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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El progresismo tiene la culpa del triunfo de Piñera

"Todo parece indicar que la Nueva Mayoría se romperá en medio de recriminaciones. Y no queda muy claro que el Frente Amplio pueda disfrutar de la respetabilidad necesaria, en los primeros meses del gobierno de Chile Vamos, para poder liderar la oposición".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

En el discurso en el que Alejandro Guillier reconocía su derrota, señalaba con mucha fuerza que trabajaría por la “unidad del progresismo”. Un poco tarde quizás, pero se valoran las palabras en un momento en que todo lo que no hizo le explotó en la cara. Tal vez entendió que las buenas intenciones no son suficientes si es que uno no trabaja para concretarlas o para formar un equipo fuerte que pueda llevarlas a cabo.

Los votos y las ideas estaban. Había una pequeña victoria ideológica. En primera vuelta se expresó un país que estaba en contra de la “realidad” que Piñera nos quería contar. Era cosa de convocarlo, organizarlo, politizarlo y trabajar para que no se diluyera. Parece que no hubo esfuerzo por profundizar en lo que se había logrado.

Al contrario, el progresismo se dedicó a criticarse, a mandarse señales por los medios, pero nunca a sentarse en una mesa. Algunos creían que no debían hacerlo porque, mal que mal, habían salido segundos; y otros no lo hicieron porque estaban convencidos de que sentarse con la ex Concertación podría mancharles la pureza que necesitaban para ser oposición en los próximos cuatro años.

Creyeron que el “no a Piñera” era suficiente. No se esmeraron en darle contenido y proyectar algo más grande a raíz de ese sentimiento. Prefirieron refugiarse en este para así no dar ningún paso en falso. Cuando lo que hay que hacer en política es dar una y mil veces pasos en falso para lograr los objetivos, porque la castidad y el querer hacer cambios sociales no son cosas que vayan de la mano.

Con esto no quiero culpar a ninguna persona en particular, sino que a toda las dirigencias del progresismo. No se esforzaron, no salieron a la calle como sí lo hizo la derecha en estas últimas tres semanas. Al contrario, se quedaron conversando en los pasillos y felicitándose por los resultados obtenidos en la primera vuelta. Y le bajaron el perfil a una influencia cultural que la derecha ha construido durante cuarenta años de triunfo ideológico.

No era cosa de quedarse con lo que había. Había que continuar, moverse y entender que las diferencias no son más importantes que los objetivos. Y que para lograr hacer un cambio político y cultural de manera profunda, no basta con hacer ciertas correcciones en paradigmas, sino intentar cambiarlos concretamente. Sin descansar. Sin refugiarse en sensaciones ni en seguridades pasajeras. La seguridad en política parece ser la peor consejera.

Es cierto, Piñera ganó electoralmente. Pero se encontrará con un Chile más complejo, como le dijo Michelle Bachelet en la llamada telefónica que le hizo para felicitarlo. Y la misión es demostrárselo. Hacerlo entender que su tesis y la de sus adherentes no tiene mucho que ver con lo real. Aunque antes hay que comprender qué es lo que se quiere continuar, de qué manera se quiere defender y quiénes lo defenderán.

¿Por qué digo esto? Pues porque todo parece indicar que la Nueva Mayoría se romperá en medio de recriminaciones. Y no queda muy claro que el Frente Amplio pueda disfrutar de la respetabilidad necesaria, en los primeros meses del gobierno de Chile Vamos, para poder liderar la oposición. Porque acá hay un mundo entero que es responsable. Nadie se salva. Lo que quizás sea bueno para poder hacer algo al respecto.

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