Fracaso de paz con las FARC: La distancia simplificadora
Cuando existe una distancia del tipo que fuere con algún determinado fenómeno, es inevitable caer en la tentación del simplismo, aquel camino fácil que nos permite rigidizar nuestras posiciones con la certeza de que nada malo nos pasará. Colombia, y particularmente sus zonas más conflictuadas, hoy sufren las consecuencias de dicha distancia.
Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.
La reciente desaprobación ciudadana al acuerdo firmado por el gobierno colombiano con las FARC (donde triunfó el rechazo con un 50,23% contra un 49,73%), vuelve a despertar el fantasma de la guerra civil en una región que durante décadas ha sufrido de una profunda conflictividad y violencia.
Que esto haya ocurrido ad portas de la mejor opción creada hasta el momento para poder poner a fin a una cruenta y dilatada guerra civil, puede parecernos poco comprensible a la distancia. Pero lo cierto es que ha existido un fuerte movimiento opositor a este acuerdo. No tanto por el acuerdo de paz en sí mismo sino más bien debido a las cláusulas de éste, consideradas por muchos como demasiado benevolentes para con la guerrilla, favorables a la impunidad y generadoras de inmerecidos privilegios. Lo que parece ser un fiel reflejo del pensamiento más purista de que “con los asesinos jamás se debe negociar”.
Sin embargo, es un hecho notable que cuando se analizan los resultados en forma más desagregada, es inevitable notar que en las regiones más afectadas por la violencia de las FARC hubo un triunfo arrollador de la opción contraria, la aprobación del acuerdo. En el pueblo de Bojayá, el Si ganó con un 95,76%; en San Vicente del Caguán, con el 62,93%; en Toribio con el 84,8%; en Mitú con el 75,62%; todas zonas donde se ha vivido con mayor intensidad la violencia y traduciéndose en un alto número de víctimas.
Cabe preguntarse entonces ¿por qué los más afectados son los que precisamente están más dispuestos a hacer concesiones?
Por supuesto que quienes viven más alejados de un conflicto, sin tener que sufrirlo en carne propia, en su comprensión del mismo hacen una aproximación mucho más conceptual que concreta respecto del fenómeno. Y debido a eso es mucho más difícil poder considerar aspectos importantes del contexto que en cambio, para los que lo viven cotidianamente, resultan no sólo evidentes sino también altamente relevantes.
Por eso es que a la distancia siempre resulta tan fácil caer en simplificaciones, en crear caricaturas de la realidad. Después de todo, en temas en los que uno no parece formar parte relevante (ni como objeto del problema ni como sujeto solucionador), para qué desgastarse tratando de ver más allá de lo aparentemente más obvio. Y así el mundo se nos simplifica, se nos hace más fácil de digerir. “Acá estamos los buenos, allá están los malos”; “el pobre es pobre porque es flojo”; “el rico es rico porque roba”; “todos los políticos son corruptos”; “todos los empresarios unos evasores, coludidos y ladrones”; etc…
Lo dramático del caso es cuando esta distancia termina afectando en forma directa la toma de decisiones respecto de los destinos de un país y de sus políticas públicas. Lo que por ejemplo es el mal del centralismo, que concentra el poder decisional en quienes viven, respiran y operan en las grandes capitales urbanas, ajenas a las reales necesidades de las regiones y provincias, lo que les dificulta poder entender las variables complejas que siempre existen en cada caso.
Un ejemplo de esto es la creación, centralizadamente, de una ley en contra de la caza de lobos marinos, maravillosamente inspirada por un noble espíritu ecológico, pero que genera una crisis local en los pescadores artesanales del sur que ven como colonias de lobos invaden sus zonas de pesca, impidiéndoles usar el recurso tradicional de cazar uno o dos lobos para poder ahuyentar a la colonia (sin cuestionar, claro está, que las colonias de lobos, a su vez, se han visto obligadas a adentrarse en las zonas de pesca artesanal debido a que los grandes buques pesqueros han invadido sus propias zonas habituales de pesca).
Pero esta simplificación no sólo obedece a distancias de tipo geográfico. En la mayoría de los casos las distancias psicológicas terminan siendo mucho más determinantes en la comprensión de los fenómenos. ¿Qué comprensión real puede tener un grupo de legisladores, mayoritariamente hombres, del fenómeno del embarazo y del aborto? ¿qué posibilidad tienen de acercarse al tema y poder de verdad entender las variables de contexto asociadas?
O incluso también la distancia etaria. A propósito de esto, imposible no recordar la reciente votación a favor del Brexit en Gran Bretaña, donde se impuso la votación de la población más vieja –de querer salirse de la Comunidad Europea– por sobre la opinión de los más jóvenes, que estaban mayoritariamente por permanecer dentro de ella. Es decir, el grueso de la población más joven, nacida y criada bajo la identidad “comunitaria”, tendrá que vivir (y por muchos años) haciéndose cargo de las consecuencias de largo plazo de un sistema que, en definitiva, fue determinado por quienes vivirán menos y, consecuentemente, deberán sufrir menos tiempo dichas consecuencias.
Cuando existe una distancia del tipo que fuere con algún determinado fenómeno, es inevitable caer en la tentación del simplismo, aquel camino fácil que nos permite rigidizar nuestras posiciones con la certeza de que nada malo nos pasará. Colombia, y particularmente sus zonas más conflictuadas, hoy sufren las consecuencias de dicha distancia.
Que fácil resulta, en la seguridad de la lejanía, ponerse exquisito con los principios cuando son otros los que deberán hacerse cargo de sus costos y nefastas consecuencias. Ya hace años lo cantaba Silvio Rodriguez en su “Canción en harapos”:
“Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir
la caravana en harapos de todos los pobres.
Desde un mantel importado y de un vino añejado
se lucha muy bien.
Desde una casa gigante y un auto elegante
se «sufre» también.
En un amable festín se suele ver «combatir».”