agolpe para conocer edificios históricos en todas las ciudades de Chile. Ella, desde su puesto como primera mujer a cargo de la Dirección de Archivos y Museos en ese primer gobierno de Aylwin, inventó el Día del Patrimonio.
Hoy tiene 99 años y vive con el hermano separado de Marta Lagos en su departamento de Las Condes. Su hija mayor, María Isabel, que padece una discapacidad intelectual, está en un hogar. De ella, Marta, que es la menor de los tres hijos de Marta Cruz Coke y del cientista político Gustavo Lagos, que fue ministro de Justicia de Eduardo Frei Montalva, escribió en la sección Manifiesto de La Tercera en 2015: “Tengo una hermana que es discapacitada. Tuvo encefalitis cuando tenía tres años. A raíz de eso he tenido una relación evolutiva con Dios. En momentos de mi vida he sido súper cercana y en otros momentos no tanto. Mi madre siempre ha dicho que mi hermana es la imagen de él: un recuerdo permanente de que existe. Es algo que me emociona mucho. Si la ves todos los días, ves a Dios”.
La clave del éxito: tiempo y plata
Sabe que es sencillo ser generala después de la batalla, pero dado su rol es imposible no caer en esa “falacia retrospectiva”, como la llama, a la hora de analizar el estruendoso resultado en el plebiscito de salida: el 62% de los chilenos votó Rechazo al texto constitucional redactado por la Convención.
Marta Lagos, que en Chile es a las encuestas como Héctor Llaitul a la CAM o Don Francisco a la Teletón, -antes de la campaña, el 2 de agosto, dio a conocer una encuesta con un 44% para el Apruebo y un 48% para el Rechazo, e hizo hincapié en lo que sostiene siempre: “Las encuestas no son predictivas un mes antes de la votación”. Hoy, como decana de las encuestas en Chile, da más explicaciones:
Antes de ir a ese análisis, nos explica con lujo de detalles cómo después de dejar sociología casi lista en la Católica, aprender alemán en la práctica (“Mi segundo idioma era el francés”), convertirse en economista en la Universidad de Heidelberg, “mi alma mater”, se constituyó, en el decir de Franco Parisi, “en la señora que hace encuestas”.
–Fue todo fortuito. Cuando volvimos a Chile, mi hija menor, Josefina, la única mujer, era una recién nacida. Así es que me tomé dos años para estar con ella. Nunca he estado más ocupada que entonces. Todos decían: “La Martita no trabaja” y yo era el Uber, la ayudante para las mudanzas, la mentolatum de una familia más o menos exigente. En eso estaba, cuando una amiga, que se iba a hacer clases a Columbia, me pidió que me hiciera cargo de un proyecto para la Fundación Ford. Yo acepté, pero trabajando medio día.
Se instaló en el Cerc, el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea, que dirigía Carlos Hunneuss, en un edificio frente a la Catedral, donde trabajaban unas 400 personas. “Era una cuestión enorme y en plena dictadura. Entonces, un amigo americano cubano, para un seminario que organizó mi marido, dijo que se requería hacer una encuesta. Nosotros no tenemos ninguna experiencia, así es que acudí a Eduardo Hamuy y le pedí que nos ayudara a montar una operación de encuestas”.
El sociólogo Eduardo Hamuy es el verdadero padre de las encuestas en Chile. Las venía haciendo desde 1957 y estuvo muy activo desarrollando sondeos de opinión durante el régimen de la Unidad Popular.
–Hicimos la primera a universitarios, en 1984, con el conocimiento de Eduardo Hamuy y el financiamiento europeo. Aunque estábamos en plena dictadura, al régimen le dio lo mismo. Consideraban que encuestar era algo inocuo o ridículo quizás. Algo que no tendría ningún efecto. Ni siquiera había que pedir permiso. Hacíamos las encuestas muy científicamente con el método ortodoxo de don Eduardo Hamuy. Luego mandábamos los informes de todo lo que hacíamos a la Comandancia en Jefe de Ejército. Hasta hoy conservo esos papelitos muy elegantes que manda el Ejército, firmados por Augusto Pinochet, acusando recibo. Creo que nunca leyeron nada.
Comenta que “nunca pasó nada, salvo una vez en que tomaron detenida a una encuestadora, pero la soltaron al tiro”. Marta vibra, se emociona, hablando de cómo acertaron medio a medio con el resultado del plebiscito del Sí y el No, en octubre de 1988. “Dijimos que el No ganaría con el 54% y el No ganó con el 54%”.
Cuenta que la prensa –salvo el diario La Época– nunca les había publicado nada y, por eso, cuando dieron a conocer el resultado de ese sondeo, no dejaron entrar a La Segunda que quiso asistir a la presentación.
-Hasta ese momento, en que se nos cayó el cielo encima con ese acierto, nadie creía en el poder predictivo de las encuestas en dictadura. Antes había venido mucha gente de afuera, de Argentina, Perú, Brasil, a ver cómo se hacían sondeos de opinión bajo un régimen autoritario. Cómo se hacía terreno, cómo se preguntaba. Se estimaba que la gente no respondía con honestidad por temor, que mentía. En la URSS, también miraban con mucho interés el tema: cómo hacer encuestas en dictadura.
A partir de entonces, empezaron sus tiempos de gloria, “monitoreando” (palabra horrible) la transición chilena en los años 90. “Mi marido se fue de embajador y yo me quedé, porque estaba fascinada con esto”. Al final del gobierno de Aylwin, se internacionalizó. Y surgió la idea del LatinoBarómetro, del que se convirtió en directora.
–¿Cuál es la clave para hacer encuestas válidas, tanto en dictadura como en democracia?
