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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La torpeza de seguir apoyando a Maduro

Lo que sucede en Venezuela hoy en día debe preocuparnos a todos, incluso a quienes criticamos la democracia chilena.

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Francisco Méndez es Columnista.

A raíz de las elecciones presidenciales celebradas en Venezuela este domingo, nuevamente surge un debate al interior de las fuerzas progresistas. Una vez más sale a la palestra una división entre quienes apoyan la “autodeterminación de los pueblos”- para no decir que respaldan el régimen de Nicolas Maduro-, y quienes critican lo que sucede en ese país debido a las arbitrariedades del chavismo.

Los que apoyan a Maduro sin decir que lo hacen, echan mano al argumento del posible golpe de un imperio que les presta menos atención de lo que ellos quisieran. Dicen que, al mirar con ojo crítico el proceso electoral venezolano, le estamos haciendo el juego a una derecha que está esperando ansiosa tomar el poder por la fuerza. Nos culpan a los críticos de ser cómplices de algo que, en el fondo, esperan más que nosotros, para así evitar hacer un mea culpa sobre su respaldo a esta vergonzosa revolución que no tiene nada de revolucionaria.

Hemos visto por estos días uno que otro miembro de lo que podríamos llamar la izquierda chilena, no muchos, manifestando en Twitter su apoyo al régimen chavista sin hablar de este, sino que poniendo el ojo solamente en la amenaza que, posiblemente, puede acechar a Venezuela. Cuando se les pregunta, desde su sector principalmente, por qué caen en esto, acuden a ese discurso complaciente que prefiere culpar al adversario incluso de los problemas propios. Un discurso que no es característico de nuestra izquierda, pero en el que algunos, con tal de mantener ciertas complicidades, recaen.

Lo lamento, pero el ejercicio intelectual no debe limitarse a avalar o criticar lo que el adversario critica o avala. Eso es jugar el juego de esa derecha que se quiere combatir. ¿No es acaso estar condicionado por las opiniones oficiales tratar de discutirles según sus pautas de debate? Es decir, ¿no es jugar ese juego “imperialista” ponernos en la situación que efectivamente ellos quieren que nos pongamos? A mí me parece que sí. Me parece que otorgarle virtudes a Maduro por la simple razón de que este dice palabras fuertes y duras en contra de Estados Unidos, es caer en la trampa y no entender dónde se disputa realmente el juego ideológico. Es vivir preso de sentimentalismos que han hecho que la izquierda hoy no tenga una alternativa real para alcanzar el poder en la región.

Quienes acusan intervencionismo no quieren preguntarse si tal vez el modelo de Chávez fracasó; no quieren llegar a una respuesta sobre si es o no una buena alternativa jugársela por un régimen cívico-militar de estas características; uno que satisface corazones melancólicos de unos pocos.
Si es que no se pueden hacer estas preguntas, lo cierto es que tampoco podrán hacerse muchas otras. Renunciar a cuestionarse sólo lo que uno crítica, y por ende a celebrar las erróneas formas para obtener lo que uno dice querer, debería ser uno de los motores principales para lograr cierta impermeabilidad ante lo que el otro quiere instalar sobre lo que un sector es.

Si uno piensa un poco más allá, podría darse cuenta de que Nicolás Maduro es la caricatura perfecta. Es el líder bananero perfecto. El que sirve para alimentar el discurso de una hegemonía neoliberal. Su figura es idónea para el cargo de dictadorcillo de esa izquierda que repite a la perfección lo que los medios de derecha quieren escuchar; y quienes lo apoyan son cómplices de sus estupideces.

Hay cierta izquierda que aún no entiende que las discusiones ideológicas son más profundas que un infantil juego de resistencia y empate. Aplaudir a Venezuela porque “resiste” los embates internacionales es quizás la demostración misma de una decadencia intelectual preocupante. Es no entender que urge una revisión de ciertos procedimientos y maneras de luchar. Y que defender la “democracia” venezolana, es defender un proceso que hoy en día sólo se afirma en una retórica muy colorida y perdedora, la que no debería tener relación alguna con una izquierda consistente.

Lo que sucede en Venezuela hoy en día debe preocuparnos a todos, incluso a quienes criticamos la democracia chilena. Uno, a diferencia de lo que dice una parte bastante torpe del Partido Comunista, sí puede preocuparse de una y otra cosa. Uno sí puede alegar en contra de un proceso desde el lugar que quiera. El interés por la política no debe ser selectivo, sino que inteligente y agudo. Y esa agudeza debe empezar por casa.

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