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2 de Agosto de 2022

Pablo Ortúzar: “Se avecinan 15 años dolorosos y tortuosos”

Lo entrevistamos mientras termina la tesis que lo convertirá en doctor en teoría política de la Universidad de Oxford. Dice que hablará solo de eso, pero se explaya y vaticina un futuro oscuro: “El texto que se vota el 4 de septiembre nos encamina a una versión pobre y triste de esa precariedad clientelista, injusta, caótica y corrupta que es hoy Argentina”. Y agrega: “Se necesita una propuesta constitucional distinta al bodrio expelido por la Convención”

Por Redacción EL DÍNAMO
"Yo ya no le creo mucho al Presidente Boric: me he ido convenciendo que su personaje de segunda vuelta era una careta no más. Y eso es buen decepcionante. Mentir en política nunca es gratis".
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Pone reglas del juego precisas: la entrevista será por escrito y sobre un único tema, el de su tesis para obtener el grado de doctor en teoría política en la Universidad de Oxford. “Bastante lejos, aunque no tanto, de mi formación original como antropólogo”, dice el investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) y cada vez más influyente columnista Pablo Ortúzar (36).

El principio de subsidiariedad es el tema de su tesis. Súper acotado. Pero luego se desbordará a un poco de mucho. Sobre todo a lo mucho que nos jugamos este 4 de septiembre en el plebiscito de salida. Al respecto, dice:

-Después del 4 de septiembre, creo que es claro que no vienen años buenos, gane quien gane. Se avecinan 15 años dolorosos y tortuosos. Por lo menos, eso sí, ya se instaló que es necesario un texto constitucional distinto al bodrio expelido por la Convención. Y ahí cada uno hace sus cálculos de que si confía más en este grupo o en tal otro para hacer esas modificaciones. Yo ya no le creo mucho al Presidente Boric: me he ido convenciendo que su personaje de segunda vuelta era una careta no más. Y eso es buen decepcionante. Mentir en política nunca es gratis. Ahora, lo que Chile necesita en mayor medida es un lugar, un momento de encuentro en que podamos reafirmar que todavía queremos vivir juntos y enfrentar ese futuro difícil, juntos. Que todavía somos un país y un pueblo, más allá de nuestros desacuerdos. Esa opción, me parece, sólo la posibilita el rechazo: la posibilidad de convertir ese 80% de entrada en un 80% de salida. El apruebo, en cambio, instala una Constitución escrita en un espíritu exactamente contrario, donde cada lote ve como enemigo al resto, agarra lo que puede y se encierra en sí mismo.

Antes de partir, algunos datos biográficos del antropólogo que la lleva en términos de pensamiento liberal conservador en Chile. Un hombre joven que se inició en la izquierda, cuando era adolescente y escuchaba a los Fiskales Ad Hok en la región de Los Lagos, donde vivió infancia y juventud. “Nací en Brighton, Reino Unido. Crecí en la Décima Región. Viví en Chiloé, Llanquihue y Puerto Varas. Estuve en los colegios Deutsche Schule, Germania y Puerto Varas. Y terminé mis estudios en Puerto Montt, en el colegio San Javier. Mi familia venía de Santiago, pero nunca he logrado sentirme a gusto ahí”, confiesa. Entonces, era bajista en una banda punk llamada Sin Talento, y un descreído. Hoy nos sorprende cada tantos domingos con su fe.

–¿Eres una persona religiosa?

–Tuve una educación superficialmente católica, pero el cristianismo supersticioso, clerical y punitivo de ciertos círculos de clase alta me hizo alejarme por completo de la fe durante la adolescencia. Comencé a volver después, cuando, a partir de lecturas sobre el don en economías primitivas entré en contacto con las doctrinas cristianas sobre la caridad. De ahí en adelante ha sido un proceso de conversión lleno de satisfacciones. En la ciudad de Dios he encontrado la ciudadanía y la pertenencia que no tengo en ninguna ciudad terrena. Gracias a la tesis doctoral he podido, durante estos años, formarme en la tradición judía y en la patrística, y han sido, intelectualmente, los años más felices de mi vida. 

Sálvese el que pueda

–¿Por qué decidiste hacer tu tesis sobre el concepto de subsidiariedad?

–La idea de la subsidiariedad es fascinante; intenta hacer visible a la sociedad como algo distinto y no reducible ni al Estado ni al mercado, con dignidad y funciones propias. En el IES llevamos años investigando y publicando al respecto. Pero fue en 2015, después de editar un libro sobre el tema, que comencé a experimentar la sensación de que mientras más leía sobre el asunto, más se desparramaba. Y ahí decidí, con ayuda del equipo, que quería hacer un doctorado en la historia del principio. Escudriñar sus orígenes para comprender mejor sus particularidades. Y así terminé en Oxford. Y, ya en Oxford, la investigación me llevó al Segundo Templo de Israel y a la formación y triunfo del cristianismo en Roma. Tuve que viajar trece mil kilómetros para terminar viajando más de dos mil años hacia atrás.