–Para hacer encuestas bien hechas hay que invertir mucho tiempo y mucha plata. No hay más secreto. Si ahorras y no cumples los pasos, todo salta en pedazos. Si te apuras, no habrá calidad en los datos. Una encuesta barata y rápida es el camino directo a la equivocación.
¿Quién controla a la Antonia?
Como Marta tiene don de mando, ahora sí vamos con su análisis como generala después de la batalla.
–¿Por qué las encuestas le acertaron tan poco al 62% que votó Rechazo?
–Esta elección era muy difícil de predecir, a diferencia de lo que pasó en la segunda vuelta. La opción Kast-Boric era muy polarizada, por lo tanto, muy fácil. Otro elemento es que en un plebiscito las personas, los candidatos, no existen; se vota por ideas. La derecha, que lo hizo muy bien, resumió el asunto en tres ideas: mi casa, mi plata, mi agua. Volvió así tangible lo intangible. Y nadie quiso quedarse sin su casa, su plata y su agua, aunque el texto no decía nada de eso. El Apruebo se centró en acusar al Rechazo de inventar fake news, cuando lo que importa no es cómo se comunica sino qué se comunica. El oficialismo se equivocó crasamente creyendo que la propuesta de Constitución iba a transmitir lo que era por sí misma. Imagínate que la gente llamaba al texto “El Libro”… ¡para que tú veas la cantidad de libros que tiene la gente en Chile! La derecha fue realmente brillante en bajar las ideas a lo concreto. Pongámoslo así: si a los ingleses les hubieran dicho que se iban a acabar los tomates holandeses y los pepinos franceses, ¡no habrían votado el Brexit!
Premunida de cifras y documentos, Marta se empeña en explicarnos la composición política del padrón electoral chileno, que no es de 15 millones de electores, sino de los 13 que salieron a votar el 4 de septiembre pasado en el plebiscito de salida. O sea, hace ver que votamos todos los que somos electores potenciales.
Por Gabriel Boric para presidente en la segunda vuelta optaron 4 millones 620 mil personas y por el Apruebo se inclinaron 4 millones 860 mil. “Aunque sea marginal, Boric no perdió apoyo, incluso ganó algo, por lo tanto no hay pérdida de su voto duro. Es equivocado pensar que la izquierda se derrumbó con este resultado. Se quedó con lo que tiene e incluso ganó un poco. Palmada en la frente: la izquierda representa a un tercio de los votantes en Chile. Lo que pasó es que el 60 por ciento del electorado que no vota siempre quiso expresarse esta vez. La derecha son unos 4 millones de votantes y todos los demás, más de cinco millones de personas, son los que no se sienten interpretados ni por la derecha ni por la izquierda, y están al centro”.
–Estas mismas cuentas se las he oído al analista Pepe Auth. ¿Qué piensas de él?
–Lo conocí mucho en los años 90. Ahora se equivocó brutalmente, pero nadie lo ha llamado al pizarrón. No lo he visto asumir ninguna autocrítica.
Volviendo a su análisis, la encuestóloga afirma que “hay unos 5 millones de electores que representan el centro político y hace años que no tienen candidato, porque, tanto como la derecha como la izquierda, se han dedicado a competir por quién pone al candidato presidencial más malo. Piensa en Alejandro Guillier, en Evelyn Matthei”, afirma.
Así, dice Marta, “hay una gran mayoría que está en el centro y hoy no tiene partido político, porque esa opción está vacía. Esos que yo llamo los conservadores de izquierda, muchos de la ex Concertación”.
–Tú no eres de esos. ¿Dónde te ubicas políticamente?
-Déjame seguir y luego te respondo en lo personal. En una escala de 1 a 10, la Democracia Cristiana dejó de estar en el centro y ese espacio quedó vacío, huérfano. Todos se han ido para los extremos, aunque todos se dicen de centro derecha o de centro izquierda. No hay sinceridad en esas clasificaciones y lo que falta es que se forme un partido de centro, con Los Amarillos y todos los conservadores de izquierda, como yo los llamo. Pero sin complejos, porque a la Ximena Rincón cuando le dicen que es derecha, ella insiste en que es de centro izquierda. Derecha por sí sola hoy es una mala palabra.
Para responder sobre sí misma, Marta vuelve a sus orígenes. “Provengo del corazón de la derecha por mi abuelo. Mi padre fue ministro de Frei Montalva, al que admiro muchísimo, lo mismo que a don Patricio. Fui democratacristiana hasta 1994, año en que renuncié. Yo siento que estoy donde siempre estuve, pero creo que el espectro se corrió. En una escala de 1 a 10 estoy en un 4. Me he corrido más a la izquierda. Ya no me identifico con el centro, que ahora está en el 6, esos son los que llamo conservadores de izquierda”.
Con 12 nietos, de los cuales 7 son mujeres (“Las chicas de esta generación son de armas tomar; trata tú de controlar a la Antonia, una de mis nietas”), asegura que no se da cuenta que tiene 70 años. “Me siento de 24 y sigo creyendo que tengo 18. Mi mamá tiene 99. Creo que la edad está en la cabeza y no en los huesos, aunque duelan”, afirma. Y quiere seguir hablando, pero está por partir al desierto florido y el tiempo apremia. Apurada, nos regala dos reflexiones finales:
–El primer exorcismo que hay que hacerle a la política chilena es sincerar la escala y poner el centro al centro, no en los extremos, porque la elite se ubica más a la derecha que los votos. Y lo otro es que el principal problema de nuestra democracia es la debilidad de los partidos, que se parapetaron en la distribución de poder y de cargos. Para mí el error de los 30 años no son los 30 pesos; son las 30 y más personas que nunca se renovaron y no dieron espacio a los jóvenes.