Tito Matamala, autor de la Beca Pinochet: “Una papeleta de ciento y tantos candidatos es de país bananero”
Este relato íntimo de cómo se vivía -o sobrevivía- en dictadura, complementa con la historia de ciudadanos de a pie, que se intentaban abrir paso justo en el período más oscuro que hay en nuestra historia reciente. Y el periodista y escritor hace presente que un texto como este es necesario justamente para que no se olvide lo que las personas sufrían al intentar llevar adelante sus vidas comunes y corrientes, en una época en la que el estado daba la orden de asesinar a gente con total impunidad.
“No es que en la dictadura haya habido gente que no quiso ver. El tema es que hubo gente que nunca entendió lo que estaba pasando. Está, por ejemplo, la historia de una chiquilla que era cajera de una cafetería, y en el Plebiscito ella pensaba que era como jugar al loto. Cuando ganó el No me dijo que ‘voté por el Sí y parece que me equivoqué’. Hubo gente, una cantidad importante de gente, que jamás entendió que hubo dictadura militar, y mucho menos nunca supo de los crímenes. Eso se daba en todo sentido. Hay gente que no sabe, gente humilde, modesta, trabajadora, pero no saben”.
Esa es una de las tantas anécdotas presentes en el libro “La beca Pinochet” (Ediciones B) de Tito Matamala, texto el que se suma a la literatura e investigaciones periodísticas por los crímenes, desapariciones, asesinatos y violaciones de los Derechos Humanos en dictadura, o los movimientos políticos y el lento traslado del poder, además de los multimillonarios fraudes que acontecían en esa época.
El libro no se trata –al menos en detalle- de esos temas. Y precisamente ahí radica su valor.
El texto trata de un joven de provincia. Alumno destacado de su colegio, el que se hace de la Beca Presidente de la República, la que se entregaba en esa época a los estudiantes destacados. Y en el relato en capítulos de parte de la biografía del autor y de otras personas que vivieron en esa época, es posible darse cuenta cómo vivía –o sobrevivía– una persona normal en el período más oscuro de la historia reciente de nuestro país. “Llegué a la Universidad de Concepción (UdeC) con la beca Pinochet en la mano, pero además me gané la Enrique Molina, que es la que dan en la institución, y me llevaron al hogar de ese plantel. Ahí eran todos cabros de izquierda. Nunca me volví de izquierda, pero entendí, cuando entré al principio, que había un viejo de mierda que había que sacar. Me costó entender el asunto, porque también estaba la situación de que si me veían, me quitaban los privilegios. Creo que entendí muy rápidamente como era el asunto, y ahí estaba yo… tenía vecino de pieza al Hugo Gutiérrez, un hombre político desde niño“.
– ¿Te daba vergüenza la Beca Pinochet?
“No… no me daba vergüenza, pero había un montón de gente, tanto hombres como mujeres que tenían la beca, y la ocultaban, que les daba vergüenza. Para mí era plata que me llegaba al bolsillo… Incluso hice mérito… hasta 4to medio era aventajado en esto. Merecía la plata, y el viejo de mierda me la dio”.
“Reír para no llorar”
“Mi intención básica es justamente escribir de esa parte de la historia, que no se borre, que no se pierda. Lo digo en el prólogo, no soy capaz de escribir sobre los crímenes, sobre el robo, temas que son de periodistas de otro calado, pero busco que no se olvide lo íntimo del régimen militar, que no te permitía nada, y comparándolo con lo de ahora, con los niños clamando por la Revolución, y que no saben lo que significó el recorrido hasta este momento”, especifica el autor a El Dínamo, tras haber lanzado este título en la Feria del Libro.
Y a diferencia de la actualidad, como plantea Matamala, que en el foro de la UdeC se puede ver “un montón de cabros tomando cerveza, conversando… en esa época no habría nadie ahí porque no se podía. No se permitía. Esa es la historia que cuento, lo pequeño. Cómo eran las fiestas, las reuniones. No viví de cerca ningún tipo de crimen. No tuve parientes desaparecidos ni nada, pero sí era un cabro chico, que llegó a la U y que no entendía ni coco. No cachaba y poco a poco entendí que estábamos en un régimen de terror, donde desaparecía y moría gente en la calle con impunidad”.
El título del texto adelanta el tono de las distintas crónicas presentes en el libro. Beca Pinochet era el calificativo “jocoso” (“reír para no llorar” afirma el mismo texto) que se le daba al exilio. Esto es justamente la historia opuesta: cómo los jóvenes que se quedaron en Chile, y a la fuerza convivieron con el régimen represivo, debían juntar peso a peso para darse un momento de esparcimiento o un gustito, que sería en ese momento un completo con una cerveza o un poco de vino, o cómo se accedía a la rudimentaria y escasa pornografía que existía. Todos sucesos obviamente a espaldas de las autoridades universitarias o de la pensión, y con la complicidad de los compañeros con los que el autor (en la foto) convivió cuando moraba en la que llamó “Mazmorra 250”.
