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19 de Julio de 2013

Vinos pálidos: La desertificación que avanza hacia la zona central

La temperatura ya ha subido. Al menos un grado de promedio en los últimos 30 años, según numerosos estudios, incluidos los de la Nasa. En Chile, los efectos de la subida afectarán a todo el territorio pero serán más extremos en la zona centro sur.

Por Juan Sharpe
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El desierto avanza hacia el sur y terminará instalándose entre Rancagua y  Curicó. Los grandes vinos de los valles centrales empiezan a perder su color y necesitarán trasladarse al sur del Bíobío para mantener su calidad y particularidad. Los glaciares pierden más agua de la que acumulan. La temperatura aumenta progresivamente provocando cambios en la agricultura. La sequía entra en su sexto o séptimo año consecutivo. Los agricultores claman por embalsar toda el agua antes de que llegue al océano.

2050 es el plazo que los expertos fijan para que las hasta ahora visiones de ciencia ficción apocalíptica se terminen de materializar. Hace poco tiempo eran advertencias de algunos científicos y ahora son certezas sufridas por los agricultores, los regantes, los productores de hidroenergía, y los habitantes de ciudades y el campo.

Más temperatura, menos lluvias

La temperatura ya ha subido. Al menos un grado de promedio en los últimos 30 años, según numerosos estudios, incluidos los de la Nasa. En Chile, los efectos de la subida afectarán a todo el territorio pero serán más extremos en la zona centro sur.

Una investigación dirigida por Fernando Santibañez, doctor de la facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Chile, resume los síntomas de la mutación. El primero es “el calentamiento progresivo del aire, que irá provocando cambios encadenados y graduales en la conducta de la atmósfera. El síntoma más directo será el aumento de la frecuencia de las temperaturas elevadas que podría llevar al valle Central a superar con cierta frecuencia los 35º C”.

Una consecuencia del calentamiento de la zona central es el ascenso de la cota de la isoterma de 0 grados, que se moverá algunas centenas de metros hacia arriba en los Andes, reduciendo la precipitación en las cuencas y favoreciendo un aumento del escurrimiento invernal en perjuicio del veraniego.

Este hecho, sumado a una menor pluviometría, reducirá la disponibilidad de agua, especialmente en el periodo estival, cuando el calor aprieta.

Juan Quintana, climatólogo de la Dirección Metereológica de Chile, autor de una investigación sobre la pluviometría entre 1900 y 2013, explica que la precipitación en ese período “es cada vez menor si comparamos con el largo plazo”. En la estación oficial de Quinta Normal (Santiago), la lluvia caída en los últimos 113 años ha registrado una disminución superior al 40 por ciento.

O sea, temperaturas más altas ya empezaron a ocasionar escasez de agua disponible, sobre todo en verano. En un supuesto ranking, es el primer cambio importante, que trae consecuencias mayormente en la agricultura. La bendición, en el caso chileno, es la vecindad del territorio al océano, que atenúa los efectos de este aumento de temperaturas.

El agua o la vida

Hay voces alarmistas y pronósticos catastrofistas pero también hay quienes ven esta evolución del clima como una gran oportunidad para mejorar los sistemas productivos, tecnificar y racionalizar el uso de las aguas, porque al final, todas las conclusiones de los estudiosos acaban enfocadas en el agua, fuente original de toda las formas de vida y madre de la producción agrícola.

También abundan analistas que auguran guerras por el agua en las próximas décadas y curiosamente, Chile, considerado el segundo país del mundo en reservas de este recurso, ya tiene conflictos. Por su escasez, por la privatización de sus reservas, por la lentitud de reacción y dispersión  de políticas públicas que planifiquen y distribuyan el agua según las necesidades territoriales de sus habitantes y productores.

Según expertos en el mundo del agua dulce, “a pesar de que la Dirección General de Aguas (DGA) supuestamente tiene la administración hay más de 40 organismos con mando pero sin jerarquía (Ministerios de Agricultura, MOP, Medioambiente, DGA, Sernapesca, Indap, entre ellos)”.

Un estudio del Banco Mundial encargado por el MOP  propone cambiar la institucionalidad y crear una subsecretaría de Recursos Hídricos, dependiente del MOP para zanjar esta dispersión y centralizar las políticas públicas. La crisis aprieta y el cambio ha sido súbito: “hasta hace menos de 10 años ‘los viejos’ decían que el agua era un maná que brotaba infinitamente y alcanzaba para todos. Ya no”, dice una periodista que trabaja en este ámbito.

También hay especialistas más preocupadas por la elevación de temperaturas antes que por el agua, como Pamela García, de la Comisión de Emergencia Agrícola y Gestión del Riesgo Agro Climático (CREA), en  O’Higgins, que tiene una mirada complementaria: “podemos generar formas de acumulación de agua, mejorar el riego y optimizar su uso, pero, ¿qué hacemos si las temperaturas se disparan, o dejamos de tener frío, o dejamos de tener una buena oscilación térmica?”.

García avisa sobre un problema en el foco de las incipientes políticas públicas: “el manejo de la variable de la temperatura tiene un costo mayor y requiere más inversión que mejorar las tecnologías de uso eficiente del agua”.

El vino pálido

La forma en que se expresa el calentamiento es el segundo síntoma del manual del profesor Santibáñez. Aumentarán las temperaturas mínimas y las nocturnas, “lo que podría perjudicar los frutos en muchas especies. Igualmente negativo puede ser este fenómeno, para el desarrollo del color y aromas en vides y especies de piel coloreada”.

Este asunto está provocando una auténtica preocupación en los productores del buen caldo chileno y algunos ya han empezado a plantar más al sur y meditar sobre la conveniencia de plantar nuevas cepas.

