Francisca Morales, oficial de educación de Unicef: “La verdadera dimensión del daño educativo la conoceremos a fin de año”
Cuando se sepan los resultados de las pruebas Simce, las que finalmente serán tomadas para medir la calidad de la educación y sobre todo el impacto de la pandemia sobre los aprendizajes. Los expertos sostienen que están en riesgo los logros de nuestro sistema educativo de los últimos 20 años. Aquí la conocida experta en el tema, aborda esos perjuicios: inasistencia, retraso en lectura y escritura, abandono escolar, entre otros.
127.786 niños, niñas y adolescentes tienen IPE en Chile. El IPE es el Identificador Provisorio Escolar, un número único que permite a niños, niñas y adolescentes extranjeros con situación irregular en Chile acceder al sistema educativo nacional. Representan el 53,1% de los escolares migrantes, ya que hay otros 112.728 extranjeros matriculados que no cuentan con ese número. En total, son 240.514.
¿Cuál es la diferencia entre unos y otros?
En lo concreto, el IPE permite acceder a las comidas que entrega la JUNJI, pero, tal como nos comentó la defensora de la niñez, Patricia Muñoz, hay ocasiones en que esos almuerzos no alcanzan. “A los que tienen IPE los dejan ir a la escuela, pero la JUNAEB no los tiene contemplados”, nos dijo entonces la defensora.
La psicóloga Francisca Morales (55), oficial de Educación de Unicef en Chile, reconoce que esto estaría pasando, muchas veces por exceso de celo de los responsables de los establecimientos educacionales. Esta reconocida especialista a quien, en esta “segunda pasada por Unicef”, a partir de 2020, le ha tocado conocer de cerca la realidad de la infancia migrante.
La de los niños, niñas y adolescentes que entran a Chile por los pasos fronterizos del norte grande, muchas veces de manera irregular. Explica:
-Ahí se juntaron dos fenómenos muy intensos: la pandemia y la migración, fundamentalmente de venezolanos, que han configurado una gran crisis en la macrozona norte. La migración venezolana está muy marcada por la presencia de familias. Por niños, niñas y adolescentes que llegan en condiciones muy complejas. Las ciudades del norte no daban abasto para acogerlos, por eso se instaló, por ejemplo, el albergue Lobito.
El famoso albergue Lobito, ubicado entre dunas a la orilla de la playa, veinte kilómetros al sur de Iquique, sin servicios a la mano, es más un símbolo de precariedad que de acogida. Así lo han revelado varios reportajes.
-El gobierno anterior lo instaló como una solución de emergencia y lo puso en manos de una productora. La comida la aportaba la Junaeb. Pero ahí no hay trabajo social con las familias. No ha habido planes de salida del albergue ni tampoco de instalación en Chile. La situación es bien precaria. Luego se produce el cambio de gobierno, se va la productora y el tema lo asume el delegado presidencial en la región. O sea, hay una transición sobre otra.
Y la situación precaria se mantiene. No cambia.
-¿Es complejo conseguir el IPE para los niños y qué ventajas ofrece?
-Es un trámite online, que puede ser fácil, incluso a través del teléfono celular. El problema es que no hay matrículas. Los niños, niñas y adolescentes pueden tener IPE, pero no tienen matrícula. La educación pública en Chile en el último tiempo ha vivido una visible reducción de las matrículas. Por otro lado, Chile garantiza que los niños, niñas y adolescentes que entran al país tengan derecho a la educación, independiente de la situación migratoria de sus familias. Se supone que tienen los beneficios que da estar en el Registro Social de Hogares. Esto es subvención escolar preferencial, comida aportada por la Junaeb, la posibilidad de postular al programa Yo elijo mi PC, que les da acceso a computador, pero al final todo queda a criterio del director del establecimiento.
-La defensora de la niñez nos dijo en julio que había niños que, teniendo IPE, se quedaban esperando en la fila del casino, sin almuerzo. ¿Conoces casos así?
