Cristián Warnken: “Aylwin fue nuestro profesor de democracia, el partero de nuestra libertad”
La gratitud como la democracia se construyen, implican un trabajo, a veces titánico, esmerado, paciente y prudente ¿no encarna acaso esos valores escasos Patricio Aylwin de una manera absolutamente admirable?
El escritor y columnista Cristián Warnken fue uno de los expositores del acto para conmemorar los 30 años del inicio del gobierno de Patricio Aylwin, que se realizó en la sala del Senado del Congreso Nacional en Santiago.
En la oportunidad, Warnken destacó en su discurso que el fallecido Presidente de la República fue “nuestro profesor de democracia”.
Estas son algunas de las principales frases:
La democracia que conocimos, cuando recién a Patricio Aylwin asumía como Presidente democrático, era una muchacha joven, alegre, llena de energía. Hoy parece una ‘viejecita’ aquejada de varios males, a veces abatida y cansada.
Yo espero que esta democracia, nuestra democracia, vuelva a renacer otra vez exultante, cómo lo hizo después de ese día inolvidable del triunfo del No y de la asunción del primer Presidente democrático, Patricio Aylwin, en un día como hoy hace 30 años.
Cuarenta años atrás o más, caminando por una calle de Santiago acompañado de José Luis Vergara Besanilla, pintor e hijo de uno de los fundadores de la falange, me acuerdo que me señaló a un hombre que iba caminando muy tranquilo y me dijo: ‘ven Cristián, te voy a presentar a alguien’. Era Patricio Aylwin, en ese momento ni se vislumbraba Patricio Aylwin como candidato a nada y yo lo veía como un señor de la Democracia Cristiana traidor, que había apoyado el Golpe, un golpista. Y me acuerdo que José Luis Vergara me dijo: ‘Cristián, él va a ser el próximo Presidente de la República de Chile’, yo dije esta es una ‘volada’ de mi tío José Luis, pero me contó la historia de Eduardo Frei, me contó quien era Patricio Aylwin, me contó quien fue Jorge Millas, me contó la historia, me transmitió un relato, tal vez una de las fisuras más grandes que estamos viviendo hoy es que fuimos incapaces, y hay que reconocerlo con profunda autocrítica, de contar esa historia y hacerla y convertirla en narrativa común.
Nos faltó sentar a nuestros niños en torno a la hoguera y decir: ‘Había una vez en el fin de la tierra, un país en que la oscuridad de una larga noche volvió a sus habitantes la sombra de sí mismos, pero un día’. Cierro los ojos, no quiero ver al dictador entregando la cinta, solo quiero ver a Patricio Aylwin colocándose la banda en el pecho, en realidad colocándonos a cada uno de los habitantes de Chile esa banda. Creo que lloré, creo que en todas las ciudades redoblan las campanas, creo que los bosques de Chile lloraron, creo que los mares golpearon con más bríos las costas, creo que nuestros muertos bailaron, creo que el viento hizo flamear más bella y altiva que nunca a nuestra bandera, vi a Allende sonreír detrás de Aylwin.
Cómo no sentir gratitud por ese hombre austero, sobrio, hijo de la clase media y de la educación pública, adversario de quien había sido nuestro líder. El adversario leal y valiente que nos devolvió la esperanza en el centro mismo del miedo, porque Chile limitaba al norte y al sur con el miedo. No lo olvidemos.
¿Hay alguna alma bella en esta sala quizás que quiera, prisionera por un resentimiento ciego a un pasado que no conoce, privarme de este gesto mínimo de gratitud con un líder democrático de esta envergadura? Un líder que, como un profesor, nos enseñó a dar los primeros pasos en una tierra extraña y olvidada: la de la frágil democracia reconquistada.
Aylwin fue nuestro profesor de democracia, el partero de nuestra propia libertad. jamás ensoberbecido por el ego del poder, nunca embriagado por él, siempre consciente de su rol de puente, de maestro de la resiliencia democrática.
La democracia implica sacrificio, postergar nuestros deseos y nuestras pulsiones más inmediatas para ponernos a disposición de una causa mayor, la mayor de las causas, la más difícil y la más noble. La democracia no se sirve con farándula, Patricio Aylwin encarna esa solemnidad no farandulesca, de una democracia que se tomaba en serio a sí misma, que no se degrada en parodia, que se construye con conversaciones y no con gritos de la galería. Con la razón y no con la fuerza.
La gratitud como la democracia se construyen, implican un trabajo, a veces titánico, esmerado, paciente y prudente ¿no encarna acaso esos valores escasos Patricio Aylwin de una manera absolutamente admirable?