Rafael Gumucio: un ex excluido de la educación
Lo invitamos a reflexionar sobre las razones detrás de los 50 mil niños, niñas y jóvenes que no han ido a clases este 2022. Sabíamos que había tenido dificultades de aprendizaje cuando aterrizó en Chile post exilio familiar. El escritor, formado en el Pedagógico como profesor de Castellano, acá especula, opina, divaga y reconoce que, pese a todo, la familia y la escuela, en ese orden, salvan.
–Si al colegio se va a rociar a las profes con bencina, como pasa en los “liceos emblemáticos”, es mejor estar fuera de los colegios –ironiza el escritor y columnista Rafael Gumucio (52). Y agrega: –La gente se está saliendo de lo público, acuérdate que el Estado es un macho violador –sigue ironizando.
La semana pasada cuando el ministro Juan Antonio Ávila, el de Educación, dio a conocer que había 50 mil matriculados en el sistema escolar en 2021, que no habían aparecido en clases en 2022, lo invité para que diera testimonio de sus problemas de aprendizaje y exclusión escolar en un programa que se transmite vía streaming para el Hogar de Cristo.
Quería su mirada de excluido. De excluido atípico, porque no vivía en situación de pobreza y tenía un tremendo capital cultural como hijo del Rafael Luis Gumucio Rivas, nieto del político del izquierda Rafael Agustín Gumucio, militante de la Falange, que luego se convirtió en la Democracia Cristiana. El abuelo militó en ella para después salirse, en 1969, y fundar el MAPU, mucho más a la izquierda. Todo un déjà vu político en estos días en que la decé chilena agoniza y corre más riesgo de muerte que entonces. Pero volvamos al nieto… Exiliados en Francia, Gumucio, que además es primo del realizador audiovisual y persistente candidato a la presidencia Marco Enríquez-Ominami, volvió a Chile a cursar segundo medio, cuando tenía 14 años, adelantándose un curso.
–En Francia, yo había repetido el equivalente a primero medio, pero como nosotros mismos en familia tradujimos los certificados de estudios, hicimos trampa y quedé acá en segundo medio. Aunque entonces hablaba mejor francés que español, cometía muchos errores al escribir. El español al ser fonético, al sonar como se escribe, es más simple y la gramática también. Me fue más fácil el español, pero no tanto.
Porque estaba la dislexia, que heredó de su abuelo y de Isabel Araya, su mamá, que también escribe y hace clases de creole a migrantes haitianos. “Mi dislexia es un mal totalmente diagnosticado. Se me confunden las letras y las cifras. Da lo mismo. Hoy dirían que soy neurodivergente. Mis hijas, por ejemplo, son flojas en el colegio. Yo no, lo mío no era flojera”.
Era neurodivergencia.
En Santiago, entró al Colegio Regina Pacis, de Ñuñoa. “Mi ingreso a la educación chilena estuvo marcado por la vuelta a la calidez y cercanía de mis compañeros, pero también a un sistema educativo muy poco inclusivo. Por ejemplo, mi dislexia, que no me permitía aprender al ritmo de todos y me terminaba excluyendo. Era un alumno que vivía perdido, sin estudiar y con malas notas, que aprendía poco o sólo las cosas que le interesaban, que también eran pocas. Finalmente, lo que me salvó fue mi entorno familiar, que entendieron que lo mío no era un defecto sino otra manera de aprender y comprender las cosas”.
–La familia salva, pero muchas veces los que están fuera del sistema escolar no tienen familia.
–Debido a que en mi casa siempre hubo muchos libros y se vivía una vida intelectual bien rica, me nació la idea de ser escritor. Algo paradójico, si consideramos que no sabía escribir o me costaba muchísimo hacerlo. Pero, gracias a ese mismo entorno que me incentivaba y dónde se vivía la cultura diariamente, entendí que mi dislexia no era un impedimento, sino una manera de entender la escritura y las palabras desde una vereda distinta.
