Catalina Farías: “Es muy penca que no haya justicia para las niñas abusadas”
La joven se crió en hogares de protección desde los 3 años y vivió en distintos dispositivos del Sename. Ahí conoció la hipersexualización de niñas de 6, 7 años, inconscientes de su condición de víctimas de abuso y violencia sexual. Egresó sin ayuda ni apoyo estatal a los 18 años. Hoy, a los 21, es una activista por los que, como ella, deben saltar sin paracaídas a la vida adulta.
Esta es una denuncia. Aunque se haya superado el momento crítico. Y, felizmente.
Catalina Farías (21), estudiante de la carrera de tráfico aéreo está a un año de egresar, conoció Francia, España e Italia en febrero pasado en un viaje financiado por ella misma. Tiene una madurez notable, que ya se quisiera cualquier joven hijo de familia acomodada, querido, educado en los mejores colegios, cubierto en todas sus necesidades y lleno de posibilidades.
No es su caso.
Catalina pasó parte importante de su niñez y adolescencia bajo la protección del Estado, viviendo en distintas modalidades de hogares o familias. Cuando cumplió 18 años, en el Sename le celebraron su cumpleaños y, en el acto, se quedó sin ninguna ayuda estatal. Pese a que estaba estudiando; la “egresaron”.
Por eso, hoy, su causa se llama Egresa, Red Egresa:
–Se supone que no había cupos en la residencia donde cumplí los 18, una casa de María Ayuda. El problema es que a los chicos y a las chicas nadie les dice con claridad cuáles son sus derechos, como que si están estudiando, el Estado debe continuar protegiéndolos hasta los 24 años. Yo no conocía esa obligación estatal, nadie me la explicó nunca. Aunque no sé si me hubiera gustado seguir ahí. El ambiente en una residencia de menores no es el ideal para una joven que cumple 18 años y entra a estudiar una carrera universitaria. No es el ambiente ideal para nadie, en realidad.
¿Qué hiciste cuando te egresaron? ¿Cómo te las arreglaste?
–Me dejaron en una casa de acogida en La Pintana. Me llevaron para allá, se fueron y nunca más llamaron. Nunca tuve ningún acompañamiento post egreso. Nadie se preocupó de que yo pudiera pagar mis estudios de alguna manera, de que tuviera alguna mensualidad para poder mantenerme. Fue un total abandono y eso es lo que les pasa a todos los que salimos del Sename.
El Servicio Nacional de Menores, que hoy se llama Mejor Niñez y es la entidad que se ocupa de la protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes gravemente vulnerados.
Conocimos a Catalina en el programa Hora de Conversar, donde la joven estuvo conversando con Patricia Muñoz, la defensora de la niñez, y con Carlos Vöhringer, el psicólogo a cargo de la línea de protección del Hogar de Cristo. Ambos y todos los que la escucharon vía streaming esa mañana quedamos impresionados con su fuerza, resiliencia y voluntad para hacer algo por los jóvenes que egresan de Mejor Niñez.
Catalina estuvo en dispositivos del Sename desde los tres años. Ella lo resume así: “Cuando era muy pequeña, yo y mi hermana, vivimos en la Protectora de la Infancia. Luego estuve con una familia de acogida. Después me llevaron a la casa de unos primos en Antofagasta, para luego terminar en María Ayuda”.
¿En cuál de todos esos lugares te sentiste mejor tratada, más cuidada, más protegida?
–En la familia de acogida. Estuve ahí entre los 9 y a los 11 años. Eran unos misioneros gringos, un matrimonio, que armó una casa donde acogieron a seis niños, yo incluida. Eran personas mayores y tenían hijos grandes en su país. Ahí sentí que se preocupaban de mí, de mis estudios, de mis necesidades. Eran de alguna iglesia cristiana, pero finalmente se fueron.
–¿Tú eres creyente?
–Yo soy católica, hace un tiempo tome conciencia de que lo soy. Antes pensaba que lo mío era suerte, pero no es suerte. Es la ayuda de alguien superior.
Catalina Farías es una morena preciosa. De pelo largo liso, grandes ojos, dueña de una voz rasposa. Menuda y femenina. Clara y seria en sus opiniones. Y, cuando habla de sus padres, lo hace con una frialdad que estremece.
–Conozco a mis padres biológicos, pero no tengo vínculos con ellos. La mía no era una familia con pobreza extrema. Era un problema de irresponsabilidad de mi mamá, que nunca debió dejarnos solas. Y, por el lado de mi papá, está la base de un tipo de demencia. Ellos no tenían las habilidades, las competencias para hacerse cargo de sus hijos, no era un problema de pobreza material, sino afectiva. No siempre es la pobreza la causa que lleva a los niños y niñas a quedar bajo el cuidado del Estado. Yo creo que cada caso es un caso.
