Agustín Squella y segundo proceso constitucional: “Se repitieron errores de la Convención, pero con corbata y modales de sacristía”
Al analizar el trabajo de la Convención Constitucional de la que formó parte, el abogado y académico asegura, en conversación con EL DÍNAMO, que "nos aniquiló haber llevado mal el proceso" y adelantó que votará En Contra, porque la nueva propuesta "es mala, simplemente mala y anacrónica".
Abogado, periodista y docente, Agustín Squella cumplirá 80 años en abril próximo. Su nombre se hizo conocido a nivel masivo luego de resultar electo para integrar la Convención Constitucional que redactó la propuesta que fue rechazada el 4 de septiembre del año pasado.
Con la experiencia que le otorgan sus casi seis décadas de labor profesional y académica, el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2009 abordó con EL DÍNAMO el primer proceso constitucional y la propuesta que deberán votar los chilenos el próximo 17 de diciembre.
Squella apunta que “en materia institucional jugamos tan lento como al fútbol antes de Bielsa” y revela que el 17 de diciembre votará En Contra porque será más fácil continuar con las reformas a la Constitución de 1980 que modificar la actual propuesta. “Rechazar para reformar”, es su premisa.
—En su libro Apuntes de un constituyente detalla su trabajo en la redacción de una nueva Constitución, ¿Cómo evalúa con el tiempo transcurrido ese proceso de la Convención Constitucional? ¿Cuáles cree que fueron las razones que explican el fracaso de la primera propuesta de Constitución? ¿Haría alguna autocrítica?
—Fue de público conocimiento que hice crítica y autocrítica dentro y fuera de la ex Convención. Pero resultó inútil. Dentro de la Convención algunos me llamaron “pesimista”, “derrotista”, “apocalíptico”, mientras la mayoría guardaba silencio y unos pocos solidarizaban conmigo a la hora del café, pero no al momento de hablar en las comisiones o en el pleno. Hubo un exaltado que me acusó de estar haciéndole el juego a la derecha, y solo porque un diario había publicado una entrevista en la que yo había hecho crítica y autocrítica.
A nosotros nos aniquiló haber llevado mal el proceso, y eso desde el primer día en los jardines del Congreso en Santiago. ¿Recuerda usted? Con algunos de nuestros primeros acuerdos nos metimos en las atribuciones de otros poderes del Estado y eso resultó fatal. La ciudadanía, que nos apoyó al comienzo, no tardó en enfriarse, tomar luego distancia y llegar hasta a desarrollar una cierta malquerencia con la Convención.
¿Por qué? Por los muy frecuentes tonos altaneros, estridentes, pretenciosos y desafiantes que utilizábamos ante la prensa y en las sesiones grabadas de nuestro trabajo. Claro que los partidarios de la Constitución del 80, dentro y fuera de la Convención, hicieron bastante por desacreditarla, pero ese era un hecho previsible con el que los demás debíamos contar y neutralizarlo con prudencia y sagacidad.
Tres fracasos sucesivos
—Al momento de la instalación del Consejo Constitucional usted aseguró sentirse “pesimista desde la razón, pero optimista en la voluntad”. Ahora que terminó el proceso, ¿Mantiene ese espíritu?
—Adopté esa máxima hace tiempo, con la cual se quiere decir que por mucho que se crea que las cosas irán mal o no todo lo bien que se quisiera (pesimismo de la razón), uno no debe sentarse a esperar a que ocurran el drama o la tragedia, sino preguntarse qué está en nuestras manos hacer para que las cosas vayan lo mejor posible (optimismo de la voluntad).
No voy a renunciar a ese espíritu, aunque no deja de producirme vergüenza que, incluido el gobierno de Bachelet, el país pueda acabar fracasando en corto tiempo en tres sucesivos procesos constitucionales.
—En los últimos días algunos personeros de Socialismo Democrático se manifestaron arrepentidos de haber votado Apruebo, entre ellos el comisionado experto Gabriel Osorio (PS), ¿Ha sentido algo similar? ¿Qué le parecen esas declaraciones?
—Cada cual sabrá cómo vota y de qué se arrepiente. Y aprovecho su pregunta para decir que me he divertido mucho con tantísimos que tienen o tuvieron figuración pública –incluso algunos tan longevos como yo- y que están notificando públicamente al país qué votarán en diciembre.
Hay mucho descontrol, desmesura, inflación del Yo, narcisismo, afán de expresarse a cómo de lugar. Yo pienso que se trata de uno de los todavía no bien estudiados efectos neurológicos de la pandemia.
—¿Qué opina del desarrollo del segundo proceso, qué análisis haría del trabajo del Consejo Constitucional y la Comisión Experta?
