Secciones El Dínamo

cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad
Actualizado el 1 de Marzo de 2023

Rosabetty Muñoz: la Gabriela Mistral chilota

Ha sido candidata al Premio Nacional de Literatura por su obra tierna y sencilla, que busca capturar la esencia del habla de Chiloé. Es escritora y profesora, igual que su heroína del Norte. Con muchos reconocimientos a su haber, como el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier 2022 y el Atenea el mismo año por “Santo Oficio”, aquí habla de política, feminismo y de la incomprensible cancelación. Cree que sólo la lectura puede salvarnos.

Por Ximena Torres Cautivo
“Creo que hay que aprender de nuevo la ternura por el otro y eso se hace mediante la literatura. Soy una convencida de ello. Leyendo uno descubría las cosas atroces y las cosas bellas que podía hacer el ser humano (...) Quitar la lectura en pos del divertimento les ha robado a las actuales generaciones la oportunidad de entender al otro”.  (Foto: Fernando Lavoz)
Compartir

¿En olla o en hoyo?, le preguntamos a la reconocida poeta ancuditana Rosabetty Muñoz (62), candidata al Premio Nacional de Literatura, quien dejó su isla de Chiloé durante los últimos seis meses, para hacer la primera residencia de la cátedra Gonzalo Rojas, en la Universidad de Concepción.

Allí, en diciembre pasado, se enteró de que había obtenido el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier, gran distinción. También supo, el 5 septiembre de 2022, que el experimento constitucional del que quiso ser parte como convencional constituyente había sido rechazado. Antes supo que, aunque pueblos completos de su archipiélago habían votado por ella, no había sido electa. “No resultó electo ni un solo poeta para la Convención. No sólo yo, y eso que a mí me parecía que redactar un texto constitucional en común, con la participación de todos, era un momento estelar para la poesía en Chile. Para Chile, el país de poetas”. 

–Quizás porque no quedó ni un poeta en el grupo, el texto fue rechazado.

Se ríe con la acotación. Y dice que ahora se siente “lejana, lejana” de esa aspiración que tuvo. “Parece un afán tan ajeno a mí, pero no lo es, porque a mí me interesa mucho la política, más aún desde un territorio como Chiloé, donde el abandono es histórico. Pasa lo mismo en las provincias, en los extremos de Chile, donde se están perdiendo permanentemente cosas. No me refiero sólo a lo más evidente, como las que se pierden por el extractivismo o las zonas de sacrificio, sino a cuestiones más sutiles”. 

–¿Cómo cuáles?

–Al abuso de ciertos lugares. Ahora Chiloé se ha vuelto un paraíso para muchos que huyeron de Santiago o de las grandes ciudades en pandemia. Vienen para acá pero se instalan de una forma atropelladora, insensible, sin consideración por la cultura local. En Chiloé no hay cercos en los caminos vecinales. La gente local tiene costumbres de paso: sabe que puede cruzar un predio y hasta por tres sin pedir permiso, pero ahora han aparecido las vallas, los cierres, las rejas. Son formas distintas que se vienen a instalar, alterando las locales. Es que el continente está muy allá y nosotros muy acá.  

–Para cerrar el capítulo de la Convención, ¿te frustró no haber sido electa? 

–No, después lo agradecí y mucho. El maltrato que se dio a los constituyentes desde la prensa fue brutal, el desprestigio en que cayeron. Creo que habría sido una tensión permanente. Lo que me pareció precioso fue saber que pueblitos enteros votaron por mí. Eso me gustó mucho. 

Foto: Juan Galleguillos.

Cuesta imaginar a esta mujer de expresivos ojos café claros, a esta profesora y poetisa, lejos de estas onduladas tierras sembradas de papas. Ya el semestre que pasó en Concepción le pareció un gran exilio, pese a que se reencontró con la ciudad adonde llegó en 1978 a estudiar Derecho.  

–Nunca quise ser abogada; siempre supe que lo mío era la poesía y la educación, escribir y enseñar. Pero, como primera de mi familia en poder entrar a la universidad, con un buen puntaje en la prueba de aptitud académica, como se llamaba entonces, la presión fue enorme. De los profesores, de mis papás. Y yo me dejé presionar. Todos recomendaban a una carrera de prestigio profesional y me decían que igual podría seguir leyendo y escribiendo, lo que fue totalmente falso, porque me pasé dedicada a la experiencia de memorización a la que obligaban esos estudios durante dos años. 

