Brasil, la alegría ya viene…
Todo esto en un clima marcado por los duros enfrentamientos entre manifestantes pro – gobierno y opositores que se han tomado las calles y avenidas brasileñas en un contexto donde la economía brasileña se encuentra estancada en la peor recesión en una generación.
Rodrigo Durán Guzmán es Académico y periodista.
Los tiempos del país con la población más feliz del mundo parecieran estar lejos. Actualmente la potencia sudamericana atraviesa momentos de tensión en una coyuntura donde han marcado la agenda temas como corrupción, abuso de la autoridad, encubrimiento de delitos económicos, recesión económica y la búsqueda constante de cualquier triquiñuela por zafar de la justicia han puesto a Brasil en el foco de la atención mundial ante el descontento ciudadano con su presidenta Dilma Rousseff.
Recientemente, y como guinda de la torta, el juez federal de Brasilia arruinó la fiesta de asunción de Lula da Silva como nuevo ministro. En menos de una hora después de que el ex presidente estampara su firma en el acta que lo nombra como jefe de la Casa Civil, el equivalente a un primer ministro, el magistrado aceptó una medida cautelar presentada por la oposición contra ese mismo nombramiento entendiendo la existencia de indicios de un “crimen de responsabilidades”, esto es, que Lula llegaba al gabinete para obtener fueros y evadir, así, las causas por corrupción que enfrenta. En tanto Rousseff, y según datos de Datafolha, ha visto el desplome de su respaldo ciudadano pasando de un 42% en diciembre a un 23% en febrero. Recordemos, por cierto, que Dilma inicio su mandato reelegida en octubre de 2014 en condiciones bastante débiles con sólo un 51% de apoyo contra un 48.4% de su contrincante, Aécio Neves.
Todo esto en un clima marcado por los duros enfrentamientos entre manifestantes pro – gobierno y opositores que se han tomado las calles y avenidas brasileñas en un contexto donde la economía brasileña se encuentra estancada en la peor recesión en una generación y el descontento popular con Rousseff está creciendo a medida que una investigación sobre los sobornos y arreglos políticos en torno a la petrolera estatal Petrobras (entre los años 2003 y 2010, Dilma Rousseff presidió el Consejo Directivo de esta empresa) que alcanza a su círculo íntimo. Con todo no han faltado voces desde el oficialismo de ese país que han tildado a los opositores de “golpistas”, en algo muy similar a lo que acontece en Venezuela, cuando lo cierto es que los hechos día a día suman voces detractoras y que ha puesto en el ojo de la comunidad internacional una señal de alerta ante un posible levantamiento ciudadano agotado y agobiado de políticos corruptos y a quienes poco o nada les interesa el bienestar de sus ciudadanos, el bien común. De paso, el conflicto ha puesto en el tapete el concepto de “impeachment” el cual es una figura del Derecho anglosajón (específicamente en Estados Unidos y Gran Bretaña) mediante el cual se puede procesar a un alto cargo público, en este caso, ni más ni menos que a la presidenta de una otrora potencia mundial. Como vemos, los brasileños opositores a Rousseff lo que buscan no es un golpe de Estado sino que simplemente se haga justicia y quienes tienen responsabilidades las asuman, con los costos y consecuencias que ello implica porque así lo demanda el estado de derecho…cuando se valida y se respeta.
Por esta razón, y mientras algunos buscan ver fantasmas golpistas donde no los hay, la comunidad internacional debe entender que cada día que pasa aumenta la incertidumbre y tensión social de la cual ya se vislumbró algunas pinceladas durante la realización de la Copa Mundial de Fútbol donde se gastaron millones de dólares en infraestructura de estadios que, posteriormente, se descubriría que los precios fueron sobrevalorados en forma grotesca ante la mirada atónica de ciudadanos que veían como el Estado despilfarraba los recursos existiendo necesidades en áreas sensibles tales como salud, educación, seguridad ciudadana y generación de empleo, entre otros. Lo que hoy acontece en el país carioca no es algo que haya ocurrido de la noche a la mañana sino que, a modo de analogía, es una olla a presión que está alcanzando sus máximos de ebullición y que bien podrían desencadenar hechos de violencia pero que podrían tener solución en la medida que sus líderes, puntualmente quienes ostentan el poder en Brasil, recapaciten y pongan la necesaria cuota de cordura, aun cuando eso los lleve a dar un paso al costado.