Matzá con hummus
Si queremos cambiar el paradigma, hay que partir de la casa. Y del colegio. Si queremos recuperar la magnífica coexistencia que siempre hubo entre palestinos y judíos en Chile, tenemos que vernos, olernos, escucharnos, conocernos.
Debo comenzar pidiendo disculpas, pues voy a escribir nuevamente del conflicto palestino-israelí. No es mi afán ser monotemático, pero se me hace muy difícil pensar en otra cosa. Son días muy tristes y angustiantes para las comunidades de Chile que tienen lazos con esa parte del planeta y, considerando que una de esas dos colonias, la palestina, tiene cerca de medio millón de descendientes repartidos por Santiago y el resto de país, eso hace que lo que pasa en Gaza repercuta más fuerte aún en Chile.
He descubierto algo, que es la tesis de esta columna. Todas las posturas moderadas y respetuosas y que priorizan la coexistencia que he podido apreciar en estos días en redes sociales, en conversaciones en la calle, en llamados telefónicos, en comidas, vienen de palestinos que conocen judíos y de judíos que conocen palestinos, ya sea como amigos desde el colegio o la universidad o como hijos de amigos, como socios en algún negocio o hijos de quienes han sido socios, ya sea que han tenido polol@s del otro lado del río, ya sea que han tenido o han querido relacionarse el uno con el otro. Voy de inmediato al contrapunto.
“Coexiste con niños, mujeres y ancianos muertos, rata asquerosa” me escribió el domingo en Twitter un ex chico reality de origen árabe, a propósito de nada: no nos conocemos, yo no había dicho nada (salvo publicar una columna el día anterior llamada “Salam Shalom”, donde llamaba a cuidar la amistad entre las comunidades de Chile) y ni siquiera habíamos tenido alguna vez un diálogo en redes sociales. Sin embargo este muchacho, que tiene más de cien mil seguidores en Twitter, me llamó rata asquerosa porque soy judío. Y allí comprendí algo fundamental. Si este joven hubiera conocido alguna vez algún judío, si hubiera tenido algún amigo judío, si sus padres hubieran tenido algún amigo o socio judío, si alguna vez hubiera pertenecido a una liga de fútbol donde juegan palestinos y judíos, si a su estadio de colonia hubieran entrado judíos aunque sea a una kermesse de integración, si hubiera conocido a una judía en una fiesta donde se mezclan cabros de ambas comunidades, entonces estoy seguro de que para él los judíos serían algo más que una cosa, una idea lejana, algo que en su mente podría tomar la forma de un animal distinto al de una rata asquerosa.
Pero no. Al Estadio Palestino van palestinos y al Estadio Israelita van judíos. A los colegios respectivos, lo mismo. A las fiestas, ídem. Apenas se mezclan. Viven en burbujas comunitarias y así llegan, prejuiciados, temerosos el uno del otro, desconfiados, a la universidad, donde quizás tendrán la última oportunidad de conocerse, pero muchas veces ya será tarde, pues han sido enseñados a observarse desde la trinchera. Y de esa manera no puede haber empatía. Imposible. Así, el otro es sólo eso, un juicio, un prejuicio. Y así son blanco fácil de la propaganda, de la manipulación, del odio. Como pasa con tantas cosas, este también es un problema de educación.
Si queremos cambiar el paradigma, hay que partir de la casa. Y del colegio. Si queremos recuperar la magnífica coexistencia que siempre hubo entre palestinos y judíos en Chile, tenemos que vernos, olernos, escucharnos, conocernos.
Propongo, aunque me traten de ingenuo, que los colegios de colonia, al menos los que pertenecen a estas dos comunidades, tengan un programa de intercambio desde básica. Propongo que, donde viven descendientes palestinos y judíos, haya cupos obligatorios en los colegios públicos y privados, para que más habitantes de este país celebren la diversidad de contar con compañeros que tengan esas características. Propongo una feria anual de gastronomía mixta donde los mejores cocineros palestinos y judíos preparen falafel, gefilte fish, kubbe, kreplej, kebab, burrecas y todas las decenas de exquisiteces que caracterizan a ambas colonias. Propongo que construyamos casas dignas para gente sin techo con donaciones de ambas colonias y con manos de ambas comunidades. Propongo que hagamos un festival de música y que traigamos a los mejores cantantes de Palestina y de Israel. Propongo que nos conozcamos. Que sepamos que existe el otro. Que empaticemos. Porque, es cierto, el hummus es exquisito. Pero no hay nada que supere el sabor de una matzá con hummus.