Es la desilusión…
Lo que si resulta incomprensible en esta región, es todo lo que costó alcanzar y sostener la democracia para que ahora, livianamente, parte del inconsciente colectivo hable de la necesidad de volver al autoritarismo para resolver los problemas cotidianos de fondo, como la seguridad; la corrupción; y la economía de bolsillo, temas que tenemos claro que son endémicos y no recientes. Quizás, esta novedad también sea efímera.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección
El mundo no es lo que fue, ni tampoco es lo que será. Porque el devenir que parece previsible no lo es, y son nuestros miedos; nuestras frustraciones; nuestras ansiedades, las que generan la rabia y tambien la pasión desmedida. En la política, esencialmente, y en la vida en sociedad, sucede con mayor claridad.
El romanticismo de la convivencia progresista y de la equidad social parece haber sido opacada por el supuesto pragmatismo, que cuando no hace realidad el relato vuelve a generar disconformidad y así sucesivamente, jugando como en una cinta interminable de Moebius.
Cuando la normalidad es lo que cambia, los que se suponen conservadores serán los revolucionarios, solo por el hecho de ir contra la evolución que suponía el progresismo de salón, aquel que abrazan los que imaginan un mundo como Lennon. Claro que todos queremos ese mundo, pero sabemos que la naturaleza de nuestra especie lo hace una utopía.
Pasar de un mundo que es social (sin ismos), que se manifiesta en relaciones inevitables que son más o menos equitativas según sean los participantes, a un mundo individual que confunde el progreso con el sálvese quien pueda, parece ser hoy el discurso ganador de una política en la que predomina la fuerza y lo material por sobre los ideales.
De allí que las maniobras de propaganda y de guerra psicológica, superan a toda instancia política que básicamente recurre a los acuerdos.
En este espacio de inmediatez, insatisfacción y controversia, se profundizan los antagonismos, la creación de enemigos y traidores por sobre el concepto de adversario.
Es bueno recordar que el antagonismo en la política previo a la primera guerra mundial hasta el final de la segunda, era un antagonismo social entre capital financiero y productivo capitalista versus clase obrera que representaba al proletariado.
La montaña de muertos de la primera gran guerra, fue una masacre proletaria que le permitió al mundo de la época, abrazarse al capitalismo como único modelo, aún cuando ese capitalismo sea ejercido por el Estado mismo.
Hoy podríamos decir que hay muchísimos más trabajadores, pero éstos ya no se identifican como “proletarios” y por lo tanto tienen menos conciencia política.
En definitiva, no hay oposición política ni social al capitalismo como lo representaba el viejo socialismo, el que fue románticamente transformado en un modelo trasgresor del statu quo conservador, lo que generó una “izquierda” sociocultural, capitalista, pero sostenida en un modelo que se apropia del progreso y la evolución con pilares como la ecología, la equidad de género, el veganismo, y tal vez con un relato que se olvidó de las necesidades esenciales del ser humano.
Todo light, cuándo ya lo light parece haber pasado de moda.
Ante esta disconformidad crónica frente a lo social, aparencen espacios ocupados por quienes traen viejos modelos que son piezas de un museo de grandes novedades (el capitalismo individualista y acumulador) que plantea la solución total a partir de restaurar el orden y los valores ancestrales perdidos en la sociedad. Los extremos…
Reaparecen gastadas soluciones disfrazadas con un nuevo relato pragmático con sesgos conservadores sostenidos en hacer patria, blindar a la familia y a la propiedad, dando rienda suelta a un discurso de libertad individual que, todos lo sabemos, resulta impracticable en un mundo irremediablemente social.
Ese mundo social no puede evitar que exista un Estado regulador, eficiente para administrar recursos públicos que son imprescindibles para la educación, la salud, la seguridad y la justicia.
Cualquier otro modelo de libertad, es falso.
Javier Milei había prometido un anarcocapitalismo, pero quedó demostrado que su ortodoxia para implementar el ajuste no es anárquica.Había puesto en duda lo público, sin embargo busca eficientizar lo público.
Donald Trump por otra parte, se hace cargo de su vector estratégico “América para los americanos”, haciendo gala de un fortalecimiento nacionalista, patriarcal y proteccionista.
¿Acaso la gente común ve en ese modelo una alternativa novedosa?
Es que el fracaso del paraíso representado por el Estado de Bienestar, renueva la esperanza de un cielo que tampoco existe para todos, pero el contrarelato de la acción concreta y la decisión inmediata resulta convincente para los desesperanzados.
Esos viejos nuevos modelos que se dicen pragmáticos, definen que la calidad de la política debe medirse por la decisión y la acción aunque haya que arrasar con la burocracia de la democracia liberal.
Lo que si resulta incomprensible en esta región, es todo lo que costó alcanzar y sostener la democracia para que ahora, livianamente, parte del inconsciente colectivo hable de la necesidad de volver al autoritarismo para resolver los problemas cotidianos de fondo, como la seguridad; la corrupción; y la economía de bolsillo, temas que tenemos claro que son endémicos y no recientes. Quizás, esta novedad también sea efímera.
Este vaivén entre extremos nada resolverá si no hay madurez social para entender quienes son los falsos profetas que auguran prosperidad a cambio de rendirles pleitesía.
La confianza y la credibilidad de las instituciones y la reputación de quienes las representan, son los atributos clave para convencer al mundo. Mucho más allá de un relato y un contrarelato escrito por algunos desvelados que aprovechan los espacios de una sociedad cansada de gritar.
Vivamos en democracia. Así aseguramos nuestra libertad, al menos que busquemos la confortabilidad y el adormecimiento de que nos digan lo que tenemos que hacer…y pensar.