Somos cabros chicos
Ni las canas ni las poncheras ni las calvicies logran convertir a un hombre en un adulto de tomo y lomo.
La noche del martes me tocó asistir a la fiesta de cumpleaños con la que sueña todo hombre adolescente. Había rayos laser, humo, música a todo chancho, gente disfrazada, cañonazos y fuegos artificiales. No sólo eso. El maestro de ceremonias hacía competir a los asistentes para ver qué mitad gritaba más fuerte. Los cabros estaban en éxtasis. Y el peak vino cuando otro de los “animadores” puso cara de demonio mientras le chorreaba algo parecido a sangre de su boca. Muajajá. Era un señor muy pero muy malo. Todos gritaban y aplaudían y parecían trastornados. Éxito total. Eso sí, las entradas a la fiesta costaban hasta 156 mil pesos. Y los anfitriones, al menos los principales, tenían 64 años en promedio.
En realidad, el cumpleaños era un concierto: el esperado regreso de Kiss. Los asistentes, una gran mayoría de hombres entre los treinta y los setenta años.
Con todo el respeto que merece una legendaria banda como es Kiss, y asumiendo que cada uno tiene el derecho a entretenerse en lo que quiera, mi sensación después de ver a este grupo en vivo es que ni las canas ni las poncheras ni las calvicies logran convertir a un hombre en un adulto de tomo y lomo. Y ojo, eso debe tener más de una gracia.
En todo caso, aclaro que esta reflexión no intenta ridiculizar a nadie. Todo lo contrario. Se trata de asumir, como machos recios que a veces decimos que somos, que lo pendejo no se nos pasa nunca. Que una parte de nuestra cabeza masculina sigue y seguirá siempre teniendo doce años. Y como los señores Stanley y Simmons, los verdaderos dueños de Kiss, son tan pero tan brillantes, no sólo hacen shows pirotécnicos que terminan convertidos en la fiesta non plus ultra del adolescente eterno, sino que nos siguen sacando plata con su merchandising destinado al hombre pendejo: ¿qué es si no el mítico Flipper de Kiss, los condones de látex de color rojo de Kiss, el auto Mini Cooper modelo Kiss y hasta el ataúd Kiss de 4 mil dólares?
Si hay un momento en que los hombres nos permitimos actuar como cabros chicos es justamente cuando estanos con otros hombres, en confianza y en un plano social. ¿Qué mejor que un concierto, donde además hay oscuridad y nos podemos confundir con la masa? El otro lugar es, sin dudas, la gradería del estadio de fútbol.
Por eso, tampoco había que sorprenderse demasiado con las pifias del público cada vez que los músicos de Kiss mencionaban a Argentina, Ecuador o cualquier otro país de Latinoamérica. Lamentablemente, a veces el exceso de testosterona y de olor a camarín nos ponen un poco racistas y machistas. Pero no es de mala gente, es más bien una manifestación de ese espacio donde pensamos poco y actuamos de manera más primitiva, básica y salvaje. Como adolescentes eternos. Como niños viejos. Como cabros grandes pero chicos.
Kiss my ass!