Pía Barros: “Me gusta la ex ministra con nombre de pizza que dirige Evopoli”
La más ronca de las escritoras feministas alude así a Gloria Hutt. Y también menciona a la diputada Paulina Nuñez, a las que nombra como ejemplos de liderazgo femenino en la derecha, sector del que abomina. La Matthei no le gusta, aunque cree que lo ha hecho bien de alcaldesa. Casada hace 39 años con el poeta Jorge Montealegre, al que temió perder a causa de un problema cardíaco, aquí abre el corazón y la boca para hablar de política, amor, amistad, literatura y feminismo.
Mañana cumple 67 años, por lo que se declara “una feminista vieja”.
A nosotros nos parece que es una feminista absolutamente única y sin edad. Original, clara, divertida. Muy distinta a las que se estilan: de chasquilla corta, que hablan en difícil y están arriba de una cuarta, quinta o sexta ola, siempre muy belicosas.
Pía Barros, escritora y tallerista literaria, desde chica fue una defensora apasionada de los derechos de las mujeres. De los derechos de todos los seres humanos, en realidad.
Su fallecido padre, al que llama “un huaso bruto latifundista”, enfrentaba los discursos reivindicativos e insolentes de su hija mayor con un “ya salió la María de la Cruz”. Así ella supo, años después, que María de la Cruz fue la primera mujer en ocupar un escaño en el Senado de la nación. Y se hizo su admiradora. “Fue una política brillante y una gran oradora, que fue traicionada por las propias mujeres. Una olvidada. En su cortejo fúnebre hubo sólo dos autos, uno manejado por Enrique Lafourcade”, cuenta con esa voz rasposa, que se hace cada vez más honda a causa de los cigarros que fuma uno tras otro y que le han provocado un enfisema pulmonar.
Esa fue la única razón que le impidió sumarse a las protestas del estallido social en la Plaza Italia, Baquedano o Dignidad, como le decían entonces y ahora menos. “Las bombas lacrimógenas me generan un ataque de asma inmediato. Habría caído redonda al suelo. Yo seré una vieja loca, pero tengo sentido del ridículo, así es que me resté. Me sentía podrida de no poder estar ahí, pero mis hijas y mis amigas fueron por mí”, explica, reivindicando sus convicciones de izquierda y la persistencia de su aprecio por Boric. “Todavía le creo”, afirma.
Para Pía (que no puede tener peor puesto el nombre), lo sucedido en mayo de 2018 –“el mayo feminista”, como dice con emoción– “ha sido lo más extraordinario que me ha pasado. El ver a Andrés Bello con sostenes, el cuerpo político de las mujeres en la calle, todo lo que se ganó en esas marchas multitudinarias, fue muy fuerte para mí. Y luego viene el estallido y luego la pandemia, todos hechos extremos. Yo pensaba que a estas alturas de la vida no iba a vivir nada más que me asombrara, pero ya ves. Por eso, yo no le doy muchas ideas al cosmos. No vaya a ser que se mande otra cagada más grande. Estos han sido tiempos muy intensos. Yo he vivido entre dos siglos convulsos y siento que es un privilegio haber visto tanta cosa, tanto cambio”.
–Me imagino que ver la instalación de un gobierno que se declara feminista debe tenerte contenta. ¿Cómo está hoy tu feminismo a partir de ese logro?
–Para mí sigue siendo lo mismo, tal como empecé. Lo mío siempre ha sido la utopía de un universo no sexista, donde todas las personas sean imprescindibles. No sólo las mujeres, sino todos los que han sido y son discriminados. Ahora, el feminismo es un movimiento político donde, como en todo, hay extremos y simultaneidades muy raras. Hay mucha sobre-teorización, mucho extremismo, y eso genera choques entre las propias militantes feministas.
–¿Qué del feminismo actual no te gusta?