El ejemplo de Edith Piaf
Y entró al ex Pedagógico para convertirse en “profesor de castellano”. Hoy, con 4 novelas, 10 ensayos, más de 10 obras de teatro, varios guiones de series y teleseries en su currículum y como ciudadano inquieto, se pregunta para qué queremos que los niños, niñas y jóvenes vayan al colegio. Por qué es preocupante que haya 50 mil que no fueron a clases este año, pese a haberse matriculado.
–Esa es la pregunta que yo me hago: ¿para qué queremos que los niños vayan al colegio? La respuesta evidente es para que progresen y entren a la universidad. Pero esa es una promesa falsa, porque muchos no van a lograrlo. ¿Para qué existe el colegio público obligatorio? Mi única respuesta es para estudiar el ramo que se acabó, que no existe: Educación Cívica. Yo eliminaría todos los demás o los establecería en función del que realmente sirve. Hay que leer y escribir para aprender a ser ciudadano, matemáticas para contar los votos en las elecciones, historia para saber del pasado. Educación Cívica es esencial.
–¿Cómo interpretas tú el tremendo problema de violencia y convivencia que hemos visto desde el regreso de las clases presenciales, sobre todo en los liceos emblemáticos?
–Es parte de lo mismo, falta de educación cívica, de formación para la convivencia en democracia. Evidentemente, estos alumnos de los liceos emblemáticos tienen una nula capacidad de gestionar sus diferencias. De politizar, en el mejor sentido, sus desacuerdos. Es emblemático que sea así, justamente en los liceos ídem, como el Instituto Nacional o el Barros Arana o el Liceo de Aplicación. Lo que nosotros podemos hacer como adultos no es enseñarle al alumno a usar el TikTok o el computador o cualquier herramienta tecnológica, sino enseñarle desde la experiencia a articular discursos, a ser capaz de conversar. Claro que es muy difícil, porque ellos tienen unos profesores muy buenos y eficientes fuera del colegio que les están enseñando todo lo contrario. Esos líderes de bandas organizadas tienen métodos pedagógicos increíbles, mucho más efectivos que los del profe con su pizarrón o su computador.
–¿Esa incapacidad pedagógica es lo que explica que haya cincuenta mil niños, niñas y jóvenes que este 2022 no hayan ido ni un día a clases?
–Es bien difícil venderles el colegio, la verdad, a los jóvenes. Primero, porque tenemos problemas dentro de los colegios, como un currículo absolutamente demencial y profesores que están sobre exigidos y mal formados. La verdad es que alternativas fuera del colegio parecen ser mucho más atractivas, aunque sean de muy corta duración. Hoy es muy difícil vender algo permanente. Yo le digo a un chico que se está tatuando: Cuando seas viejo quizás ese dibujo no te guste. Y él dirá: “Yo no voy a llegar a viejo, así es que me da lo mismo”. Por eso creo que hay que replantearse en serio qué valores permanentes queremos enseñar. La educación chilena está enferma de estadísticas y de medidas sociales. Hoy los profesores sólo están destinados a cumplir una misión imposible en las condiciones labores a las que están sujetos. Lo que más me preocupa de todo es la formación. ¿Formamos personas que piensan, cuestionan y responden? No, porque actuamos para el promedio, sin considerar la diversidad de personas que existe.
–¿Pero crees en el valor promocional de la educación, la ves como una herramienta de progreso, no en vano estudiaste pedagogía? ¿O no crees que para los más vulnerables la escuela sea un espacio protector?
–Creo que lo que hay fuera del colegio es mucho más terrible de lo que hay dentro, eso en serio. El colegio puede ser un elemento esencial de protección, pero no creo en el discurso de la meritocracia, porque la meritocracia, en el fondo, considera la idea de que hay gente que pierde, que se queda atrás. El colegio es útil y es necesario, pero no sé si el colegio enfatiza el tema de la cultura. A mí no me salvó el colegio, me salvó la cultura. Después descubrí que en el colegio existía la cultura, lo mismo que en la calle. En Francia, está el caso de la Edith Piaf, que no fue al colegio, era una cantante callejera, involucrada en el delito, pero desde ahí se relacionó con los mejores poetas, los mejores pintores, los mejores escritores. Ella tenía un talento extraordinario y vivía en la calle de una capital impregnada de cultura, de conocimiento, de creación. Eso no pasa acá; acá la calle no es un lugar donde alguien puede desarrollar una carrera de ninguna especie.