Abunda en el tema, afirmando: “Mi padre es una persona un poco complicada. Está viejo. Con él tengo algún vínculo, pero con el resto de mi familia, no. Yo creo que cuando te sacan de un núcleo familiar en el que no te cuidan, donde no existe la capacidad de darte lo mínimo, es mejor cortar toda relación a futuro”.
Chicas hiper sexualizadas
¿Generaste amistades en tu paso por las residencias?
–No, las niñas con las que viví tenían intereses muy distintos a los míos. En general, no les interesaba el estudio, y a mí sí. A los chicos y chicas con los que compartí la casa de los misioneros gringos no los vi más. Amigos, hombres, que son ex Sename, sí tengo, pero los he encontrado por casualidad en la vida o por militar en la causa de los que egresan de residencias. Amigas de María Ayuda, en cambio, no tengo.
Catalina sabe que las niñas y jóvenes en residencias de protección arrastran mucho más daño que sus pares hombres. Son mucho más complejas. No ha hecho ningún estudio al respecto, pero tiene el conocimiento que da la experiencia.
“Vivimos en una sociedad machista. Somos hijas de una generación que todavía no entiende que hay cuestiones inaceptables, como la discriminación sexual, el abuso sexual, los prejuicios de género. Los hombres son machistas, pero las mamás también. Es mucho más probable y, por lo mismo común, que sean las niñas las abusadas”, sostuvo.
¿Viste esa realidad entre tus compañeras de residencias de protección?
–Lamentablemente, el tema sexual se ve mucho en las residencias. Niñas de 6, de 7 años están hablando de eso todo el tiempo. Hiper sexualizadas. Es algo con lo que vienen y como que se te pega como en la residencia, porque dentro no hay educación, no hay charlas ni talleres, que les permitan a las niñas salir de eso. Muchas niñas, muchas, llegan a las residencias por causa del abuso sexual reiterado. Es algo súper común y eso es lo malo, que sea tan común, que las niñas lleguen a verlo como si fuera normal, que no se sientan ni se perciban a sí mismas como víctimas. Lamentablemente, este país está muy atrasado en la persecución de estos delitos. No es posible que haya tantas niñas en residencias por abuso sexual y que sus abusadores estén libres. Que nunca siquiera se les haya interrogado. O sea, para estas niñas nunca se produce la justicia y eso es muy penca.
Por tu experiencia, ¿qué efecto deja en las niñas ese daño no reparado?
–Lamentablemente, ellas quedan con un daño que, yo creo, es para toda la vida. Y lo peor es que se incrementa debido a que no tienen acompañamiento ni asistencia especializada para abordarlo. Luego, cuando egresan, quedan solas y con esa carga no resuelta, no tratada, porque el Estado no hizo la pega que debería haber hecho con ellas.
Todos los helados de Roma
Catalina siempre fue estudiosa. Buena alumna. Enfocada en las notas y en pasar de curso. Cuenta que desde muy chica se topó con personas, ajenas al Sename, que se interesaron por ella y su futuro.
Menciona a la familia Castillo. “Los Castillo me enseñaron matemáticas. Con ellos repasaba las tablas en el verano, también me invitaban a la piscina. Ellos fueron claves para mi desarrollo”.
Ya más grande, reconoce la ayuda de varias personas que vieron en ella el deseo de estudiar y salir adelante. “A mí me pagaron un preuniversitario, por ejemplo. Aunque no todo ha sido ayuda monetaria. Tengo una mujer que me trata igual que a sus seis hijos, orientándome. Otra me paga la residencia donde vivo, que no es barata. También una sicóloga externa de María Ayuda, que me acompañó en todo el proceso de postulación a mi carrera. Eso fue clave. Todas esas personas me han ayudado caleta, muchísimo. Y, curiosamente, son todas mujeres”.
Catalina se ha hecho activista a partir de la toma de conciencia de su propia historia. Por las mujeres, por las niñas, por la infancia, por los más desvalidos. Y hoy tiene una lucidez sobre el tema de la infancia vulnerada que ya se quisiera la ministra de Desarrollo Social o cualquier otra autoridad del área.
¿Cuál es a tu juicio la peor falla del sistema de protección?
–Chuta… La falta de priorización que se da a la infancia, más allá de las muchas declaraciones en ese sentido. Y la carencia de un acompañamiento profesional serio y dedicado, con permanencia en el tiempo para los niños y jóvenes en residencias. Que cada niño y niña sepa que tiene a alguien que cree en él o en ella y que se la va a jugar porque le vaya bien en la vida. Hoy el servicio Mejor Niñez está enfocado en las residencias familiares y en terminar con los CREAD, los hogares masivos, pero yo creo que por ahí no va la cosa. Es la atención dedicada, centrada en cada niño, lo que hay que hacer. Lo bonita que sea la casa, al final, no es lo más importante.