–Hay muchos ismos que no me gustan. La sobre-teorización me carga. A mí me gusta que las mujeres les hablen a las mujeres. Entiendo que en la academia hay teóricas que pueden explicar todo, que existen cuatrocientos mil técnicos que están articulando pensamiento crítico, pero a mí me gusta que las mujeres les hablen a las mujeres directo, simple, sencillo. Yo ya dije: soy vieja y puedo estar muy equivocada, pero mantengo los sueños de mi generación, que es la de los 80, tiempo en que creíamos en el colectivo. En la idea de que o nos salvábamos juntos o nos moríamos de a uno en uno, en soledad. Por eso mi divisa es: “Ni solas ni pronto, sino con todas y a tiempo”.
La Pía Barros no es una teórica feminista. Es, como se define, “una activista. Aporto haciendo talleres populares y talleres pirulos. De estos últimos, vivo. Y soy una ayudista en todo lo que me pidan y que me parece que sirve. No soy una pensadora. Soy alguien que hace”.
Y hace mucho. A saber: la Editorial Asterión, que gestiona junto a otras seis escritoras, logró sacar adelante un proyecto llamado “¡Basta! 100 mujeres contra la violencia de género”, el que ha sido replicado en una decena de países. Se trata de antologías con relatos de escritoras que denuncian el tema. De este proyecto inicial, que nunca ganó un fondo concursable para financiarse y ella lo logró sacar adelante, “gracias a un golpe de suerte en el casino”, nacieron otros, como el sobre la violencia contra los niños que hizo con su a estas alturas amiga/hermana Vinka Jackson, una de las centenares de mujeres a las que ha conocido en sus talleres literarios. Y están las antologías sobre lo mismo escritas por hombres, que quisieron aportar a la causa.
“No me hagas opinar de Warnken”
El 5 de septiembre de 2022, Pía no quería levantarse. “Sentí que una aplanadora me había pasado por encima, estaba absolutamente apaleada”, dice, declarándose parte de la minoría que votó Apruebo al texto constitucional que nos tuvo en vilo casi todo el 2022. Ahora, comenta, con algo de Jalisco nunca pierde: “Igual, casi un 38 por ciento no es poco”. Y agrega:
–Para mí fue un impacto brutal el rechazo a una nueva constitución por parte de una mayoría que ni siquiera leyó lo que estaba rechazando. Yo creo que estamos muy lejos como sociedad de leer los sueños… Eso nos pasa. Tenemos tan metidos en la cabeza los pragmatismos, son tan potentes, que nos impiden pensar y soñar. Al conversar con la gente que rechazó, me di cuenta de que la gran mayoría se movilizó por miedo.
–¿No estás cayendo en la caricatura como la que hizo un artículo de CIPER, ese que ninguneó las razones de la mayoría, haciendo una encuesta en una población y mostrando a los pobres como desinformados?
–No, no, pero antes del resultado del 4S la gente del barrio estaba muda. Nosotros jurábamos que el Apruebo ganaría, porque nadie discutía ni cuestionaba nada. Este es un país lleno de miedos. Es cierto que en el texto había cuestiones subidas por el chorro, imperfecciones, pero yo no puedo creer que la plurinacionalidad despertara tanta resistencia. Para mí es clave. Yo admiro a Canadá y cada vez que voy para allá, me maravilla. Lo mismo Australia. Ambos son países donde no hay subalternos, donde todos son capaces de er al otro como un igual. Acá, en cambio, las discriminaciones son horrorosas; me da vergüenza el país imperfecto en que vivimos. El estallido social fue una manifestación evidente de que el Chile en que todos creíamos no era el mismo para todos. Hoy deberíamos al menos saber que en Chile hay muchos Chiles.
–Con tanta convicción política y social, ¿nunca te planteaste ser constituyente?
–Jamás. No lo sería ni cagando. Con el hocico que me gasto, me metería en puros forros. Pero le aposté a mucha gente y mantengo mis lealtades incólumes.
–El gobierno al que le das tu lealtad es declaradamente feminista. ¿En qué cuestiones concretas se nota esa definición?