–Para muchos en el principio de subsidiaridad está la raíz del descontento que explotó en octubre de 2019, ¿lo ves así? ¿Es culpable o inocente?

–La idea de subsidiariedad permitió, en su momento, sellar el vínculo entre liberales y conservadores durante la dictadura. Suele olvidarse que el mundo conservador vio con extrema desconfianza la revolución de los Chicago Boys. Moral, intelectual y políticamente, generó enormes resistencias. Basta revisar los escritos de Mario Góngora o las columnas de Ricardo Claro de la época. Jaime Guzmán, moviéndose entre ambos mundos, fue hábil en usar la subsidiariedad como bisagra, pues los conservadores veían en ella un principio de la doctrina social de la Iglesia católica que consagraba la prioridad ontológica de la persona humana y sus asociaciones frente al Estado, mientras que los liberales la entendían como darle prioridad última a la libertad individual contra el Estado. Es interesante cuando Enrique Ortúzar, que entiendo era agnóstico y seguidor de la tradición constitucional estadounidense, habla del principio como fundamento arquitectónico del proyecto constitucional, pero en lenguaje católico, de los cuerpos intermedios. Ahí uno ve el triunfo persuasivo de Guzmán.

Pablo habla de “las nupcias finales entre liberales y conservadores”. Y afirma que se celebraron en el Centro de Estudios Públicos, donde se  publicó un libro editado por Eliodoro Matte sobre la coherencia de la Doctrina Social de la Iglesia y el liberalismo económico, y le dieron como bombo en fiesta a las ideas de un teólogo americano llamado Michael Novak, que básicamente mezclaba a Friedman con Juan Pablo II.

Concluye: “El éxito económico y el desfonde intelectual conservador hicieron después que lo que terminara primando fuera esta segunda forma de entenderla y, por eso, hoy libertarios e izquierdistas concuerdan en que subsidiariedad significa desregulación y exclusión sistemática del Estado en el ámbito de las prestaciones básicas. Hoy esa privatización poco regulada de los bienes básicos  es, no sin razones, considerada como un mal estructural que reproduce y profundiza la desigualdad de acceso a esos bienes”.  

–¿Qué papel que tuvo el Estado en la recuperada democracia, la de los 30 años, y cuál es el que debería tener?

–Creo que pensamos demasiado poco en el Estado. La izquierda tiende a pensar que lo público es exclusivamente lo estatal y que lo estatal es patrimonio de ellos. Un ejemplo de esta mentalidad es el ex rector de la Chile Ennio Vivaldi. La derecha, por su parte, tiende a  hablar del Estado vinculándolo a conceptos como “grasa”, robo e incompetencia. Ambas visiones le hacen una violencia terrible a nuestra tradición republicana, además de oscurecer el vínculo entre sociedad y Estado. El resultado es que en vez de construir un mejor Estado, capaz de orientar y soportar las exigencias de una sociedad de clase media que antes no existía, nos hemos concentrado en su repartija y demolición sistemática. En este sentido, el proyecto constitucional de la Convención es una especie de procedimiento de quiebra más que de constitución de un orden: literalmente se parte en pedacitos el Estado y se reparte entre grupitos y grupúsculos que se sienten acreedores del poder constituido.

–¿Es la subsidiariedad un concepto meramente económico o, tal como fue aplicado en Chile, torpedeó materias de otra naturaleza que terminaron afectando nuestra manera de ser como sociedad?

–El principio de subsidiariedad le entrega prioridad a las organizaciones intermedias, que están entre el individuo y el Estado, para hacerse cargo de los asuntos que caen naturalmente en su ámbito de competencias Y también establece la autoridad política debe actuar de manera habilitadora respecto a estas organizaciones, ayudándolas a recuperar su capacidad de hacerse cargo de sus propios asuntos, cuando dichas instituciones se ven en problemas. De ahí el nombre del principio: subsidio significa ayuda, soporte o fuerzas de reserva. Propone un poder que suple sin suplantar. Por eso se dice que tiene una faz negativa, que refiere a la autonomía de los cuerpos intermedios, y una positiva, que refiere a la forma en que la autoridad política debe ayudarlos a que estén en condiciones de cumplir su función. Visto así, claramente el orden en que vivimos aparece al debe. Las organizaciones intermedias están, en extremo, debilitadas, el Estado desaparecido y los privados muchas veces desentendidos de su rol social. Un orden, como decía el profesor Fernando Robles en “El desaliento inesperado de la modernidad” tipo “sálvese el que pueda”, claramente en tensión con el principio mismo, que apunta justamente a preservar el vínculo social y no a destruirlo.

