Conflictos luego expectativas
Nuestras expectativas respecto al futuro de nuestro país parecen frustradas, pero a la vez nos acercamos entre pares —e impares– y miramos con decepción el atrincheramiento de nuestras élites políticas.
Los resultados que arroja la última Encuesta Bicentenario UC nos invitan a una reflexión necesaria para los tiempos que corren: la relación que pueda guardar la polarización de nuestra dirigencia política para con las expectativas sociales de los chilenos está lejos de ser inocua. A saber, el 79% de los encuestados identifica un conflicto significativo entre el gobierno y la oposición, percepción que da cuenta del grado de consciencia ciudadano respecto a la ingobernabilidad que aqueja al país y que, ciertamente, advierte algún grado de causalidad entre dicha ingobernabilidad y las expectativas sobre el futuro.
No debiera sorprendernos que sólo el 25% de los chilenos vea con ojos promisorios el futuro económico de la clase media, o que menos de la mitad considere el mejorar la calidad de la educación como un escenario probable. ¿Por qué pensar lo contrario, si llevamos una década entrampados en desacuerdos en materias de tanta relevancia y anhelo ciudadano como pensiones o seguridad ciudadana? ¿Cómo el chileno puede mirar el futuro con esperanza mientras la política se encuentra inmersa en el maniqueísmo y la lógica del “todo o nada”?
Ahora bien, hay algo paradójico en los resultados: las cifras dan cuenta de una ciudadanía que avanza hacia un menor grado de conflictividad en sus relaciones sociales. En ese sentido, percibimos que las tensiones entre pobres y ricos, entre empresarios y trabajadores, entre chilenos y mapuches o incluso entre chilenos e inmigrantes ya no expresan el más representativo de los conflictos. Es justamente a partir de este tímido acercamiento hacia una sociedad menos conflictuada donde yace una oportunidad para cambiar el foco y acercar posiciones. Y aunque uno esperaría que sea la política la que emane éste tipo de señales desde la responsabilidad que le cabe, hoy parece ser la ciudadanía la que nos muestra señales de cómo avanzar; esa misma ciudadanía que premia la gestión de los alcaldes, que valora la articulación por sobre la diferenciación y que espera la dilución de las trincheras en aras de avanzar.
Nuestras expectativas respecto al futuro de nuestro país parecen frustradas, pero a la vez nos acercamos entre pares —e impares– y miramos con decepción el atrincheramiento de nuestras élites políticas. Y aunque sea lamentable que la polarización —y la ingobernabilidad que ésta genera— nos haga mirar con cierta lejanía los cambios que Chile necesita, el campo parece fértil para adoptar posturas de diálogo y promover acuerdos responsables que se hagan cargo de una vez por todas de los problemas que enfrentan a diario las familias chilenas.