Los valles entre la IV y la VIII regiones producen tan buenos vinos, entre otros factores, gracias a una propicia oscilación térmica, “y eso también permite la generación del pigmento que da la coloración, lo que da un vino que tiene una cierta característica. Pero podemos ir perdiendo ese diferencial acercándonos a los países tropicales, donde la oscilación térmica es mucho más baja”, explica Pamela García.

El cambio de temperatura es una de las variables que va a influir en  la decisión de empezar a producir otras variedades. Algunos científicos han predicho que en 30 años el vino estará produciéndose en Valdivia.

Pero las crisis generan oportunidades de cambios creativos. Un estudio de la U. Austral y el IEB, contado por Ricardo Acevedo, revela acciones que mitigan estos efectos “conservando pequeñas concentraciones de bosques de tipo esclerófilo –nativos– para crear microclimas, y enfríar el ambiente”.

Olga Barbosa, de la universidad Austral y su equipo del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, están trabajando en viñas para crear corredores de vegetación alrededor de los parronales: “ya se han sumado 14 viñas, con un total de 600 hectáreas como promedio, que representan el 78 por ciento de las exportaciones”.

Menos rendimiento, más insectos

Hay más predicciones sobre otros cambios en la agricultura de los valles centrales. Santibáñez pronostica algunos: “el calentamiento acelerará los ciclos vitales de las plantas, de los insectos y de los agentes patógenos, lo que podría hacer más difícil y costoso mantener la sanidad de los cultivos, y favorecerá una mayor dispersión geográfica de las plagas y enfermedades”.

Esto quiere decir que la aceleración del ciclo vital de las plantas reducirá su tiempo para generar semillas y frutos, “afectando negativamente a los rendimientos”.

Y sentencia que para neutralizar este fenómeno, “las áreas cultivadas deberán desplazarse en latitud o altitud, buscando climas más frescos cuando sea posible o cambiando las fechas de siembra buscando una mejor combinación de temperatura y precipitación”. La conclusión es drástica: “en regiones donde ninguno de estas dos posibilidades exista, los rendimientos fatalmente caerán”.

La crisis en el campo real

Los diagnósticos globales tienen un campo de batalla local. Todas estas historias ya las saben antes que nadie en el campo porque las observan y las padecen, tal como los urbanícolas conocen los efectos de la sequía en los valles del Norte Chico y de la V Región, algunos ya declarados zonas en emergencia hídrica, cuando se dispara el precio de las paltas o chirimoyas.

Lo saben también en el campo por otras evidencias: antes encontraban agua a 7 metros de profundidad cuando cavaban pozos, hoy pueden taladrar 70 metros para conseguir una buena napa.

También lo saben porque han empezado a desaparecer o ralear especies típicas como quillay, boldo, litre, peumo y maitén. Y, porque empiezan a padecer tormentas eléctricas o granizadas cortas y torrenciales que eran infrecuentes en sus regiones, y que amenazan las cosechas.

Ahora los agricultores miran con ojos ávidos las aguas que corren hacia el mar, “perdiéndose”, y trabajan con las Juntas de Vigilancia de Aguas, y los gobiernos regionales para influir sobre las  políticas públicas y conseguir financiación para construir mini embalses y aprovechar ese líquido que les pena, o para conseguir recargar acuíferos, para tecnificar sus riegos o mejorar la medición de los caudales.

La comisión de Fomento Productivo del Gobierno Regional de O´Higgins, acaba de aprobar el estudio para la construcción del primero de esos mini embalses en el río Claro (Rengo).

Guillermo Toro, presidente de esa comisión, ilustra la súbita toma de conciencia que les ha provocado esta escasez: “si un israelita del área agrícola viera cómo desaprovechamos el recurso, se volvería loco. Este primer proyecto viene a cumplir parte de los desafíos que enfrentamos. Son proyectos costosos, pero no vamos a colocar en riesgo los desafíos que tenemos como región agrícola”.

Graciela Correa, ingeniero agroindustrial y gerente de la Federación de Juntas de la VI Región, la única del país, cuenta cómo han  apoyado también proyectos que incorporan telemetría, o sea, ingeniería de precisión para medir el agua en los ríos, imprescindible en las actuales condiciones de merma de caudales: “nuestra meta es contar con al menos el 60% del agua disponible en la región bajo medición en línea, de manera que podamos poner a disposición de los usuarios información precisa sobre los comportamientos de los cauces y mejorar la toma de decisiones de los regantes en los distintos territorios”. Cada litro de agua es un pequeño tesoro.

La ineficiencia del riego

Los regantes buscan embalsar el agua que consideran perdida cuando desemboca en el mar pero hay científicos que advierten sobre el riesgo de esta política y previenen sobre cierto alarmismo instalado.

Roberto Urrutia, biólogo, doctor en Ciencias Ambientales del EULA, el centro de investigaciones de la Universidad de Concepción, piensa que se trata de una mirada errónea: “el agua no se pierde en el mar, al contrario, hay que respetar el flujo de los caudales porque aportan nutrientes y alimentan esos ecosistemas”.

Para Urrutia es necesario que los agricultores “mejoren sus técnicas de riego porque a penas aprovechan el 30 por ciento del agua por ineficiencia en la conducción” de esas aguas.

También coincide en la eficacia de la telemetría como tecnología adecuada y recomienda políticas públicas para la reforestación, inexplicablemente que está fuera de la agenda, y no cree que los cambios climáticos cambien tanto el tipo de cultivo si se mejora la tecnificación de la agricultura. Estos cambios son también una gran oportunidad”, explica.

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