–Veo más caras de mujeres en sitios de poder, no acarreando las carpetas ni el café a un hombre. Veo que la derecha, que fue tan reacia siempre a aceptar la lógica de la paridad, ha cambiado en eso. Y te lo digo yo, que le tengo tirria a la derecha, tanto que no uso la palabra. Digo: izquierda izquierda cuando quiero indicarle a un taxista que doble a la derecha. Pero hay nuevas lideresas incluso que me parecen interesante, como la diputada Paulina Núñez. Existen otras que no caen en repetir el arquetipo masculino para ejercer el poder. En eso de interrumpir, de impedir el uso del habla a los demás. Eso me parece violento e incorrecto. Una que me parece muy brillante es la ex ministra con nombre de pizza que dirige Evopoli.
–Hablas de Gloria Hutt. ¿Y qué piensas de Evelyn Matthei? ¿Y de Pamela Jiles?
–No me gustan sus estrategias masculinas de poder, aunque como alcaldesa lo ha hecho muy bien. Con la Pamela tengo muy buenas relaciones el privado, pero no me gusta la desesperación por el protagonismo, esa falta de proyección de largo plazo que lleva a buscar cuatro votos con acciones populistas del momento, Soy fan de la Camila Vallejo, de la Karol Cariola y sé que la Izkia será reivindicada. En estos tiempos hemos visto cómo la derecha del mundo saca conejos del sombrero para desarticular carreras políticas femeninas, transformando cuestiones privadas en públicas, cuestión que no le hacen a los hombres. Y en eso lo más terrible es que a veces cooperan las propias mujeres. Es lo mismo que pasa con las funas, que me parecen nefastas, porque son una reproducción de la violencia.
–A Warnken lo fueron a funar a su casa. ¿Qué piensas de él?
–No me hagas opinar de Warnken –dice esta mujer, que conoce al dedillo a toda la escena literaria nacional, en particular a los poetas. Hace 39 años que está casada con Jorge Montealegre, poeta, periodista, ensayista; eso como dato personal.
Pía lleva a años levantando la bandera de las mujeres poetisas y le sobran nombres para proponer como candidatas al Premio Nacional de Literatura. Ahora está feliz, “porque mi presidente lo hizo anual de nuevo, no cada dos años”.
“La gente triste no tiene piedad”
Pía fuma como carretonera en su mansarda, lejos de los pulmones de Jorge Montealegre, su hasta hace unos meses aparentemente sano marido desde hace casi 40 años. Y al que ahora cuida como hueso santo. Ella y las dos hijas que tienen en común: Abril, la artista textil, y Miranda, la escritora. Natalia, la hija mayor de Jorge, fruto de una relación anterior, vive en Uruguay, y desde ahí está pendiente de la convalecencia de una intervención cardíaca mayor, que tuvo a toda la familia colgando de un hilo. Dice Pía:
–Estuve re cagada estos meses. Yo no concibo el mundo sin tener a Jorge. Los dos somos uno en nuestras complicidades, nuestros sarcasmos, nuestras risas y lecturas. Todavía estoy tiritona, sigo con un estremecimiento, porque yo pensaba que él era el de la salud de hierro. Yo estoy preparada para morirme, pero perderlo a él nunca me lo había planteado. Yo vivo haciendo listas, porque soy híper controladora, pensando en que todo siga funcionando cuando yo no esté, pero nunca me planteé que él se podía morir. Yo soy libre, autónoma, pero siempre siento que tengo en él mi gran respaldo. Esa sensación de ser con otro es muy linda… y es horroroso pensar que se pueda acabar –dice, bien emocionada. Luego agrega que ella no le fuma encima, que se va bien lejos para hacerlo, porque él ya anda levantado, circulando, “aunque lleno de tajos, como un Frankestein”.
Impresiona la duración de esta pareja. “Muchos deben pensar pobre hombre casado con esa mujer loca, porque es cierto: somos distintos. Jorge es hacia dentro; yo, para afuera. Él es mesurado; yo bruta. Yo opino antes de pensar y no pienso siempre las cosas como las digo, pero aquí estamos”, dice sin dejar de fumar. Por eso, le preguntamos:
–¿No sería éste un buen momento para dejar el vicio?