Agrega que hace unos meses leyó una columna del psicólogo Carlos Vöhringer sobre que el egreso de los jóvenes de las residencias constituye un salto al vacío, sin paracaídas. “Y es así, tal cual. Yo lo viví así. Hoy el Servicio se centra en que los niños vivan en casas bonitas, en que no les falta nada básico, pero no están haciendo nada respecto del egreso. A los 18 años te dejan a la deriva como si a esa edad una pudiera mantenerse y sostenerse por sí misma. Eso es algo prácticamente imposible. Son muy pocos los que a esas edad pueden hacerlo. Yo pude: a los 18 ya estaba matriculada en mi carrera y pensaba que era afortunada, porque siempre fui aperrada, una cabra que estudia y se esfuerza. Pero no es lo común: muchos chicos y chicas tienen problemas de aprendizaje severos, problemas psiquiátricos graves, de los que es muy difícil salir adelante sin ayuda. Mi egreso me hizo sentir mucha rabia, porque, aunque yo sé que el problema de base son las familias y los padres, es responsabilidad del Estado hacerse cargo de ti. Y abandonarte a los 18 años es no hacer la pega”.
Ahora que está cerca de convertirse en controladora de tráfico aéreo –le falta un año, incluida la práctica–, piensa mucho en su futuro y en qué hará con su vida. Actualmente, afirma: “El estudio es lo que más llena mi vida. A lo que más dedico mis horas y mis días. Luego vienen las actividades de Red Egresa, y una tarea que no transo por nada es mi visita a Fundación Pléyades todos los sábados en la mañana, donde acompañamos a niños vulnerados desde el cariño y la incondicionalidad. Cuando voy para allá, pienso en mí y en mi propia infancia y en lo que habría servido contar con algo así entonces”, dice.
Respecto del mañana dice que le gustaría hacer algo en política para empujar cambios significativos en relación a la infancia vulnerada. Hacer una carrera parlamentaria o ser directiva en algún servicio relevante. Siente, sin embargo, que le harían falta estudios específicos, distintos a los que cursa. “Hoy mi prioridad es mi carrera. Pero creo que más adelante podría estudiar temas que fortalezcan mi conocimiento del tema infancia y vulneración. Hay que ver”, comenta, sorprendiendo con su madurez.
Su avatar en redes sociales es una foto donde aparece con la Fontana di Trevi, en Roma, de fondo.
¿Cómo llegaste a viajar a Europa?
–Por mis medios. Trabajo desde los 18 años. Tengo miles de horas como baby sitter. Además cuento con dos becas: una de la JUNAEB y otra de la Municipalidad de Providencia. Soy muy ahorrativa. Y en el verano, cuando una chica con la que me he hecho amiga en la residencia, me habló de viajar, sentí que podía. Tengo 21 años, no le tengo que pedir permiso a nadie y puedo pagarlo con lo que he ahorrado. Mi amiga fue financiada por sus papás, yo no. Partimos juntas y durante un mes estuvimos en Madrid, Barcelona, Roma, Florencia y París. Fue increíble. Probé todos los helados posibles en Roma y eso que era invierno; estuve un día en el Museo del Prado; no quería volver.
Pero aquí está. De regreso, apoyando desde Red Egresa, con charlas, a los jóvenes que, como ella, deben saltar sin paracaídas a la vida independiente tras años de haber estado en residencias de protección del Estado. Esa es su causa y se la juega por ella.
“Red Egresa es una fundación creada por jóvenes que salimos de residencias de protección para contribuir activamente en el egreso de otros chicos y chicas. Los vamos a visitar y les hacemos charlas. Les hablamos de lo que las residencias no les cuentan: cómo dar la PSU, cómo ahorrar, cómo postular a la universidad”, explicó.
Agregó que “desde nuestras experiencias de vida, les mostramos que se puede salir adelante. Les hacemos sentir que no están solos, que no son los únicos. Les ofrecemos ser un puente entre ellos y las empresas públicas y privadas y las organizaciones de la sociedad civil para canalizar apoyos. En esos encuentros, me doy cuenta que lo que más sentido les hace es cuando les contamos nuestra experiencia, cuando les decimos que nosotros también somos chicos y chicas Sename y ahí su actitud cambia completamente. Cae la desconfianza y se abren. Se imaginan, a través de nosotros, un futuro posible”.
¿Hay amor, algún pololo, en tu presente?
–De pololo, nada. Aún nadie me merece –responde, soltando una sonora carcajada.