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18 de Septiembre de 2013

Las Chinganas: El desbande popular que espantó a la élite y se tomó la cultura nacional

En un comienzo, las chinganas fueron rechazadas por la clase dominante, pero con el paso del tiempo se convirtieron en el contenido que dio sustento a la identidad nacional. Su consolidación significó la derrota de la élite, que pretendía una cultura más europeizada.

Por Avisos
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Las fondas y ramadas son tan populares durante las fiestas patrias, y están tan legitimadas por todos, que el actual período de fiesta es inaugurado por el propio Presidente de la República bailando un pie de cueca y bebiendo chicha. Pero esto no siempre fue así.

Los años inmediatamente posteriores a la independencia de Chile, fueron un enfrentamiento entre distintos sectores para adueñarse de la naciente “cultura nacional”. La historiadora de la Universidad de Santiago, Karen Donoso Fritz, estudió el período comprendido entre 1820 y 1840, para constatar como la fiesta popular representada por las chinganas se impuso a lo planteado por la élite de la época, que proponía una cultura mucho más europeizada.

Las chinganas eran espacios de celebración utilizados por el llamado “bajo pueblo”: huasos, peones, artesanos y pequeños comerciantes. Lo que sucedía al interior de las chinganas no era bien visto por la clase dominante de la época.

Sintomático es lo planteado por Andrés Bello en el Diario El Araucano en 1835: “¿Cuál puede ser el atractivo que ofrezcan las chinganas para la primera clase de la población de Santiago…? ¿Puede creerse que las familias y personas que antes veíamos en nuestro teatro se han retirado de él por frecuentar las chinganas? ¿Se ha prostituido a tal extremo el gusto de la juventud, el de las señoras y el de los hombres en general, que no asistan al teatro para buscar su diversión en esos lugares destinados a la desenvoltura de las maneras soeces de la plebe?”.

En el texto “Fue famosa la Chingana… diversión popular y cultura nacional en Santiago”, Donoso Fritz plantea que la élite, que dominaba la política y el Ejército, no pudo crear una cultura nacional propia: “Durante la década de 1820 y 1830 si bien se pueden distinguir diferencias entre la mirada que la elite pelucona y la pipiola tienen sobre la cultura popular, el discurso nacional que proyectan ambos sectores no tiene una base cultural real que lo sustente, pues la elite no ha sido capaz de construir una cultura propia que pueda identificar a esta naciente “nación chilena”, sino que sus formas artísticas y culturales provienen desde la imitación a los modelos europeos”.

A diferencia de ellos, la historiadora asegura que los sectores populares si lograron una identidad común: “El pueblo —a pesar de las críticas que la elite le hace a las formas en que se divierte—, sí posee expresiones culturales propias, que lo diferencian de otras naciones y que en el fondo, es capaz de otorgarle una base cultural al discurso nacional de la elite. Coincidiendo con lo analizado por Rolando Rojas para el caso del Perú, la integración a la cultura nacional de los elementos surgidos desde abajo, se lleva a cabo cuando éstos no pueden ser reprimidos y terminan siendo aceptados sólo cuando se liman sus aristas que cuestionan el orden social”.

La tensión entre ambos bandos se extendería por todo el siglo XIX, ya que la autora plantea que: “La tendencia de la elite chilena a despreciar lo popular y a mirar como modelo de desarrollo cultural a los países del hemisferio norte, fue permanente a lo largo de todo el siglo, y las apelaciones hacia lo popular aparecen sólo en ciertas coyunturas”.

El desbande popular

Las chinganas fueron descritas por diversos cronistas,. en el texto de Donoso Fritz se citan a algunos de ellos: “Sobre el ambiente, María Graham nos describió que en las chinganas se comen “buñuelos fritos en aceite” y se toman “diversas clases de licores”, como aguardiente, vino y chicha, la preferida según la inglesa. Para acompañar el consumo, otros cronistas relataron que se tocaba música en unas estructuras de madera que hacían las veces de escenario donde las cantoras entonaban los diversos bailes populares que ejecutaban otros animados participantes. El canto lo ejecutaban principalmente mujeres, con los instrumentos de arpa, guitarra y algunas veces se usaba la vihuela; también se acompañaban los sones con tamboreos ya sea de instrumentos creados para esto (una caja de madera con una cubierta de cuero) o bien se usaba la caja del arpa o guitarra para “tamborear”.

