La falta de respeto de Farkas
"Las ansias de Farkas por hacernos saber que es generoso, no sólo le pone precio a algo que pudo ser una tragedia, sino que también le faltan el respeto a una convivencia democrática que aún no está del todo construida".
Francisco Méndez es Columnista.
Antes de que la pequeña Emmelyn fuera encontrada por la Policía de Investigaciones, Leonardo Farkas, a través de su Twitter, ofreció 10 millones de pesos para quien llegase a hallarla. Lo hizo nuevamente sintiéndose como el héroe, el rescatista de un país que necesita de su dinero para así lograr sus objetivos y solucionar sus crisis.
¿Las instituciones? No, no importan. Ellas no funcionan porque, como debe tener grabado en su cabeza, el Estado es más ineficiente que la rápida y audaz acción de los privados. Ya lo demostró la caritativa Lucy Ana Avilés, al traer un avión gigante a tratar de apagar incendios el verano pasado, por lo que había que continuar por esa senda en la que, independientemente de las mezquinas críticas, él estaba haciendo lo correcto.
Y no hay nada que le interese más a Farkas que hacer lo correcto. No ve mal alguno en su desembolso de dinero, ya que está compartiéndolo con los demás. Tal vez se vea feo, debe pensar, pero no siempre la bondad es hermosa ni estética. Menos cuando la llevas a cabo en medio de un show de desparpajo y luminosidad muy de nuevo rico, para un Chile que aún conserva ciertos límites de pudor.
¿Para qué tener pudor si con este no se logra nada? ¿No querían que los millonarios se involucraran más con el pueblo y sus problemas? ¿Entonces por qué hoy andan alegando? El millonario no lo entiende. No comprende por qué hay quienes no aplauden su danza de billetes en cada lugar en el que haya gente pobre que los necesite.
Por esto es que, tal vez sin darse cuenta, deslegitima el trabajo policial. Lo encuentra parte de una burocracia que no es necesaria cuando se tienen los medios para hacer el trabajo de manera más efectiva. Los protocolos, las leyes y las normativas que establecen ciertas maneras de proceder a él le cansan, porque la vida mercantil es más dinámica, pasa por encima de cualquier restricción democrática y reduce los símbolos para así solamente actuar, aunque se aplasten los acuerdos sociales.
¿Qué le pueden importar estos acuerdos a quien puede usar sus ganancias como una manera de invisibilizarlos para así salir él más nítido en la fotografía final de una causa? Nada. Total la misma institucionalidad ha sido lo suficientemente benevolente con quienes acumulan fortunas; no los llama a ser conscientes de su responsabilidad, por lo que no se sienten interpelados a actuar como ciudadanos con deberes como, por ejemplo, pagar impuestos de acuerdo a lo que ganan.
Es cierto, el platinado ricachón no pertenece a las familias que concentran el gran capital en el país, pero eso no puede eximirlo de cumplir con ciertos rituales públicos como, por ejemplo, respetar las tareas asignadas a la PDI, por muy en desacuerdo que muchos estemos con la lógica de muchas de nuestras instituciones. El dinero no puede, una vez más, pisotear el funcionamiento de un país; las individualidades, construidas por los nuevos “valores” que crea el mercado, no pueden masacrar a una democracia.
Claramente esto no es exclusivamente responsabilidad de una persona y sus ganas de mostrarse buena persona. Es también-y principalmente- culpa de la construcción de una lógica sistémica en la que la individualidad está por sobre la sociedad, lo que no es lo mismo que individuos integrados en esta. Las ansias de Farkas por hacernos saber que es generoso, no sólo le ponen precio a algo que pudo ser una tragedia, sino que también le faltan el respeto a una convivencia democrática que aún no está del todo construida. Pero, sobre todo, confunde a cierta parte de la población que aún cree que, una vez que tienes un poco de poder, puedes hacer lo que quieras. Incluso dártelas de superhéroe.