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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Binominal y eficiencia parlamentaria

Si no hacemos un cambio social de fondo, lamentablemente, el fin del binominal tampoco será suficiente para que la gente confíe en sus instituciones.

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Pedro Browne es Representa a las comunas de Lo Espejo, Pedro Aguirre Cerda, San Miguel.

Por fin, después de 24 años de tiras y aflojas, la Cámara de Diputados aprobó una eterna promesa de campaña: el proyecto que modifica el sistema Binominal por uno más representativo. Pero pese a ser un paso gigantesco en el perfeccionamiento de nuestra democracia, no es suficiente para lograr que la gente participe.

Esto lo comprobamos en las últimas elecciones municipales, cuando debutó el sistema de inscripción automática en los registros electorales y voto voluntario, otro eslogan eterno de candidatos de todos los sectores políticos, que lo vieron como respuesta a las demandas de mayor participación por parte de los Pinguinos en 2006.

Contrario a todos nuestros pronósticos, ese cambio al sistema democrático no fue suficiente, y los niveles de abstención aumentaron. Y si no hacemos un cambio social de fondo, lamentablemente, el fin del binominal tampoco será suficiente para que la gente confíe en sus instituciones.

Algo de esto vimos durante la discusión del proyecto en la Cámara, cuando desde la UDI o RN argumentaban su voto en contra señalando que “el país no necesita más parlamentarios”, y que esto significaría un aumento de gastos injustificados.

Para quienes creemos que el fin de binominal es necesario e impostergable, aún cuando implique que el Estado desembolsará más recursos, fue complejo rebatirlos, porque lamentablemente, el Congreso no ha hecho lo suficiente para ser, y demostrar, eficiencia.

Por lo mismo, debemos hacer ciertos cambios en nuestro sistema de trabajo. Por ejemplo, que las sesiones de Sala y de Comisiones sean de martes a viernes (no hasta el jueves, como ahora), dejando íntegramente la semana distrital para estar en terreno, y las otras tres como legislativas.

Nuestra labor es legislar, no ese asistencialismo mal entendido. Y también serviría para que el Gobierno tenga claro cuándo puede disponer de sus parlamentarios para actividades oficiales y no fijen actividades que finalmente obligan ausentarse del Congreso.

Por otra parte, y como una forma de hacer que los recursos se utilicen de forma más eficiente, podríamos cerrar las oficinas distritales con que funciona cada diputado. Estas, en promedio, funcionan con 500 mil pesos mensuales, lo que asegura un ahorro significativo.

A cambio, podemos instalar sedes distritales del Congreso, un edificio institucional, donde estén los parlamentarios de todos los partidos y sus respectivos asesores.

Pero no sólo el Congreso debe tomar medidas para hacer que nuestra democracia funcione mejor. Aprovechemos el debate por la Reforma, e instauremos clases de educación cívica en los colegios. Es fundamental que chilenas y chilenos sepan exactamente el valor de sus instituciones, para que de esa forma las respeten y las cuiden. Nada peor que un país sin memoria, que vuelve a cometer los mismos errores una y mil veces.

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