—La Comisión de Expertos estuvo muy bien (o todo lo bien que fue posible), mientras que la mayoría del Consejo, si bien con corbata y en general con buenas maneras, actuó con la falta de visión y el servilismo que ante los poderes económicos abundan en nuestras elites. La mayoría del Consejo dio un muy oportunista y pobre espectáculo, al explotar el tema del aumento de la criminalidad para promover posiciones conservadoras. Pandemia, estallido social, crisis económica, pérdida de puestos de trabajo, recrudecimiento de la violencia en La Araucanía, migraciones descontroladas, ostentosa presencia del crimen organizado. Todo eso, y junto, cayó sobre los hombros de los chilenos, y es entendible que haya cundido el temor.
Pero un político que se aprovecha del miedo para conseguir adherentes en vez de preocuparse de superar las causas de ese miedo, es un político muy mediocre.
—¿Calificaría a la actual propuesta de texto constitucional como refundacional?
—Es mala, simplemente mala. También anacrónica. Se trataba de reemplazar la Constitución de una dictadura cuya vigencia va ya para el medio siglo, pero también se trataba de una que respondiera al siglo en el que nos encontramos y del que llevamos ya recorrida casi una cuarta parte. Pero, y sitiados por la cordillera, el desierto, el océano y los campos de hielo, no vemos más allá de nuestras narices. Y ya sabemos dónde van nuestras elites cuando salen de Chile: a hacer cruceros y visitar balnearios y resorts todo incluido.
—¿Ha tenido tiempo de interiorizarse sobre el nuevo proyecto de Constitución que se votará el 17 de diciembre?, ¿Qué le parece, cómo votará? ¿Cuáles son las razones?
—Ya que me lo pregunta, votaré En Contra. ¿Qué otra alternativa tiene en este caso un liberal de izquierda? Una buena razón para ello es que si gana el rechazo, el quórum para reformas futuras de la actual Constitución es ahora más bajo que los 2/3 de su texto originario (4/7 de los parlamentarios en ejercicio), y más bajo también que el que se propone para reformas a la nueva propuesta, en caso de ser esta aprobada, que es de 3/5. Resultará más fácil seguir reformando la del 80 que meterle mano a la nueva propuesta. O sea, “rechazar para reformar”.
“Una Constitución rígida”
—¿Cuáles son según su criterio los nudos críticos de la propuesta?
—Adoptar el Estado social a nivel lingüístico y no desarrollarlo debidamente en materia de derechos sociales. Dar pie para que la previsión, lo mismo que la salud privada, sigan siendo una industria con grandes utilidades para los dueños de AFP e isapres, y escasos y siempre regateados beneficios para los cotizantes. La privatización del 50% del currículum escolar. El mantenimiento de un presidencialismo casi monárquico, y un quórum para su reforma que, sin ser el escandaloso y ya superado de los 2/3, es más alto que el que hace un par de años aprobó el Congreso Nacional. En el siglo actual, ya no es tiempo de Constituciones rígidas.
—¿Cree que se repitieron errores de la Convención?
—Sí, pero –y repito- esta vez con corbata y a veces hasta con modales de sacristía. La democracia facilita el encuentro y los acuerdos entre rivales políticos y, a falta de acuerdo, echa mano de la regla de la mayoría. Pero una cosa es que la mayoría decida y otra que aplaste a las minorías.
xUna de las constantes del baile de máscaras que estamos viviendo es que todos hablan de acuerdos –porque así le gusta a la gente-, pero sin tener disposición real para lograrlos. Las mayorías, ayer y hoy, a derecha e izquierda, nunca renuncian a comportarse como tales, pero uno habría esperado otra cosa tratándose de una nueva Constitución y no de la aprobación de un nuevo feriado o de cuarto o quinto retiro de fondos de las AFP.
—¿Cree que se fracasó en el propósito de entregar un texto “que nos una”? ¿Es posible conseguir un texto así de transversal?
—Hemos contado y nos hemos contados cuentos en los últimos años. En una sociedad democrática y abierta no hay nada que pueda ser llamado “unidad nacional”, salvo en el caso detestable de una guerra. Una sociedad es, ante todo, un hervidero de intereses en pugna, los que suelen disfrazarse con palabras grandilocuentes y de mejor prensa que “intereses”, tales como “creencias”, “principios”, “valores”.
Armonizar intereses contrapuestos y lograr una convivencia nacional pacífica y dotada de buenas y eficientes instituciones para dirimir nuestros inevitables desacuerdos y conflictos, eso es todo lo más a que podemos aspirar. Y no es poco. Para nada es poco. Pero dale con embolar la perdiz con palabras altisonantes como “unidad” o “certezas”. ¡Si hasta “felicidad” prometen algunos candidatos en sus campañas!
—¿Considera posible cerrar la etapa constitucional o el proceso iniciado tras el estallido social? ¿Vislumbra un posible nuevo estallido?
