Las catástrofes naturales vienen sin aviso a este Chile que pierde a ratos las energías, pero que sabemos se levanta con fuerza y tenacidad, aún con los ojos hinchados y momentos de desesperanza. La contingencia no nos acompaña, levantando polvo una seguidilla de casos de corrupción, “pillerías”, jugadas sucias y escándalos en las cumbres de poder – político, religioso, empresarial y social- que hacen el amague de derrumbar las confianzas de una sociedad que aún tiene voz y que no se deja amedrentar.
Además, a muchos les molestan o asustan el cúmulo de reformas políticas y sociales que están en proceso, y la incertidumbre sobre sus resultados también amplia las desconfianzas de otros.
Nos podríamos lamentar tomando el té y viendo desde el pórtico de nuestras casas cómo pasa la atormentada sociedad, con sus injusticias y cansancio, o gritar frente a la TV que todos los días son malas las noticias y desahogarnos a bocinazos y caras largas mientras transitamos por las calles.
Podríamos quedarnos en la decepción y pensar que no habrá más fiesta, más buenas voluntades, más héroes, más buenas noticias y grandes acuerdos. Pensar que Chile ‘se chingó’. Pero no. Nosotros nos negamos a creer que cuando nos caemos es imposible levantarse, nos parecemos más a los “monos porfiados”.
Somos muchos los que nos hemos defraudado de algunas personas o grupos ambiciosos, individualistas, codiciosos, irresponsables o corruptos. Por esto, la invitación que hacemos es a creer en aquellos que silenciosamente se levantan todos los días a trabajar en medio de la pobreza, que llevan a sus hijos a las escuelas y que no tienen minuto para aflojar en la vida.
Es a creer también en aquellos que en medio de esa realidad se la juegan y entregan parte de su existencia por cambiar esta sociedad. Es encantarse con esos pequeños héroes, anónimos y valientes, que no bajan los brazos y que creen en ese Chile que se levanta una y otra vez, que se alza frentes a las adversidades de la naturaleza y aquellas provocadas por las personas.
En América Solidaria todos los años convocamos a profesionales voluntarios/as para que partan un año a trabajar a las zonas más excluidas del continente. Un año en que transforman sus vidas pero también, contagian de esa energía y optimismo, transformando esas comunidades para siempre.
A la vez, decenas de latinoamericanos vienen a nuestro país -y a otros del continente- a trabajar con niños/as que viven en situación de vulnerabilidad y exclusión para cambiar sus vidas, para hacer de su existencia una más digna, y que efectivamente se les permita salir de su marginalidad y pobreza. Los sueños son ya realidad y crecen, se desparraman por rincones insospechados de nuestras naciones, sembrando –y en algunos casos ya cosechando- una esperanza activa, inteligente, amorosa y comprometida.
El sueño detrás de este intercambio de voluntades es que se construya una transformación que se expanda como un virus y convoque a la gente a creer que sí es posible erradicar la indiferencia, la no solidaridad, la injusticia, pero que también, está en nuestras manos empujar la transformación en el día a día, con nuestro propio estilo de vida y opciones. Salir a la calle y derribar nuestras propias fronteras es el desafío: erradicar los prejuicios y el individualismo, terminar con la discriminación, evitar la codicia y soñar desde lo colectivo.
Esta convocatoria es una invitación a reconstruir las confianzas, y en esto no nos vamos a rendir ya que aspiramos a lo grande, a la humanización de nuestros vínculos y de las comunidades. ¡El que afloja pierde!
Por Benito Baranda y Florencia Zulueta