Recuerda que su papá la fue a dejar a un hogar de monjas, que resultó “horrendo”. 

–Ellas aplastaron la vocación misionera, que tuve con fuerza en mi infancia. Eran clasistas, lo que, sin duda, es un horror en la idea que uno tiene de una monja –reflexiona la poeta que admira a Gabriela Mistral desde niña. Fue su madre quien, cuando tenía unos 12 años, le regaló una biografía de Efraín Szmulewicz sobre Gabriela Mistral. Así definió su vocación de escritora y educadora. “Vuelvo permanentemente sobre Desolación”, comenta y no divide al mundo entre nerudianos o mistralianos. “Neruda personaje no me interesa, pero es un tremendo poeta. Pero Gabriela es mi heroína, escarbo en sus escritos todo el tiempo, sobre todo en lo que tiene que ver con educación. Para mí ella no es un gusto de moda”. 

De vuelta a la Concepción de su juventud, dice que no todo fue malo durante esos dos años. Afirma: “Concepción es una ciudad tremenda. Mi experiencia ahora fue diametralmente opuesta. Fui con mi marido, que está jubilado y me acompañó. Estuve al lado de la escuela donde cuando joven lo pasé tan mal. Nos instalaron en un departamento estupendo. Y tuvimos tiempos largos para recorrer la ciudad y disfrutar de esa vida cultural muy densa, muy espesa y poderosa, no institucionalizada, que se vive en cada rincón. Hay una tremenda vida intelectual y creativa. Bares, lugares de encuentro, la misma calle y numerosas revistas literarias que tienen más de 40 ediciones cada una. No son experimentos de un día. Hay seminarios, lanzamientos. Para mí el reencuentro con Concepción fue una fiesta. Una celebración. 

Cuando se agotó la lana

Rosabetty y Juan Domingo, su marido y padre de sus tres hijos, rector jubilado del emblemático liceo de Ancud, ahora preparan otra fiesta: el fin del verano. Lo hacen en su casa del sector Caracoles, a unos tres kilómetros de Ancud, donde han vuelto a instalarse para regocijo de todos. Trabajan desde el domingo para recibir a sus amigos con un gran almuerzo. Comunitario, como es la cosa en Chiloé. “Nos traerán arvejas y habas”, cuenta Rosabetty, que aún no nos responde la pregunta inicial: ¿En olla o en hoyo?  

“Lo siguiente es volver a las cocinas. Todos, a las fragancias y al hermoso paladar, a la lengua original. Ahí está el niño y su hermana con el volcán de harina, poniendo la levadura, esperando que leude mientras la miran fijamente. Los hermanos no pelean y aprenden a hacer el pan”.

El verso forma parte de un libro precioso, que nació digital durante la pandemia a instancias de José Tomás Labarthe, editor de la Universidad Católica del Maule, quien con sus propios hijos practicó los consejos de “La voz de la casa. Ejercicios para vivir el confinamiento”, que es su título. El texto de Rosabetty ilustrado con dibujos hechos por sus nietos ahora existe impreso y da cuenta de lo que significó para ella la pandemia.  

–Tengo que confesar que para mí no fue terrible. Ese marzo de 2020, en que tuvimos que encerrarnos en las casas, para mí resultó una celebración. Esa cuarentena fue como volver a la infancia, a esos largos inviernos de la niñez, cuando todo ocurría alrededor de la estufa. Cuando madres y abuelas se las arreglaban para que los niños disfrutáramos del invierno. Lo que hice en cuarentena fue irme para dentro y buscar esas claves de resistencia y esa reserva de sentido que tenía antaño la vida familiar, con la naturaleza en contra. Yo vivo en una isla de vientos enormes y lluvias torrenciales, en que a veces parece que fueran a levantar las casas de cuajo, pero eso no pasa y dentro es calentito, acogedor, incluso en medio de la pobreza. Escribí ese libro con consejos para sobrellevar la peste. Lo escribí entre marzo y mayo, muy rápido, con mis nietos que hicieron los dibujos. José Tomas Labarthe, editor de la Universidad Católica del Maule, se enamoró del libro, y lo más bonito es que después lo reeditó, lo imprimió y regaló un ejemplar a todos los alumnos que entraron en 2022 a la Universidad del Maule.  