–¿Tiene el texto resultante de la Convención Constituyente rasgos subsidiarios en algún lado o abomina de ellos y los proscribe abierta o veladamente?

–En esto hay una gran ironía, porque el texto de la propuesta constitucional parece mucho más empapado de ansias subsidiarias que el de la Constitución hoy vigente, la del 2005. La idea de cuerpos intermedios autónomos de diverso tipo asistidos por el Estado la atraviesa de punta a cabo, y hay una clara pretensión de darle prioridad a la sociedad sobre el Estado. Toda esa cosa de pueblo contra partidos. Sin embargo, se comete el exceso brutal, como ya dije, de hacer tiras el Estado y repartirlas entre grupos de todo tipo, prácticamente disolviéndolo. Cosa que nos encamina directamente a una versión pobre y triste de esa precariedad clientelista, injusta, caótica y corrupta que es hoy Argentina. En el fondo, la propuesta pretende disolver el Estado y la política en “los pueblos” o “el pueblo” o “los territorios”. El convencional Renato Garín no anda tan perdido cuando dice que hay una pulsión teológica detrás de ese afán. Varias de las cabezas convencionales son acólitos descarriados buscando instalar “El Reino” por sus propias manos, absorbiendo la autoridad temporal en estas majamamas identitarias, etnonacionalistas, “ancestrales” y cúlticas. Y el resultado de esas intentonas, que ha habido muchas en la historia, ya lo conocemos: caos y violencia. Le falta Romanos 13 a esos acólitos. El orden temporal no existe en vano, y requiere ser preservado y respetado también. 

–¿Votan apruebo los antisubsidiariedad y rechazo los amantes del Estado subsidiario?

–La cosa más bien parece un baile de máscaras. Yo creo que hay poca claridad y mucha liviandad en términos del análisis de lo que estamos votando el día 4, especialmente desde la izquierda joven que llegó al poder. La nueva izquierda se jacta de alimentar y contener un ejército de intelectuales y esos intelectuales, acomodados hasta la náusea en nuestro desastroso aparato universitario, se jactan de criticarlo todo. Pero a la hora del plebiscito, salvo Noam Titelman, han operado como porristas y sicofantes dedicados a seguir la coreografía dictada por La Moneda. En el campo intelectual asociado a la derecha, en cambio, fuimos mucho, muchísimo más duros con Piñera. Ahora apretamos también a Boric y la nueva intelligentsia, en vez de ponderar esas críticas, se dedica a llorar y matonearnos. Y yo honestamente creo que Boric y su entorno, a pesar de todos sus éxitos electorales –porque para campañar son buenos–, no saben realmente para dónde va la micro. El “antineoliberalismo” es un paraguas imaginario, donde cabe casi cualquier locura contraria a lo establecido, pero no un proyecto político. El proyecto constitucional me parece que empuja al país entero hacia la confusión y las contradicciones de esta izquierda identitaria. Los intelectuales del sector podrían jugar un rol relevante en detener ese desastre, pero se ven consumidos por la suave sensación de estar “en el lado correcto de la historia”, aunque no tengan idea dónde están. Hasta el capellán de La Moneda, que si de algo sirviera sería para sostener con claridad la bifurcación entre autoridad temporal y espiritual, parece andar perdido en estas lindezas, pandereteando la nueva Edad Dorada que Boric promete realizar en la tierra por medio del proyecto constitucional.

Twitter: un basural para quedar como idiota

Ortúzar fue parte de la campaña presidencial de Evelyn Matthei en 2013, la que en sus propias palabras “había nacido muerta”. Ella vino a reemplazar a Pablo Longueira, luego de su renuncia y el entonces joven antropólogo asumió como encargado de su programa cultural. ¿Cómo ve hoy las posibilidades de la alcaldesa de Providencia? ¿Es ella la líder que debería darse la derecha?

–Matthei es el único político con el que no me arrepiento total o parcialmente de haber colaborado: es una persona de convicciones y de carácter firme. Armamos un equipo y creo que el programa de cultura que logramos sacar, centrado en la habilitación cognitiva y en vincular al “mundo de la cultura y las artes” con el de la educación, conserva actualidad y valor. Fue también muy interesante poder observar el medio de los artistas y conversar con algunos de ellos. Me sacó de algunos prejuicios políticos, pero me dejó para siempre con una impresión trágica, parecida a la de Gusinde frente a los fueguinos. Y es que resulta que los artistas viven entre contradicciones terribles: cultura mezclada con precariedad material, sensibilidad mezclada con tremendas asperezas, y elitismo mezclado con convicciones populares y de izquierda. Están, la mayoría, atrapados en esas contradicciones. Y, al final, siempre terminan de clientes de la fuerza política de izquierda de turno, que lo compra por migajas, pues sabe que ya los tiene en el bolsillo. La única manera de que conquisten la independencia, en vez de profundizar el clientelismo estatista, es haciendo crecer las audiencias y aumentando la capacidad adquisitiva de las personas y su tiempo libre. Pero esa visión del desarrollo, a muchos de ellos, les suena terrible, casi pecaminosa. Y ahí siguen. 