Las diferencias sociales en el Chile de inicios del siglo XIX eran marcadas, y a través del estudio de los cronistas de la época, la historiadora de la USACH se percató que existía un desprecio de la élite hacia las costumbres del bajo pueblo: “La relación entre elite y pueblo es bastante compleja, pues así como compartían ciertos espacios públicos y de diversión, también existía un rechazo y una crítica de la elite hacia las costumbres del pueblo, lo que constata el desprecio que se tiene por sus formas de vida. Según Romero “rotos y decentes se encuentran en las riñas de gallos, las carreras de caballos, o los juegos de volantines, en el mercado, en la plaza, la Alameda o la Pampilla. Sobre todo en las fiestas como en la Alameda en la Nochebuena…”, pero en ciertos ceremoniales cívicos oficiales, como los desfiles de la fiesta del dieciocho de septiembre, la elite ocupaba los puestos centrales, en tanto que “a los costados, espectadores pasivos, se ubicaba la gente de pueblo”.

La estudiosa continúa su análisis y plantea que, además del desprecio, había miedo por parte de la clase dominante: “Esta misma tensión la constata Armando de Ramón, al plantear que el desprecio que las autoridades y cierta parte de la elite sentía por las formas de relacionarse y los “vicios” de la parte “ociosa y vagabunda” del pueblo, se transforma en ocasiones en miedo, un miedo histórico que provenía del temor a los levantamientos indígenas “relegados ahora al recuerdo y la frontera de Arauco, se reproducía cada noche y cada día, considerando la existencia de esta especie de mundo subterráneo que se había introducido en la ciudad y formando sus arrabales, el que numéricamente era mayoría dentro de la población que habitaba Santiago”.

El miedo no sería casual, habrían vínculos entre los rotos de la época y los indígenas que antes incendiaban las ciudades: “Rolf Foerster explica este miedo como efecto del vínculo que se establece entre los “rotos” y los indígenas, pues el legado que pudo quedar en ellos sería el desborde social, la capacidad subversiva y de transgresión del orden republicano”.

Pese a todo, se fue imponiendo la cultura ligada a lo popular. Revisando diversos estudios de la época, Donoso Fritz da cuenta del avance arrollador de las chinganas: “A pesar de la existencia de ciertos espacios comunes de esparcimiento, como los paseos, el pueblo tenía sus propios espacios de divertimiento, ubicados principalmente en las afueras de la ciudad. Pablo Garrido (musicólogo) plantea en su libro donde estudia el origen de la cueca, que hacia 1830 Santiago estaba poblado de casas y sitios de entretenimiento popular, donde se cantaba y bailaba la zamacueca, origen de la danza estudiada”.

En un inicio, las carnavalescas chinganas se ubicaban en el barrio La Chimba (actuales Avenidas Independencia y Recoleta, pero con el paso del tiempo, estas fueron tomándose la ciudad: “Luego se instalan en calles aledañas a la Cañada, como la calle Duarte, calle Gálvez, el barrio San Isidro e incluso en la Calle de las Ramadas, cercana a la plaza de Armas, que obtuvo ese nombre justamente por la instalación de chinganas en su entorno. Pablo Garrido plantea que su ingreso a la ciudad fue avasallador, pues “sin perder del todo sus atributos de ventorrillos silvestres, penetraron audazmente hasta el corazón mismo de las grandes urbes, y comprobaron con alborozo cerril como rivalizaban no tan solo con sus símiles las fondas criollas, sino aún con los sofisticados parrales y baños, para arrollar incluso a los tardíos y pulcros cafés, y al mismísimo tinglado teatral”.

El llamado “ambiente chinganero” comienza a tomarse Santiago en 1820, en pleno proceso de formación de la llamada identidad nacional: “El “ambiente chinganero”, que representaría las conductas y los tipos de relaciones sociales que se daban entre los participantes en un ambiente de diversión, juego, fiesta, música popular, canto, baile y alcohol. Este ambiente surge o nace de las chinganas, pero al parecer, en Santiago entre 1820 y 1840, se fue expandiendo, dejando los suburbios de la Chimba y se fueron integrando a las ramadas de Calle Esmeralda, a los Parrales de San Isidro, a los baños de calle Gómez, y las casas de Calle Duarte. Por lo tanto, independiente del emplazamiento físico y del nombre que se le dé a éste, lo que invade Santiago hacia 1830 es el “ambiente chinganero”, en tanto forma de divertimiento, el que incluso logra llegar a los cafés y al teatro, llevando consigo la “zamacueca” como forma musical y expresiva corporal, que se va haciendo representativa de este tipo de diversión popular”.

Revisa a continuación el texto íntegro de “Fue famosa la Chingana…”

Karen Donoso Frits – Fue Famosa la Chingana. Diversión popular y cultura nacional en Santiago de Chile, 182… by Manuel Marquez Illanes

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