–Yo me enamoré de un texto tuyo escrito en pandemia donde cuentas que en Chiloé se agotó la lana porque todas las chilotas, mayores, menores, niñas, jóvenes, adultas, se pusieron a tejer. Desgraciadamente, no sé dónde lo leí y no lo he vuelto a encontrar. 

–Puede que haya salido en la revista Guión B; escribí muchísimas columnas y para distintos lugares en pandemia. Mi madre, que tiene 85 años, teje muchísimo y hace arpilleras. A ella se le acabó la lana, faltaban colores, tonos, grosores. A ella y a todas las que se pusieron a tejer en pandemia. Fue como una obligación del universo. Me impresionó ver a todas tejiendo, a mis alumnas del colegio, a las chicas de enseñanza media, a sus mamás y abuelas, a mi mamá y mis nietas. Me resultó muy simbólico y pensé ilusamente que la pandemia y la cuarentena podrían ser un llamado de atención para volver a mirarnos. A descubrirnos por dentro. A mirarnos y revisarnos. Yo siempre he sabido que la convivencia es la manera de hacer comunidad y esa fue una oportunidad en pandemia, que quizás perdimos. 

Milcaos y chapaleles

La poeta es chilota por lado de madre. 

 –Rupe, mi bisabuelo materno, Ruperto Balle, tenía un terreno muy grande cerca de Ancud. Él fue padre de 19 hijos con Ana, mi bisabuela. Por eso, construyó una escuela y contrató a una profesora para educar a sus niños. Eso era en el sector de Huicha-Pugeñun. Así es que nosotros somos chilotes-chilotes. Súper sureños, porque por el lado de mi padre venimos de Aysén. Acá, a partir de los 17, 18 años, los jóvenes deben empezar su exilio si quieren seguir estudios universitarios, y eso es muy fuerte. Doloroso. 

Para ella, fue inevitable volver. Su mundo es la Isla Grande con todas islas chicas desmigajadas por los canales del sur. “Lo hice porque se necesita preservar la voz de estos lugares, de estos pueblos abandonados. Yo pertenezco a un colectivo que se llama precisamente Pueblos Abandonados. En él están Marcelo Mellado, de Cartagena; Óscar Barrientos, de Punta Arenas; Mario Verdugo, de Curicó; Cristóbal Gaete, de Valparaíso; Cristián Geisse, de La Serena. No es un grupo llorón por vivir en provincias, incluso tiene mucho humor. Nosotros no nos ponemos en el lugar de víctimas por estar en lugares abandonados, sino que desarrollamos un lenguaje propio”, explica, precisando dónde lo halla. “En Chiloé encuentro esa voz que traspasa la poesía por la que trabajo, que es la voz de una cultura, que está en el hablar de la gente de la isla, en la cultura de las comunidades. Son las expresiones de las mujeres, de las viejas. Son sus palabras, su oralidad, la condensación de sus sentidos en expresiones que sobreviven y permanecen. En el habla de esas viejas están contenidos los lazos de familia, de la comunidad, las viejas tradiciones chilotas”. 

–Qué lindo sería una suerte de glosario poético con las expresiones de la isla. 

–Eso podría ser útil para los académicos, pero yo no quiero separar el magma de esas palabras de la vida de la gente, de su cotidianeidad. Mi poesía ambiciona que no se vea mi voz, sino que sea la de ellas la que se escuche. En mi libro “Ratada” se logra eso en cuestiones incluso formales, como que los títulos de los versos sean en minúsculas como una metáfora del rumor que representan, de la copucha del pueblo, de ese hablar en voz baja. Mi poesía parece tan simple porque usa el lenguaje de la gente común de Chiloé. 

Sobre todo de “las viejas”, como dice ella. Porque Rosabetty es feminista y su nombre surge cuando pensamos en que marzo es el Mes de la Mujer, de esas que les abren camino a otras.  

