Punta Arenas: donde los sin casa duermen en los árboles
Unas 200 personas viven en la calle en la extrema región de Magallanes, 35 de ellas, son mujeres. Es una vida al límite con particularidades propias de un clima inclemente, determinadas actividades económicas, alto costo de la vida y un elevadísimo consumo de alcohol, no así de drogas. Esto último conduce a algunos nortinos a buscar allí una suerte de desintoxicación que raras veces resulta.
Gabriel Boric solía dormir la siesta en el ciprés de la Avenida Colón de su natal Punta Arenas, cuando estaba en el colegio. Ha dicho que ese es su árbol favorito, el que le permitía, leer en soledad, para luego elevar la cabeza por sobre su copa y contemplar el Estrecho de Magallanes. Por eso, lo convirtió en símbolo de su campaña presidencial.
Ahora el ciprés tiene un letrero puesto por la municipalidad que dice: “Cuidemos nuestro patrimonio natural: evite subir al árbol presidencial”.
El presidente nunca mencionó entonces ni ahora que en esos impresionantes cipreses macrocarpas que abundan en plazas y bandejones de ciudad y que le dan su bella estampa al famoso Cementerio de Punta Arenas, ayer y hoy suelen dormir personas en situación de calle.
En el libro “Balmaceda736”, que narra la historia del edificio construido hace casi 120 años para albergar la Deutsche Schule de los hijos de colones alemanes, que luego pasó ser la alegre quinta de recreo Normita y que fue la primera Hospedería para Personas en Situación de Calle del Hogar de Cristo en Punta Arenas, además de su casa matriz. Leemos: “Me dijeron que dentro de las copas de los árboles de la Avenida Independencia, dormían personas. Como yo quería ver para creer, subí a la copa de los cipreses y vi las colchonetas, instaladas para albergar a tres personas que pernoctaban ahí”.
La cita es de un activista social ya fallecido, el recordado Efrén Ovidio Hernández Bertrand. Él había recibido del obispo de la ciudad, monseñor Carlos González, la tarea de transformar la Quinta Normita en sede del naciente Hogar de Cristo en la región. La visita de Juan Pablo II, en 1987, a Chile y puntualmente a la capital austral, aceleró ese “regalo” fundacional que le hizo la comunidad magallánica al Papa. Efrén Hernández, marcado por su encuentro con Alberto Hurtado, fue un laico muy vinculado a la iglesia católica, pero sobre todo fue un hombre sensible a la pobreza y vulnerabilidad de quienes viven en la calle en esos territorios extremos.
Con similar sensibilidad, hoy, el profesor maulino, Álvaro Rondón, lleva casi cinco años a cargo de la operación social del Hogar de Cristo en Punta Arenas y Puerto Natales.
Con él, sin hacer mayor esfuerzo, a plena luz del día, descubrimos en los cipreses que se levantan detrás del monumento a Bernardo O´Higgins, en la esquina Independencia con 21 de Mayo, vestigios de sus habitantes nocturnos. Frazadas amuñadas, ajados sacos de dormir, están medio ocultos dentro de las copas, que interiormente son lo más parecido a un nido para un pájaro de tamaño humano.
-Yo he sabido de cristianos que se han subido muy curados a los cipreses y se han caído… y hasta ahí no más llegaron. Esa es una solución para los cabros jóvenes; para uno es el camino más seguro para descrestarse –explica con elocuencia Heriberto Contreras (61), un singular hombre en situación de calle muy conocido en Punta Arenas, oriundo de San Bernardo, Santiago, creativo dueño de “un ruco 2.0”, como afirman los trabajadores sociales que lo conocen.
No sirvió el mea culpa
Hace un mes, dos hombres en situación de calle, usuarios habituales de la Hospedería de Punta Arenas, que tiene capacidad máxima para 40 personas, murieron como nadie debería morir: en la calle.
Uno de ellos era “El Desconocido”, como tituló Carlos Pinto el capítulo del programa “Mea Culpa”-En 1996, el hoy difunto Juan Carlos Candia (60) contó públicamente ahí su historia. Entonces tenía 34 años y había sido condenado a 25 años de cárcel por haber asesinado de 14 puñaladas a su padre adoptivo en 1991.