De “¡Viva la Revolución!” a “¡Váyanse a la chucha!”
“No tenía idea sobre qué significaba la nueva trova y para nosotros en el hogar, que éramos 200, terminó siendo una especie de religión. Siempre se escuchaba algo de Silvio Rodríguez, a veces Víctor Jara, Inti Illimani, la Violeta, pero sobre todo Silvio y algunas canciones nos aleonaban. ‘La era está pariendo un corazón’… y el corazón era la Revolución. En dos semanas me creí el asunto”, relata el autor, y precisa que más rápido aún de lo que se apasionó por el tema, terminó descreyendo de todo. “Soy un huérfano político y la gente trata de ‘ubicarme’. ‘Que él habla mal de la izquierda’, ‘que habla mal del general’, ‘que habla mal de Cuba’ y lo que ocurre es que soy huérfano. Como te digo, habrán sido dos semanas que dije ¡Viva la revolución! Y después dije ¡Váyanse a la chucha!”.
Independiente de las simpatías y de quienes Matamala determinó “mandar a la chucha”, en su relato persiste una idea unívoca: “había que sacar al viejo”. Y lejos de haber sido un héroe, idea que se transforma en el tono que marca el texto, el autor sí estuvo a metros de Pinochet.
“En cuarto medio, la gira de estudio espectacular de la época era a la Feria Internacional de Santiago. Por casualidad, la FISA era el símbolo del progreso del régimen. Por casualidad, de repente, me quedé solo y no sé cómo me pasé a los escoltas y pasó el viejo a un metro de distancia. En perspectiva me da asco nomás, pero en esa época era un cabro chico”.
– Justamente se dice que se luchó para que se terminara la dictadura, pero también Pinochet se mantuvo en la comandancia en jefe… ¿Te decepcionó verlo allí en ese momento?
“Nada, porque no había otra posibilidad. Y les pego un combo a los cabeza de pistola tipo (Gabriel) Boric, que dicen más o menos que el día en que asumió Aylwin ese día debía caer Pinochet. Si no se podía. Eso habría significado guerra civil. Quedé satisfecho con el primer gobierno de Aylwin, que fue una auténtica transición, pero más adelante volvemos al tema Soquimich, porque ahí se desvirtuó todo. Pucha que la peleamos. Todos, y mira en lo que se ha convertido Chile. Vemos estos mismos sujetos, que en esa época fueron encarcelados, procesados, aparecían en revistas de oposición de la época, como grandes héroes, y ahora son todos, o casi todos, chicos SQM”.
– ¿Y el resultado de la elección, y su alta abstención, refleja el descontento que se genera con lo que dices?
“Escribí esto en mi columna en el diario . El proceso eleccionario ha ido empeorando porque busca un sistema mejor y van a algo peor. El voto voluntario fue una estupidez del porte de un buque, y eso que lo intentarán corregir es también otra estupidez. La abstención significa que ya nadie le cree a la gente. No van a votar. Yo por flojera no iría a votar, porque prefiero estar en la casa con mis amigos, un asadito, cerveza y viendo la tele. Prefiero eso a mamarme esas colas y las papeletas de ciento y tantos candidatos. Eso no es posible. Eso es de un país bananero”.
– También en el texto criticas a los jóvenes que “claman por la revolución” ¿Esa “exaltación” deslegitima las causas, como educación gratuita o mejores pensiones?
“No se desmerecen las causas, pero lo que falta es el recuerdo de un tiempo en que si uno salía a la calle, había una gran posibilidad de que te mataran. Porque había una orden de estado para matar gente, no así ahora que sí ha habido casos, como el de Rodrigo Avilés, pero son fortuitos, no es política de estado, como sí lo era antes. Para las grandes protestas los militares salían a matar gente, y esa es la gran diferencia, es lo que se olvida ahora”.
En ese mismo sentido, Matamala hace presente que “la gente de 18 años, de 20 años no sabe que nuestro país era pobre pobrísimo, y por tanto muy humilde. Y ahora somos soberbios. Por supuesto… sigue habiendo pobreza en área de salud, entre muchas otras cosas… pero esa pobreza de los ‘70s y ‘80s, con el dólar de 39 pesos, ese es el hoyo más grande de la historia de Chile. No está bien estudiado. Aún se cuela, y hay bancos que no han pagado el respaldo. Recuerda por ejemplo el Banco de Chile, que no ha pagado”.
La ironía del texto en ningún momento obvia lo que ocurrió, y el mismo Matamala lo hace presente: “Digo que hay que buscar la verdad y la justica hasta que se muera todo. No se puede olvidar, no puede ser que haya una ley de amnistía, o una ley final. Hay que estudiarlo, investigarlo todo. Viste entonces que soy un huérfano político, porque lo que te puedo parecer es de izquierda, y me critican a veces como un huevón de izquierda, pero cuando digo todo el tema de un país estable, parezco un huevón de derecha”.
– ¿Posmoderno?
“Jajajaja. Yo diría un ‘Matamaliano’”.