—Movilizaciones sociales propias de una democracia seguiremos teniendo, aunque por ahora falten ganas. Hay temor y muchos interesados en avivarlo. El miedo paraliza y predispone en contra del cambio, lo cual favorece a los poderosos y sus prerrogativas.
¿Cuánto dinero se está poniendo hoy en redes sociales por sectores conservadores interesados en aprovecharse del pánico para que todo siga igual?
Seguro que en algún momento habrá movilizaciones sin estallido (espero); es decir, sin violencia, sin fuego, sin agresiones, sin destrucción, sin barricadas, tal como las hubo en 2019, no más que las hemos olvidado. Quedaron en la retina unos dos o tres centenares de chilenos violentos y no los millones que marcharon pacíficamente por las principales calles del país. Pero temo que los sectores conservadores, como es su costumbre, no cedan en su interés por bloquear todo cambio y que, en caso de volver la violencia, se lleven de nuevo las manos a la cabeza para exclamar el consabido: ‘¡Las cosas que pasan en Chile!’.
—¿Cree que la votación obtenida por el Partido Republicano con los consejeros se puede proyectar de cara a una eventual candidatura de J.A. Kast?
—Desde hace mucho que no hago pronósticos, salvo en el hipódromo. Eso se lo dejo a los encuestadores, la mayoría de los cuales no hace encuestas, sino sondeos de opinión y hasta simples registros del estado de ánimo con que en un momento dado responden a su llamado telefónico algunos centenares de consultados.
Pero veo difícil que la extrema derecha llegue a La Moneda, salvo que la derecha tradicional (UDI, RN) continúe subiéndose al carro de aquella. Si hasta Evópoli, que nació para renovar a la derecha, se demoró muy poco en llamar a votar Apruebo en diciembre, al igual que hicieron colectividades autodenominadas de “centro” y formadas por partidarios de la ex Concertación y Nueva Mayoría. Esos colectivos se corrieron hacia la centro derecha y parecen una especie de Evópoli 2. El imán conservador, que suele ser también el de la riqueza, empieza a tomar gran fuerza y a captar adeptos inesperados.
Los “verdaderos chilenos”
—¿Qué opina de las declaraciones de Beatriz Hevia sobre los “verdaderos chilenos”?
—¿Qué diablos será eso de los “verdaderos” chilenos? ¿Los que piensan y se parecen a uno? ¿Los partidarios del rodeo? ¿Los que frecuentan fondas y ramadas? ¿Aquellos que llenan el Estadio Nacional cuando juega la Selección? ¿Los que se envuelven en la bandera chilena cada vez que hablan y no vacilan en evadir o eludir impuestos o en refugiarse en paraísos fiscales? ¿Los que levantan los puños para invitar ahora a la revolución popular en la que fracasaron en el pasado? Ya es difícil decir qué es ser chileno, e imagínese entonces un “verdadero chileno”.
—¿Qué opina que ocurrirá con la izquierda ante la disyuntiva de elegir entre seguir con la Constitución de Pinochet o votar por la que lideró el Partido Republicano?
—Lo señalé antes: rechazar para reformar. Rechazar la nueva propuesta y seguir reformando la Constitución actual. Quienes nunca estuvimos a favor de la Constitución del 80 y lamentamos sus muy lentas y casi siempre tímidas reformas, no la apoyaremos si ahora votamos En Contra. Simplemente, nos resignaremos ante el fracaso de los recientes procesos constitucionales, sabiendo que la nueva propuesta es, en su parte más importante, una hijita muy adelantada de los hijos de aquellos que en su tiempo encendieron antorchas para mostrar su adhesión incondicional a un régimen clasista y de fuerza.
—Si gana el En Contra, ¿Habría que iniciar o no un nuevo proceso constitucional?
—¿Sabe lo que creo va a pasar? El Congreso Nacional, que seguirá teniendo el ejercicio del poder constituyente, y si no todos al menos la mayoría de los partidos, se van a frotar las manos, retomando la siesta constitucional que hasta 2019 dormían desde 2005. Van a invitar a una pausa constitucional y a decir que entran en un período de reflexión, y todo eso apelando a la “fatiga” de la ciudadanía y los “problemas de la gente”. ¿Cuánto va a durar la pausa y la reflexión? No poco, y quizás tanto como ha demorado la reforma de un sistema previsional que fue anunciada hace más de diez años. Así son los tiempos en Chile. En materia institucional jugamos tan lento como al fútbol antes de Bielsa: lentito y con pasecitos para el lado y para atrás, cuando no buscando las manos de nuestro propio arquero.
—¿Cuál cree usted que debería ser la posición del Gobierno ante el plebiscito del 17 de diciembre?
—Informar y prescindir de tomar partido. Ese es su deber y es también lo que le conviene.