
Último día nadie se enoja
El amor y la pedagogía forman una mezcla peligrosa pero inevitable. Chile educa a golpes, con amor áspero, y Boric se dejó educar.
El amor y la pedagogía forman una mezcla peligrosa pero inevitable. Chile educa a golpes, con amor áspero, y Boric se dejó educar.
Sin discurso preparado de antemano, sin programa conocido, Harold vino desde el sillón —o desde el jardín— a hacernos ver hasta qué punto el resto de los aspirantes está a punto de perder cualquier lazo con el sentido común.
Juan Pablo Hermosilla es un abogado defensor que defiende antes que todo y sobre todas las cosas a sí mismo, y últimamente a su hermano. Grandilocuente siempre, acusa de declive total al sistema político y al judicial cada vez que no se le da la razón.
La soberbia de Kast no es la del dictador que grita órdenes, sino la del pastor que guía a su rebaño convencido de que él —y solo él— conoce el camino hacia la salvación.
Mario Marcel tuvo que afrontar una economía tan destrozada como el centro de Santiago después del estallido y la pandemia. Restos de una doble tempestad, más una incapacidad ya endémica para producir, crecer, inventar, intentar algo nuevo.
Gustavo Gatica quiso ser diputado por el Frente Amplio, el espacio que parecía esperarlo por edad y condición social. Pero el partido “de los no tan jóvenes” descubrió, tarde y mal, que ser víctima no basta para ser candidato, y que un escaño parlamentario no es la forma legítima de reparar un crimen de Estado
Parisi no es un adolescente que nunca entendió que ser padre implica deberes. Tampoco es un académico despistado que pasea hasta demasiado tarde con los alumnas, ni un político excéntrico con buenas intenciones que hace campaña desde otro país que el que quiere gobernar. Es alguien que calcula perfectamente sus errores.
Evelyn y su comando comprendieron algo que hasta entonces parecía habérseles escapado: que en el mundo de las redes sociales, de los bots y las fake news, la peor estrategia es hacer lo lógico, lo normal, lo esperable.
Como el rey Salomón, Undurraga tiene que partir su partido en dos. Dividirlos entre quienes ven en Jeannette Jara la continuidad de Bachelet, y quienes ven en Evelyn Matthei la versión viable de Frei Ruiz-Tagle.
Manouchehri sabe que, gracias a que hay poco vino tinto y poca empanada en su sangre, gracias a que no se parece nada al chileno medio que representa, las cámaras lo quieren. Aprovecha ese cariño para presentar los más aventurados proyectos de ley y hacerse parte de toda suerte de casos judiciales donde, una vez más, las cámaras se encontrarán con el azul de sus ojos escrutadores y justicieros.