–Me he ganado lo que tengo. Fumo desde que era chica; embarazada, fumé. El enfisema es consecuencia de eso, pero el pucho es un gran amigo que me funciona, el único que calma mi psicosis. Sé que estoy demodé y muchas veces me siento como una yonqui, una drogadicta, una marginal, aunque, honestamente, los sitios donde se conoce gente más interesante son los espacios reservados para fumadores. Ahí está siempre la gente más entretenida y loca, mucho más atractivos que los que corren y hacen deportes.
Comenta que la pandemia que nos recluyó a todos, a ella le resultó ideal. Empezó a hacer sus talleres por Zoom y a conversar sólo por WhatsApp, evitando los prolegómenos de las conversaciones telefónicas. Gracias a los encuentros virtuales su casa que pasaba llena siempre con los alumnos de su taller, hoy es un oasis. La vida es más fácil, aunque siempre copada de personas. Pía, como dijo, es para afuera y conoce a medio mundo, sobre todo al de los escritores.
–Yo amo a Jorge Marchant Lazcano –dice a propósito de nuestro último entrevistado en este mismo espacio–. Él fue uno de los más trasgresores en la temática homosexual en Chile, desde “La Beatriz Ovalle”, su primera novela. Otro notable es Mauricio Wacquez. Son gente valiosa en un país donde las salidas del clóset hasta hace poco eran con elástico, más bien asomadas del clóset. En Chile, hay mucho edificio con espejos, pero nos cuesta tanto mirarnos al espejo con honestidad.
–¿No sientes que hay avances en materia de inclusión de las diversidades?
–Siento que sigue habiendo miedo. Antes era el miedo a la dictadura, ahora es miedo a perder la pega. El estallido hizo reflotar los miedos de todo tipo, el miedo al otro, a que te caguen, a quedar sin trabajo… Hay tan poca pertenencia a la idea de un colectivo. La frase “con mi plata, no”, me deprime, me parece patética. Por eso yo voy al consultorio, estoy en Fonasa, no quiero una salud especial para mí. Es un rollo político mío. Sí reconozco que ha habido avances: una mujer presidenta dos veces, mucho mayor presencia femenina en puestos de poder, me encanta que la Emilia (Schneider) sea diputada, porque yo siempre he creído en celebrar la diversidad y me espanta el concepto tolerancia.
Y compara su aproximación a la diversidad en términos políticos con su amor por la escritura. “Adoro que una persona escriba como sí misma y no como otra. Esa particularidad, esa individualidad, es lo que celebro, no tolero”. Es apasionante oírla hablar de escritores, en particular de mujeres poetisas. Menciona a Rosabetty Muñoz, a Carmen Berenguer, a Verónica Zondek. Y sigue con narradoras y se embala recomendando libros.
–Menciono todo lo que puedo a las fabulosas escritoras que no salen en los diarios, donde en Chile siempre se impone el criterio EMA: extranjeros, muertos y amigos. Esos son los que salen. Me parece fabuloso que hoy haya tanto sonido nuevo en nuestra escritura y en la del continente. Una ebullición notable. Si es por leer este verano, sugiero “La gente triste no tiene piedad”, de Mary Rogers, Chilean Electric, de Nona Fernández y un libro precioso, que es para mí “El principito” chileno, de María José Ferrada, que se llama “La tristeza de las cosas”. Este libro es el que más he comprado y regalado en los últimos años y los agradecimientos de quienes lo reciben dan cuenta de cómo toca a todos y todas.
Bruta, se dice, pero sensible. Amiga de sus amigas, pródiga en amistades, maestra de 40 potenciales escritoras cada año en sus talleres mayoritariamente femeninos. “Finalmente, al ser vieja, descubres que lo único que importa son los afectos. Cultivarlos”.