“Mea Culpa” relata su vida desde su llegada al mundo, con apenas seis meses de gestación. Una joven argentina sin identificar lo parió en el hospital de Punta Arenas, desde donde escapó después del parto, abandonándolo. La criatura se fortaleció, sobrevivió y fue adoptada por un matrimonio de clase media. El marido era funcionario de ENAP, la madre dueña de casa y tenían un hijo postrado y con una grave discapacidad. Ambos creyeron que el joven se beneficiaría con la llegada de un hermano.
No fue así. El padre, ausente por su trabajo en las plataformas petroleras, era estricto y exigente. Juan Carlos fue siempre problemático; mal alumno e influenciable por las malas juntas. Todo fue de mal en peor, pese a que recibió tratamiento psiquiátrico por diversos diagnósticos.
Impresiona verlo hablar en esas imágenes de 1996. Su mea culpa es atenuado. Reconoce su crimen, pero lo justifica por la frialdad y exigencias de su padre adoptivo.
La madre, ya fallecida en 1996, sufrió cáncer los últimos años de su vida y no pudo comprender ni perdonar el asesinato de su marido. Desheredó a su hijo adoptivo en favor de un sobrino, quien se hizo cargo de su hijo con discapacidad y se quedó con la casa del matrimonio.
En 2012, tras 22 años tras las rejas, Juan Carlos Candia fue liberado.
Álvaro Rondón relata: “Después de eso, trabajó durante un año en el restaurante Toulouse, que era de un amigo suyo, pero pronto empezó a decaer. Hasta poco antes de morir en la calle, venía seguido a la Hospedería. Otras veces armaba su ruco en cualquier parte. Había puntos fijos de Punta Arenas donde pedía dinero. Cuando estaba lúcido, sin consumo de alcohol, entendía razones, pero la mayor parte del tiempo no adhería a costumbres mínimas de convivencia. Tenía problemas psiquiátricos, que el alcohol y la vida en calle fueron agravando. Conductas hipersexualizadas, de exhibicionismo, que lo hacían desagradable, sobre todo para las mujeres”.
En agosto de 2019, tuvo su última aparición en la prensa local. La noticia refiere los 120 días de cárcel que le dieron por haber acosado sexualmente a una menor de edad en un bus. En la foto vemos que ya no era el joven pulcro y contenido que se ve en el programa Mea Culpa.
Comenta Álvaro Rondón: “Juan Carlos era alto, fornido, con sobrepeso. No era un adulto mayor. Intimidaba, aunque era respetuoso de la autoridad. A mí, me oía. En varias ocasiones le escuchamos decir que haber salido en Mea Culpa lo perjudicó”.
A Yerka Novión, trabajadora social a cargo del programa de acogida del Hogar de Cristo en Magallanes, con presencia en Punta Arenas y Puerto Natales, le impresiona la soledad en que murió Juan Carlos Candia y el mínimo interés que despertó en la prensa local su muerte. No apareció ni un párrafo al respecto, pese a la triste fama que lo precedía. Realmente, se convirtió en El Desconocido.
El otro conocido de este equipo social muerto en calle hace pocas semanas es Alfonso Pérez (57), estibador del puerto, ampliamente conocido como “El Pochi”.
Cuenta Yerka:
–El Pochi fue toda su vida parte del Sindicato de Estibadores de Punta Arenas. Andaba empeñado en obtener una jubilación anticipada por la extrema dureza de su tarea. Él era un usuario constante de la Hospedería. Tenía características de líder, a ratos medio alborotador. Se fue deteriorando mucho. No quería adherir al programa, cuidarse. Sus dos últimas duchas fueron casi forzadas. No quería nada. Quizás por eso dejó de venir unos días y el 28 de febrero nos avisaron que había sido encontrado mal, en la calle, y finalmente había muerto. Hasta hace unos días su cuerpo seguía en el Servicio Médico Legal, esperando que aparezca un familiar con filiación directa que lo reclame.
El venezolano sordomudo
Unas 170 mil almas habitan en la región de Magallanes, concentrados en Punta Arenas y Puerto Natales. En ambas ciudades hay contabilizadas 200 personas en situación de calle, 35 de las cuales son mujeres.
