La reciente resolución de la Corte de Apelaciones de Antofagasta en el caso ProCultura –donde se concedió un recurso de amparo con fundamentos jurídicos endebles y argumentos marcadamente políticos– no hace sino confirmar el debilitamiento de la legitimidad del actuar judicial.
Chile no necesita más discursos éticamente superiores, ni más símbolos vacíos. Necesita responsabilidad, ética sin arrogancia y humildad para reconocer errores. La probidad no se predica: se práctica, aunque sea sin corbata.
La reforma al sistema político contempla -entre otras materias- sancionar con la pérdida del escaño a los parlamentarios que renuncien a la colectividad que patrocinó su candidatura o cuando decidan trasladarse a otra bancada.
El centro político tiene hoy la oportunidad de volver a ser gravitante. No está obligado a ser el vagón de cola del oficialismo. Puede marcar pauta, reposicionarse en la negociación de pactos parlamentarios y, desde esa plataforma, reconstruir una opción moderada que los extremos han olvidado.
El fin del Socialismo Democrático se aleja, de esta manera, de los gobiernos de coalición que le dieron buenos años a Chile, y de los cuales uno pensaría que son herederos naturales y directos el PS, el Partido Radical y el PPD, como ex miembros de la Concertación, que actuaron unidos por el bien del país.