Contra el terror, contra el odio
"Anoche murió un hombre a menos de dos cuadras de mi casa y otros 10 resultaron heridos cuando un supremacista blanco les lanzó encima un furgón arrendado, mientras volvían a casa después de rezar en la mezquita de Finsbury Park".
Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo
Había escrito otra columna. Algo que ayudara a que habláramos más del cerebro y la ciencia, en estos días de aparentes incertezas y medias verdades. Pero no puedo. Anoche murió un hombre a menos de dos cuadras de mi casa y otros 10 resultaron heridos cuando un supremacista blanco les lanzó encima un furgón arrendado, mientras volvían a casa después de rezar en la mezquita de Finsbury Park. Cualquier otra cosa que quisiera decir, puede esperar. Hoy hay que hablar contra el terror, y sobre todo, contra el odio.
Cuando los transeúntes lo agarraron, el tipo gritó que quería matar a todos los musulmanes. Les lanzó el furgón encima por eso, por ser lo que son y creer lo que creen, por no andar escondidos ni disfrazados. Los líderes religiosos que estaban presentes, en vez de alentar un linchamiento, protegieron al atacante para que se lo llevara la policía que llegó muy pronto, junto a los servicios de emergencia. Después, esta mañana, los mismos musulmanes recibieron a todos los líderes religiosos del barrio —judíos, árabes y cristianos de diversas denominaciones— para conversar con los políticos que llegaron a presentar sus condolencias, incluyendo a la PM Theresa May y al líder del partido Labour, MP Jeremy Corbyn.
Fue esa misma mezquita la que hace unos 15 años estuvo en manos de fundamentalistas que buscaron convertirla en un foco de propagación de violencia y odio, liderados por Abu Hamza al-Masri —hoy cumpliendo cadena perpetua en Estados Unidos. Pero fue la propia comunidad musulmana la que, con ayuda de vecinos y representantes, trabajó y fue capaz de recuperar su identidad y volverse una activa promotora de la paz y el diálogo interreligioso. Hoy es un símbolo en el barrio, el testimonio de que el odio puede ser vencido por el deseo de vivir juntos.
Estas no han sido semanas fáciles para vivir en Londres. Hace apenas unas semanas otros fundamentalistas condujeron un furgón contra la multitud que paseaba en la noche por el London Bridge y acuchillaban a transeúntes afuera del Borough Market, en nombre de la organización extremista Estado Islámico. Hace pocos días, la desidia de las autoridades permitió el incendio de una torre de departamentos que costó la vida a decenas de personas y causó daños enormes a otros cientos. Ahora un autodenominado vengador atropella a un grupo de fieles musulmanes.
Pero en medio del impacto y la tristeza, las elecciones fueron ocasión para que tanto el partido de gobierno como la oposición mostraran su compromiso en la diversidad Londinense. Esta mañana, la PM Theresa May decía: “Este es el hogar de una multitud de comunidades que hace de Londres una de las grandes ciudades del mundo: diversa, acogedora, vibrante, compasiva, confiable y decidida a nunca dejarse vencer por el odio. Esos son los valores que definen esta ciudad y este país. Esos son los valores que el gobierno defenderá. Esos son los valores que prevalecerán”. A la misma hora, Jeremy Corbyn, el parlamentario ateo que representa a este distrito en la Cámara de los Comunes, estaba con los fieles de la mezquita, compartiendo su tiempo de oración. Como él, muchos judíos, cristianos y ateos irán esta nocha a las oraciones de la mezquita de Finsbury Park, como un signo de que no habrá miedo que nos separe y que el odio no tiene lugar en esta comunidad.
Vivo aquí, en medio de una ciudad de más de dos mil años, que contiene parte importante de la historia de Europa, en una calle que tiene el mismo nombre que la ciudad Árabe en que está enterrado el profeta Muhammed. A media cuadra de la calle donde ocurrió el ataque, que se llama Seven Sisters por una tradición pagana en torno a siete olmos plantados en torno a un nogal, un poco más allá, en el que parece haber sido un sitio ceremonial en la época en que esta ciudad era parte del imperio Romano. Elegimos ese barrio porque queremos creer que es un resumen del mundo, de su diversidad y de sus necesidades. Un resumen del espíritu de colaboración de personas que con idiomas distintos, culturas diferentes e historias muy diversas, encuentran aquí su propio relato resignificado, escrito de nuevo con una perspectiva que las burbujas de nuestras propias trayectorias casi siempre impiden ver, se venga de donde se venga.
Ni el Estado Islámico, ni los supremacistas blancos, ni el que quiera ponerse a la fila de atacantes de lo distinto va a cambiar esto, que está inscrito en la piedra. En este barrio nadie va a cosechar odio entre rubios y morenos, entre acentos latinos, árabes, africanos y británicos, entre homo y heterosexuales, entre raperos y punks, entre delincuente y víctima (no me olvido de los imanes de la mezquita, protegiendo al asesino). Los vecinos nos seguiremos saludando en la calle con alegría, ofreciéndonos ayuda, mirándonos con curiosidad, educando a nuestros hijos en los mismos colegios, aprendiendo a pronunciar sus nombres y sus comidas.
Es verdad, cuando salí a la pega esta mañana las calles estaban desiertas. La gente miraba para todos lados todavía impresionada de ver la violencia golpear aquí y no en la zona turística del centro, todavía asustados. Pero un rato después el carnicero argelino saluda al de la tienda turca del frente. En esta ciudad se hace té, mucho té, se conserva la calma y se sigue adelante.
Nuestros hijos no heredarán el miedo. Y así, quizás, jamás tendrán que conocer el odio en ninguna parte del mundo. Ni en Siria, ni en Wallmapu, ni en el norte de Londres.
Hoy había escrito otra columna, pero sepan disculpar. Esto era urgente.