–¿Qué mujer a estas alturas de la vida podría decir que no es feminista? Yo, que soy partidaria de este gobierno que se declara feminista, creo que hay cosas muy relevantes en que hemos avanzado y en las que ya es imposible retroceder, como la paridad de género. Hoy las mujeres estamos presentes, tal como deben estarlo los pueblos originarios. Todas las voces que han estado históricamente aplastadas. Creo que no hay que estar levantando una bandera a cada rato con estas reivindicaciones porque se están dando naturalmente en más lugares y cada vez más seguido. La presencia de una mujer como Camila Vallejo en el gobierno, a mí me enorgullece.  

Foto: Lucia Molinari

También la satisface que haya tantas mujeres poetas y tantas editoras mujeres. “Veo mucha solidaridad entre mujeres, mucho espíritu de cuerpo. Ha sido tanto tiempo de estar en la retaguardia, que ahora que tenemos visibilidad, el trabajo las multiplica. No creo que haya que crear guetos de mujeres. Eso de ninguna manera. Creo que el humus se ha enriquecido, que la tierra está rastrillada para que las jóvenes, las niñas, las que vienen, florezcan con ventajas.  

–Hay mucha feminista en difícil, a la que se les entiende re poco. Hay además mucha belicosidad en las redes, mucha política de cancelación frente a los que piensan distinto. ¿Cómo ves esos temas?  

–Mal, yo no soy usuaria de redes. Cuando fui candidata a constituyente me abrieron cuentas en Instagram, Facebook, Twitter, pero las uso como quien va a la plaza a darse una vuelta. Mi rechazo tiene que ver con una postura vital. Si uno va a escribir o a tener alguna exposición es para enriquecer las relaciones con los demás. No para emporcarlas, no para hacerlas peores. Yo no estoy arriba de ningún podio para juzgar a nadie. No estoy con la cancelación. Trabajo con estudiantes, con nuevas tendencias, con libros de hoy y de antes, y creo que debemos relacionarnos con todo de acuerdo a los tiempos y circunstancias de cada uno. Yo nunca he sido de la idea de ir arrasando ni con iglesias ni con las ideologías. Aún me molesta cuando paso frente a la calle Errázuriz de mi ciudad y veo los restos de la iglesia San Francisco. No sólo me casé en ella, sino que bautizamos a nuestros hijos, velamos a nuestros padres y a los de todos los miembros de la comunidad. A esa iglesia la quemaron los que se sienten con el derecho de eliminar un bien público que es de todos. Quemarla contiene un lenguaje simbólico centrado en la idea de borrar al otro, de cancelar al que piensa diferente, lo que me parece inaceptable. Yo no sé qué podría nacer de un odio tan profundo al otro. 

En una columna en la revista Guión B, Rosabetty escribió en enero de 2020: “Hace unas horas, intentaron quemar la Iglesia de Nercón, cerca de Castro. Y me acuerdo de la infernal hoguera de la Inquisición. Me acuerdo de la quema de libros. Y de las hogueras de Auschwitz. Siempre las llamas desatadas, cada vez que se quiere imponer una sola forma de ver las cosas. Se pierden todas las otras. No queda memoria de tantas otras. La iglesia envuelta en llamas no es un fuego que limpia. Es un fuego que arrebata la esperanza porque uno se pregunta ¿Qué vamos a fundar sin empatía, memoria, ternura? ¿Qué se construye con la prepotencia, la soberbia?”. 

Ahora y para finalizar, nos dice: “Creo que hay que aprender de nuevo la ternura por el otro y eso se hace mediante la literatura. Soy una convencida de ello. Leyendo uno descubría las cosas atroces y las cosas bellas que podía hacer el ser humano en las partes más distintas del mundo. Quitar la lectura en pos del divertimento en los programas escolares les ha robado a las actuales generaciones la oportunidad de aprender del otro, de entender al otro”. 

También nos responde la pregunta: ¿En olla o en hoyo?, inclinándose por la primera opción. Lo hará para despedir el verano en un almuerzo con sus mejores amigos. Ya limpió con cepillo las tacas, cholgas y choros, ahora prepara lo mejor: las masitas, el milcao y el chapalele. Tiene las carnes ahumadas y el vino blanco listos. Ahora espera que lleguen las habas y las arvejas. “Nosotros con Juan Domingo hacemos el curanto más rico de por estos lados”, concluye, sin falsa modestia. 

Léenos en Google News

Notas relacionadas

Deja tu comentario

Lo más reciente

Más noticias de País