-Eso al parecer ha pasado en algunos lugares donde no alcanza la comida para todos los niños. El tema de la educación de la infancia migrante es tremendo y hay que hacerse cargo. Son chicos y chicas que llegan con sus trayectorias educativas muy vulneradas, con rezago escolar, inasistencia por razones obvias, con desescolarización importante. Y las familias consideran que Chile tiene un gran sistema educativo y están llenas de expectativas.
-¿Qué pasa con los adolescentes, con los jóvenes migrantes?
-Lo mismo; traen trayectorias muy vulneradas y muchas esperanzas de las que tenemos que hacernos cargo como sociedad. El IPE permite que terminado el colegio, los jóvenes extranjeros puedan dar la La Prueba de Acceso a la Educación Superior, PAES, pero después no pueden entrar al sistema.
“Lo online es una segunda aula”
La experta de Unicef fue la encargada de cerrar el reciente seminario ¿Cómo avanzamos todo/as junto/as en la escuela?, organizado por el Observatorio por las Trayectorias Educativas y que se realizó hace un par de semanas. En él se dieron a conocer varias investigaciones que revelan el impacto que ha tenido la pandemia sobre el aprendizaje de los estudiantes. Algunos datos, de acuerdo a 35 estudios sobre la relación entre cierre de escuelas y pérdida de aprendizajes en pandemia que se dieron a conocer en el encuentro:
• Casi todos los estudios identifican pérdidas en los aprendizajes (32 de 35).
• El deterioro es mayor entre los estudiantes más vulnerables (en 15 de 20).
• A mayor tiempo de cierre, más alto el deterioro: 25 semanas sin clases presenciales es perder un año escolar de aprendizajes.
Las conclusiones son igualmente desalentadoras. Leemos:
• El deterioro de la asistencia, clima escolar y bienestar socioemocional ponen en riesgo los logros de nuestro sistema educativo de los últimos 20 años.
• La violencia y la mala convivencia escolar no invitan a volver a la escuela.
• Se seguirán resintiendo los aprendizajes, la repitencia que se traducirá en mayor exclusión educativa, lo que acrecentará las brechas socioeconómicas existentes.
Dentro de este cuadro, un dato que resulta particularmente preocupante es que los niños de tercer año básico no sepan aún leer y escribir. Eso sin mencionar las habilidades matemáticas básicas. ¿Qué dice Francisca?
-Este es un fenómeno que se ha dado en distintos países y que está muy relacionado con la cantidad de horas y semanas que estuvo cerrado el sistema educativo en pandemia. En Chile, permanecimos mucho tiempo cerrados y en niveles iniciales, como kínder y primero y segundo básico, los papás hicieron lo posible, pero no están capacitados para asumir esas tareas. Hoy el Ministerio está tomando medidas para abordar el rezago producido, porque mucho del aprendizaje tiene que ver con la comprensión lectora y en tercero básico se requiere que los niños ya lean. Sin embargo, yo tengo la esperanza de que no estamos frente a una generación perdida. Este tema se puede recuperar, como se ha hecho en caso de crisis naturales, pero, sin duda, los niños más afectados son los de sectores más vulnerables. La verdadera dimensión del daño la conoceremos con los resultados del Simce que se toma a fin de año.
-Otro daño es el de la salud mental de los estudiantes y de todos en general. ¿Cómo analizas este impacto?
-Creo que la pandemia nos hizo un favor entre comillas. Nos hizo ver todo desde una mirada más sistémica. Un seminario online del Banco Mundial nos hizo ver unos gráficos que mostraban la cantidad de gente que iba a contagiarse, a morir, a ver afectada su salud mental a causa del COVID-19. Y la curva más alta y prolongada en el tiempo es la última, la de la salud mental, porque la pandemia en ese sentido nos ha afectado a todos, ya sea por lo económico, por el encierro, por los problemas de conciliar el teletrabajo con lo doméstico, por la incertidumbre, por la muerte, porque para qué decir lo que ha significado vivir duelos.