Liberté, égalité et fraternité
Hablando de la tentación de la calle, le comento a Rafael mi conversación con un inspector de una escuela de reingreso hace un tiempo. Esas que se encargan de los rezagados, los repitentes, los excluidos, de los que teniendo 14 años no saben escribir, menos multiplicar. Entonces el inspector me dijo lo que le repito a Gumucio: “Acá tenemos 60 niños y jóvenes, 18 están en hogares de menores. El año pasado, tuvimos a uno que vivía en la calle, dormía en un cajón tipo pallet. Las figuras admirables en estos territorios son las del narco, del delincuente, que les ofrece ganar un millón de pesos por tres portonazos en una noche, cuando, trabajando de lunes a sábado en la feria, juntando las monedas, un chico nuestro consigue 300 mil en un mes. ¿Te das cuenta la valentía que implica optar por la escuela?”.
–Frente a esto, ¿cuál crees que es la razón más poderosa que puede alentar a un niño, niña, o joven vulnerable a seguir en la escuela?
–Si en una noche me puedo ganar un millón de pesos por tres portonazos, hasta yo pienso en inscribirme, claro que el millón viene con la posibilidad de morir esa misma noche o de terminar lisiado o qué se yo… Hablando de verdad, la escuela sirve porque es el lugar donde se adquieren las reglas de esta sociedad y son mejores que las reglas del hampa. En una sociedad injusta aprender esas reglas es mucho más importante para los pobres. Los ricos, porque justamente son la elite, pueden prescindir del colegio. Los estudiantes pobres necesitan ese contacto personal con los profesores, con quienes deben interesarse en ellos. Requieren esa convivencia y esa guía. Los jóvenes necesitan de maestros y si no los encuentran en el colegio, los encuentran en la calle. Y sobre la pregunta misma, quiero hacer una precisión: a mí me carga la palabra “vulnerable”, que está tan en uso, como sinónimo de pobre. Yo no creo que el pueblo sea vulnerable. La historia de la humanidad la han hecho los pueblos. Los ricos, las elites son las vulnerables, las que no aguantarían ni cinco minutos viviendo en las condiciones en que se vive la pobreza en Chile. Así es que, por favor, no hablemos más de los pobres como vulnerables.
Gumucio fue profesor. Ya no más. Ahora dicta talleres literarios, que es otra cosa. Reconoce que nunca fue un maestro inspirador. “Dejé de hacer clases porque es muy difícil. Tratar con adolescentes es tremendo. Aunque tengas las mejores salas, computadores, libros, es una edad muy complicada, donde además se les exige tomar decisiones tremendas. Cómo a los 17, 18 años van a decidir qué carrera quieren estudiar si a esa edad no se está capacitado para nada. Yo, al menos, no lo estaba, porque es una etapa de imbecilidad permanente. Y, en mi caso, desgraciadamente ese estado permanece”, dice, haciéndose el vulnerable intelectualmente. Luego confidencia:
–En Chile, si tienes familia, puedes tener maestros inspiradores, porque la familia, la casa, es muy importante. Yo tenía a mi abuela, a mi madre, y una familia de profesores, lo que es una gran ventaja. Tuve entonces mis propios profesores particulares que vivían en mi casa. De Francia, donde hice la educación básica, me quedó el ideal de libertad, igualdad, fraternidad. Y el haber estado en un colegio donde convivían todas las clases sociales, todas las razas y nos inculcaban la ideología republicana francesa.
Con el mantra liberté, égalité et fraternité, hoy Gumucio le da el palo a los gatos de la política chilena con unos muy buenos perfiles en el sitio Ex Ante. ¿Se pican los retratados, como el diputado Vlado Mirosevic, que fue el elegido este domingo, o como Jorge Tellier, motejado con justeza de triste? “No sé. Hasta ahora nadie ha reclamado, porque igual sería medio impresentable que se quejaran”, dice, medio consagrado ya, pese a su dislexia.