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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

No se duerman en los laureles

Es primordial que la actual administración se siente y analice -como un guardabosque cuida a su parque- otro posible foco de “incendio”, como lo es el apoyo irrestricto-inconsciente a un régimen como el de Nicolás Maduro, donde las personas y la sociedad civil, pasan desapercibidas y no son tomadas en cuenta.

Por Nicolás Ward
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Nicolás Ward es Periodista. Asesor de prensa y diplomado en redes sociales y marketing digital. Twitter: @nicolaswarde

A 57 años de la caída de la dictadura militar de Venezuela, lo cual significó la vuelta de la democracia de ese país por largos años y que luego se vio interrumpida con la llegada de Chávez al poder (hoy con Maduro como su sucesor de maniobras gubernamentales al voleo), es posible calificar a este país como una nación a oscuras. Sí, en penumbras. En sus calles se vive un Estado delictual con una de las tasas de homicidio más grande del planeta. En parte, esas nefastas señales, fueron canalizadas el 12 de febrero de 2014, con las legítimas protestas del movimiento estudiantil venezolano, que al menos sentó un precedente del malestar social del pueblo llanero.

Y claro, en Chile y en Latinoamérica, siguen existiendo políticos que defienden el régimen. El silencio otorga y esa es una manera de ensalzarlo. Así lo percibo al menos por parte de la actual administración, que aún no es capaz de mostrar una postura de defensa a los derechos humanos, la libertad y la democracia. Conceptos que por cierto son universales y que se pueden leer en todos los idiomas, incluso en aquellos países que se encuentran más lejos de nuestras latitudes.

Como periodista, he podido conocer de cerca las atrocidades que ocurren en el régimen de Nicolás Maduro y me parece que es inaceptable que en Latinoamérica y en el mundo en general, se continúe haciendo oídos sordos ante un gobierno corrupto e ineficaz. Por lo mismo y así como en el colegio o en la casa de nuestros padres se nos exigía dar el ejemplo ante diferentes situaciones que hicieran otros –como ejemplo de superioridad moral en el actuar cotidiano- la actual administración debiese manejar de manera responsable la situación que vive el líder opositor venezolano, Leopoldo López, quien el próximo 18 de febrero, cumplirá un año encarcelado, en un acto de vulneración a su dignidad básica. Es inconcebible que sólo por pensar distinto y por buscar una salida a las injusticias que se han vivido en ese país durante largos años, se le haya privado de libertad.

Esa dimensión política, extrapolada a un contexto en el cual la Nueva Mayoría está siendo constantemente cuestionada por su manejo político y comunicacional, y en donde cada vez se está destruyendo una reputación de democracia sólida, urge que el Gobierno muestre sensatez y altura de miras para dar una salida a la situación que vive Leopoldo López. Si esto no ocurre, el Gobierno seguirá sumando minutos ingratos, cargados de incertidumbre, y plagado de críticas; y no solo de la oposición, sino que también de su propio sector. Será como una bola de nieve que terminará como una gran pista de autos chocadores.

Por suerte, Chile continúa siendo un ejemplo internacional en varias dimensiones, y en donde las instituciones han funcionado como corresponde. Pero esa imagen puede derrumbarse en un solo pestañeo. Así como ocurre en el mundo digital, la reputación cuesta años edificarla y, destruirla, solo un segundo.

Es primordial que la actual administración se siente y analice -como un guardabosque cuida a su parque- otro posible foco de “incendio”, como lo es el apoyo irrestricto-inconsciente a un régimen como el de Nicolás Maduro, donde las personas y la sociedad civil, pasan desapercibidas y no son tomadas en cuenta.

Controlar un país y mantenerlo, requiere de una extraordinaria disciplina, y el esfuerzo por mantener el respeto a las personas y su entorno, puede redoblar los efectos positivos en cuanto a resultados posteriores. A la hora de ver balances, habrá valido la pena pensar mejor las decisiones de un Gobierno que cada vez es más invisible ante la opinión pública.

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