La sicóloga, que fue especializándose en educación al integrarse al equipo del CIDE, centro académico de la Universidad Alberto Hurtado, tiene además formación en terapia familiar.
Desde ese conocimiento habla de la necesidad de tener “un mirada mucho más sistémica de la vida. Esa perspectiva que ha ido instalándose ha sido una importante contribución en los temas de política pública. Desde hace un par de años, coincidiendo con la pandemia, ambas cosas –lo cognitivo y lo emocional– han ido confluyendo. La escuela no es solo lo educativo, también tienen que ver con el desarrollo en un sentido amplio. Hay que poner el desarrollo humano de las personas al centro de las políticas públicas. Temas como la salud mental, el bienestar emocional de los estudiantes, son claves para un buen aprendizaje”.
Antes del estallido social, Unicef y ella misma participó de la investigación “Hacia la construcción de espacios inclusivos: Estudio sobre reglamentos internos y convivencia escolar”, donde analizaron mil documentos de distintos establecimientos chilenos. Explica:
-Es evidente que nadie puede aprender en un ambiente donde es maltratado. El cerebro se cierra y no eres capaz de asimilar nada, porque emocionalmente te bloqueas. La autoestima de niños y niñas, el quererse a sí mismos, se forma en gran medida en el espacio del colegio. Y ahí hay que aprender a reconocer todas las habilidades: las del estudioso, el deportista, el artista. En ese estudio, hecho con Valoras UC y Focus, toda la normativa analizada resultó ser punitiva, orientada a la sanción, al castigo, a la suspensión, a la expulsión. Esas son todas vulneraciones en lugar de que esos reglamentos sean una oportunidad para decidir juntos cómo organizarnos para una buena y sana convivencias. Los estudiantes no entendían por qué usar un piercing era tan grave como hacerle bullying a un compañero. O ponerse un aro equivalente a un abuso sexual. Los chicos no se sienten representados en esos protocolos de convivencia.
Comenta que no alcanzaron siquiera a incorporar lo que luego, a causa de las cuarentenas y las clases telemáticas, se masificó en pandemia: lo virtual. “No indagamos en el mundo cibernético, pero hoy sabemos que todo lo que ocurre en línea debe ser considerado una segunda aula”.
El delincuente de 14 años
La inasistencia se ha convertido en otro grave problema educativo post pandemia. En especial a nivel de salas cuna y jardines infantiles. “La asistencia está muy baja. Hay matrículas, pero los niños no asisten. Y a esa edad es clave estar expuesto a la experiencia educativa. Si no van, pierden. Pierden mucho”.
La especialista lamenta lo poco flexible que es el sistema educativo chileno para asumir la diversidad de los estudiantes y de sus circunstancias. “El financiamiento por asistencia lo complica todo en términos financieros y administrativos. Si una mamá necesita llevar tres veces a la semana a su niño, debería poder hacerlo y que eso no constituyera un problema”.
También impactó en la baja asistencia a la educación inicial que estamos viendo, el que las familias privilegiaron a los hermanos mayores en pandemia a la hora de estudiar. “Si había un PC en la casa fue para los que estaban en enseñanza media en desmedro de los más pequeños. El abandono escolar que tiene un peak en primero medio y segundo medio; ahí es donde se concentran las salidas del sistema, ahora aumentó a nivel de jardines infantiles y de kínder. Las encuestas indican que en el 80 por ciento de las casas hay un solo dispositivo disponible para conectarse y las familias priorizaron su uso para los mayores y soltaron la educación parvularia. Ahí hay una explicación”.
-Había una subsecretaria de educación inicial que decía que la parvularia era la verdadera educación superior. ¿Compartes esa idea?
-Claro, por supuesto. Todos los indicadores dan cuenta que en Chile invertimos más en la educación superior que en la de los más chicos, y eso es lamentable, porque el futuro está en los más chicos. Y lo otro relevante es lograr que las familias entiendan que no basta con que el niño o la niña estén inscritos sino que lo importante es que asistan.