“A mucha gente del norte le parece imposible que en un clima tan adverso, con condiciones tan extremas, haya personas viviendo en calle, pero las hay y han ido aumentando, igual que en el resto del país”, dice Álvaro Rondón. Y enumera las particularidades de quienes viven en Magallanes sin un techo:
–La mayoría corresponde a trabajadores de faenas ganaderas, de las estancias; y del mar, ya sea tripulantes o pescadores. Algunos vienen del norte, pensando que acá el aislamiento y la falta de oferta, los puede sacar de la droga. Efectivamente, acá casi no hay casi consumo de pasta base, por ejemplo, pero el de alcohol es altísimo. Tremendo.
Los que llegan se enfrentan al alto costo de la vida en la región. Arrendar una pieza mísera cuesta por lo bajo 150 mil pesos mensuales. Y la precariedad de las viviendas, acentúa el consumo de vino, de ron y otros tragos de pésima calidad para capear el frío. “Acá, en la Hospedería, se levantan y se van a la calle por sus petacas de destilados. Así parte el día para muchos. Los rucos son mejores que en el norte. El clima exige sistemas de anclaje para que el viento no los vuele. No sirven cuatro tablas y unas cuantas latas”, detalla Álvaro.
Llama la atención que acá el paso por la cárcel no se oculte. El prontuario se comenta. Muchos tienen experiencias largas o sucesivas penales y han hecho suya la cultura carcelaria, donde el truco es práctica habitual para pasar el tiempo.
El truco es un juego de cartas con baraja española, absolutamente incomprensible para el lego. Con versos, gestos y mentiras, las parejas jugadoras se hacen trampas en un ritual fascinante. Algunos dicen que en este pasatiempo que se cultiva en las estancias de la Patagonia chilena y argentina, se despliega la mezcla que da identidad al carácter local: chilotes y croatas, los colonizadores de la zona.
Nunca he visto mujeres jugar truco, pero sí sabemos que hay algunas viviendo en calle en Punta Arenas. La trabajadora social Yerka Novión las conoce y las describe así: “Todas han padecido vulneración de derechos desde pequeñas. Han estado en el Sename, institucionalizadas. Muchas, después de cumplir 18 años, llegan a la calle, porque no tienen herramientas para otra cosa. En la calle son víctimas de violencia, se embarazan, pierden a los hijos que tienen. Es un verdadero círculo vicioso de pobreza y vulneración que se repite una y otra vez. Una realidad brutal”.
Yerka señala que son más violentas incluso que los hombres, aunque no llegan a los niveles de consumo de alcohol de ellos. “Es muy difícil establecer vínculos con las mujeres. Son esquivas. Con un promedio de edad de 40 años, aunque hay entre ellas varias adultas mayores”.
Duele escuchar sus historias: “Jeannette se fue a Porvenir y desapareció del mapa. Tiene discapacidad intelectual y casi no cuenta con vínculos familiares. Hay otra que padece VIH y un cáncer extendido”, comenta Yerka. Y hace notar que tres de las con que más se relaciona, tienen hijos institucionalizados. “Una de ellas ha dado a sus seis hijas en adopción. Es desolador”.
–¿Hay, como en el norte, familias migrantes en Punta Arenas viviendo en la calle?
–Pocas, mucho menos, pero sí hay migrantes. Hace unos días llegó a la Hospedería a un joven venezolano sordomudo, indocumentado. Tuvimos que conseguir a alguien que supiera lengua de señas para poder ayudarlo. Como todos, llegó a Punta Arenas a dedo desde Argentina. Cómo lo hizo. Es un misterio. Aún está con nosotros. Es muy joven. Hemos realizado gestiones para su formalización, pero le informan que debe esperar. Ha recibido apoyo de una familia magallánica que maneja el lenguaje de señas, y se ha dado maña para trabajar.
En la Hospedería de Puerto Natales, un joven brasileño que conserva sólo los incisivos, está con sarna y absolutamente drogado, dice que llegó por la vía 40 desde Argentina. Sus compañeros traducen su portuñol y lo retan por rascarse “delante de la señorita”. Alguien dice al pasar: “Este es un pájaro seguro para terminar durmiendo arriba de los cipreses de Punta Arenas”.