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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Eficiencia Energética en Chile: la deuda de siempre  

Chile debe adoptar medidas de eficiencia energética de manera certera, profunda y trasversal, que tengan un impacto profundo no sólo en las prácticas sino que en el modelo de desarrollo, en la construcción futura de país.

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Eduardo Ordoñez es Ingeniero Civil Industrial de la Universidad de Santiago de Chile. Máster en Ingeniera en Recursos Naturales de Lincoln University, Nueva Zelanda y candidato a Master en Estudios Ambientales en School of Environment, Enterprise and Development, Universidad de Waterloo, Canadá. Posee amplia experiencia en empresas privadas y públicas, así como en centros de innovación ambiental. Es gerente de Desarrollo de ACCIÓN desde 2010.

Otro marzo conmemorando el día mundial de la Eficiencia Energética (EF), y no hay mucho más que decir. Hace años sabemos que el concepto de EF va mucho más allá de apagar el computador cuando no lo estamos ocupando -medida que aporta más en lo simbólico que en lo real- porque si bien el concepto dice relación con una práctica que tiene como objeto reducir el consumo global por parte de individuos y organizaciones, su concepción más purista y significativa, radica en la conciencia global para darle un uso racional y eficiente a la energía y cómo actuar en consecuencia.

En nuestro país, el consumo de energía está directamente relacionado con la situación y los ciclos económicos, por lo que siempre es necesaria una aproximación global que permita el diseño y la aplicación de políticas de Eficiencia Energética. Por ejemplo, si nos enfocamos en los combustibles fósiles, de los cuales Chile depende mucho (según datos del Ministerio de Energía, más del 50% de la matriz energética chilena se basa en este tipo de fuentes no renovables), una disminución en su consumo generaría mejoras concretas tanto en la calidad de vida de los ciudadanos que a diario se ven afectados por su uso (congestión vehicular, calidad del aire, impacto directo en la salud de niños y ancianos, entre otros) como en la disminución actual y proyectada de demanda energética y en las emisiones de Gases de Efecto Invernadero, causantes del cambio climático.

Por otra parte, la consigna de que Chile necesita con urgencia duplicar, diversificar y ampliar su matriz energética para cubrir sus proyecciones de crecimiento, la venimos escuchando hace años, pero ¿cuánto de este “necesario aumento” se puede cubrir con eficiencia energética? ¿Podemos mejorar en términos de eficiencia mediante una disminución de nuestros Gases de Efecto Invernadero?

Ejemplos sobre esto, hay varios. En Canadá, a pesar de su potencial petrolero que sin duda les juega en contra y genera discusiones internas, los esfuerzos por mitigar las emisiones de Gases de Efecto Invernadero han tenido algunos resultados gracias a programas de conmutación de energía a gran escala, como es el caso del Programa de Generación de Electricidad sin carbón de Ontario o por medio de protocolos de eficiencia energética. Como resultado de estos esfuerzos, entre 2005 y 2011 las emisiones de Gases de Efecto Invernadero de Canadá se redujeron un 5%. Este es un ejemplo que demuestra que con EE y reduciendo el consumo de combustibles fósiles se pueden lograr avances.

Para ir más cerca, miremos a nuestros vecinos en esta materia. Perú, Colombia y Brasil, son países cuyas emisiones per cápita y relativa al PIB, son más bajas que las nuestras, lo que no solo representa una posición relativa más adecuada a la de Chile  sino que también los posiciona mejor ante eventuales compromisos internacionales sobre cambio climático, además de hacerlos más atractivos para inversionistas por el menor riesgo que estos indicadores conllevan. Y ojo, que no se trata de crecimiento, ya que Perú es uno de los países de la región que más ha crecido en los últimos años.

En este sentido, cifras oficiales muestran que el PIB y el consumo energético chileno están altamente relacionados, situación que fue abordada por los países desarrollados en la década de los 70, cuando comenzaron a desacoplar el crecimiento económico del consumo energético, por tanto, 40 años después,  la brecha entre el PIB y el consumo energético de estos países, es de 75% en promedio.

Según el Plan de Acción de Eficiencia Energética 2020 elaborado por el Ministerio de Energía, Chile pretende alcanzar un 12% para esa fecha a través de la promoción de medidas de eficiencia energética con varios sectores económicos, incluyendo la promoción de sistemas de gestión de energía, fomento a la cogeneración, acuerdos voluntarios, tecnologías más eficientes, etiquetado para vehículos y artefactos, subsidios de reacondicionamiento térmico para edificaciones, capacitaciones, educación y campañas de información, entre otras iniciativas. Sin embargo, y contradictoriamente, de acuerdo a fuentes oficiales más del 60% de los proyectos actualmente en construcción son térmicos de los cuales el 94% es a carbón. Algo no cuadra.

Chile debe adoptar medidas de eficiencia energética de manera certera, profunda y trasversal, que tengan un impacto profundo no sólo en las prácticas sino que en el modelo de desarrollo, en la construcción futura de país, porque éstas no sólo nos ayudarán a no tener que seguir pagando cuentas de luz cada más vez más altas sino que también nos permitirán depender menos de fuentes de energía no renovables, reducir nuestro impacto sobre el medio ambiente, reduciendo nuestra incertidumbre y riegos futuros, y de paso mejorando considerablemente nuestra calidad de vida a través del ahorro  de recursos finitos con eficiencia.

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