-Aún no sabemos cuántos jóvenes han abandonado el sistema escolar en pandemia. La impresión que tienen en Fundación Súmate es que muchos no han vuelto porque en este tiempo sintieron que la escuela no les servía.
-Para los más grandes, nuestro sistema educativo es muy rígido y eso los aleja. Ofrece poco espacio para acoger a las diversidades en todo sentido. La educación media requiere construir los andamios que permitan a los jóvenes desarrollar habilidades diversas y mantenerse interesados. Y eso se consigue cuando sienten que la escuela les sirve.
La especialista hace notar que en primero y segundo medio, en los sectores más precarizados, los jóvenes empiezan a sentir que son una molestia para su familias y que necesitan generar ingresos. “Y a esto se suma lo que algunos llaman micro exclusiones, cuestiones muy sutiles que hacen sentir a los estudiantes mal tratados, discriminados, marginados. Crear espacios de reingreso para los que han abandonado la escuela y desarrollar un sistema de alerta temprana para detectar a los que están por abandonar es muy importante. Esto último funcionó bien en pandemia. Permitió descubrir a los que están en riesgo de deserción, cruzando distintas variables. Eso fue bueno”.
-La modalidad educativa de reingreso que estaba casi lista en su trámite en el Congreso, al parecer no es del gusto del nuevo gobierno. ¿Cómo la evalúa Unicef?
-Nosotros fuimos convocados a comentar esa propuesta. La conocemos y avanzó de manera interesante sobre todo en su abordaje de la problemática socioemocional que hay en los jóvenes que abandonan y también en su propuesta de aulas de reingreso, que nos parece una manera fácil de incorporar a los alumnos que han abandonado y vuelven al sistema con sus pares. Ellos son jóvenes, por lo que no nos parece que las escuelas para adultos no son lo más adecuado para ellos. Es muy importante que esos chicos y chicas se vinculen con jóvenes de su edad, con sus propias problemáticas, inquietudes, intereses, y no con personas mayores.
Antes de la pandemia los niños, niñas y jóvenes excluidos del sistema escolar se estimaban en 186 mil. A ellos en 2020 se sumaron otros 40 mil. Desde entonces hay nuevas cifras, pero si sólo sumamos el fenómeno de la migración masiva suponemos que son muchos más. A propósito, preguntamos algo políticamente incorrecto.
-A diario vemos en las noticias a adolescentes participando en hechos delictuales. Aunque sea mal visto decirlo porque se considera que estigmatiza, ¿cuántos de ellos son jóvenes excluidos del sistema escolar?
-Si partimos de la base de que todos nacemos iguales en oportunidades, los niños que cometen delitos son víctimas de un sistema que no tuvo respuestas para que lograran su pleno desarrollo. No hay nadie, por pobre que sea, que quiera que sus hijos terminen cometiendo delitos. Lo que estos hechos revelan es la falla de un sistema que no tuvo alertas concretas a tiempo. Siempre es más conveniente invertir en prevención que en reparación. Lo segundo es mucho más caro.
-¿Cómo se interviene cuando el niño tiene 14 años y anda armando y participa en actos violentos?
-Creo que hay que mirar experiencias internacionales. No hay una sola respuesta. Es muy importante el trabajo del Estado con la sociedad civil organizada, que conoce los territorios, las necesidades y dónde y cómo intervenir. Los gringos lo llaman reach out y es el trabajo de ir a buscar a los chicos. Ciertamente, no es fácil ni barato. La solución real es avanzar hacia una sociedad más equitativa, donde un chico de un sector vulnerable no se siente descontento al comparar su mundo con el que muestran los medios, la televisión o el que ve en otros barrios, y busque el camino corto para conseguir lo que otros tienen. Hoy eso les pasa a muchos; no es justificable pero es entendible.