–¿Te acomoda el rol de columnista? ¿Pensaste que llegarías a tener influencia cuando partiste? 

–Mis primeras columnas las publiqué en un blog de La Nación virtual que nadie leía, y que tenía un diseño muy extraño, con colores pálidos. Eso fue como hace 15 años, cuando en el IES decidimos que queríamos incidir en el debate público y nos pusimos a buscar espacios para lograrlo. Yo   trataba de armar estas columnas, que me quedaban realmente malas. Venía todavía con esa pretensión académica de agotar el tema en un pequeño espacio, considerando todos los puntos de vista y citando a autores. Lo que un académico tiene que hacer en un paper. Quedaba un mamotreto terrible. De a poco, fui aprendiendo que la gracia del columnismo es tomar y ofrecer una posición. Tirar un combo lo mejor pegado posible sabiendo que vendrán combos de vuelta, porque nadie puede agotar un tema en una columna. Se requiere esa humildad de saber que se está contribuyendo al debate público articulando una voz parcial, y no dictando la conclusión definitiva.

Así, le fue “agarrando la mano y el gusto al asunto”. Pasó de La Nación a El Mostrador y a La Segunda, después a Qué Pasa, hasta terminar La Tercera los miércoles. “Luego llegué a los sábado y este año a los domingos. Ha sido una travesía entretenida y exigente. Hoy a todos los investigadores nuevos del IES, que llegan siempre en formato paper, les vamos también sacando trote como columnistas. El campo de entrenamiento es brutal –la crítica fraterna es con todo– y el resultado es ayudar a la formación de académicos ambidiestros, que se sienten igual de cómodos armando artículos académicos que columnas de opinión, y pueden saltar de un registro a otro”.

–Pros y contras del “columnismo”.

–La parcialidad de la opinión, aunque sea informada, siempre enoja a alguien. En parte de eso se trata. Siguiendo los cruces de opiniones es que uno también se va formando la propia. Eso obliga a estar muy metido en la contingencia, que a veces agota. Pero con los años se va viendo que el debate público es como el golfo del Corcovado: olas grandes y pesadas sobre las que saltan pequeñas y agitadas olas menores. Ahí se navega, a veces con tormentas tremendas. También genera, a veces, mala sangre con personajes de la academia que piensan que una columna es simplemente una versión degradada y pobre de un paper. Esto empeora, además, cuando las universidades comienzan a premiar a sus académicos por salir en la prensa, como si fuera la única forma de hacer extensión. Y ahí empiezan las descalificaciones gratuitas, desde la frustración con un mundo que no entienden ni aprecian. Igual, todo esto es pura chimuchina.

–¿Quién en ese ámbito de inspira?  

–Carlos Peña es impresionante, aunque ande ahora metido en unas truculencias argumentativas. En sus mejores momentos como que se apropia de El Mercurio entero y casi del espacio de la opinión pública. Ha sido una gran cosa vivir el momento de cosecha de Peña: la tonelada de libros que ha escrito en pocos años. Es una figura imprescindible. También leo a Daniel Mansuy, Josefina Araos, Joaquín Trujillo, Roberto Merino y Pedro Cayuqueo. Las columnas de Alejandro Vigo, Arturo Fermandois, Alfredo Jocelyn-Holt y Sol Serrano nunca decepcionan, aunque no se dedican tanto a eso. Y, por supuesto, están Héctor Soto y Ascanio Cavallo. También leo artículos en la Revista Rosa, porque ahí uno ve en qué está la izquierda joven más radical, y a veces salen cosas bien buenas. De los antiguos, disfruto enormemente a Jenaro Prieto. Y, por último, las columnas se parecen harto a las cartas y predicas de personajes eclesiásticos potentes como Ambrosio o Agustín. O a los escolios afilados de Gómez Dávila. Mucho material ahí. 

–¿Y cómo ves las discusiones en redes sociales?

–Twitter es un basural que deja como idiotas a la mayoría de los que participan ahí. No creo que nadie tenga hoy en día déficit de desprecio por la humanidad, pero si tal cosa es posible, dos minutos ahí pueden curar a cualquiera. La vida está en otra parte. 
 

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