La infamia de una condena sin proceso
"Lo que hoy ha ocurrido con el sacerdote Cristian Precht es una más de las tantas aberraciones jurídicas que hacen incomprensibles los criterios del Vaticano, primero encubridor, luego compasivo con las víctimas, pero siempre saltándose todas las reglas de un debido proceso que permita confiar en la justicia de sus actos".
Mariana Aylwin es Profesora de origen, política por vocación y a mucha honra. Directora Corporación Educacional Aprender.
He sido católica con la fe del carbonero. Esta es la religión de mis padres, de mi cultura. Es la fe que me rinde ante el misterio de la vida.
Me sentí parte de un hogar que hizo de la justicia social primero y luego de los derechos humanos su razón de ser. ¡Qué orgullo sentíamos de pertenecer a la iglesia católica chilena y latinoamericana que nos invitaba a tener una patria compartida, a luchar por la dignidad humana, a derrotar la injusta pobreza! ¡Cómo no recordar hoy – 18 de septiembre- las homilías del Cardenal Silva Henríquez que nos hablaba del alma de Chile, de un alma libertaria, amante de la paz y respetuosa del derecho!
Seguí amando a la Iglesia aun desde la rebeldía que me produjo su radical reduccionismo de la fe a la moral sexual. Empobreciendo su mensaje, su jerarquía – salvo excepciones que nos ayudaban a dar la pelea- se mantuvo de espaldas a la realidad, incomprensiva de los cambios culturales, renunciando a proclamar una fe esperanzadora y comprometida para pasar, durante décadas, predicando qué NO debíamos hacer con nuestra vida privada. Una Iglesia defensiva, contra la corriente, lejos del alma libertaria de nuestra patria y del mundo moderno. Además, pretendiendo que los católicos que estábamos en el ámbito público, fuéramos voceros de sus posturas, que no tenían ningún nexo con la realidad. Hasta a algún obispo se le ocurrió amenazarnos con la excomunión.
Pero lo que ha venido después, no tiene nombre. La iglesia no solo ha llegado tarde y mal a enfrentar las acusaciones de abusos sexuales de sus sacerdotes, sino que un día actúa encubriendo y, al otro, con condenas extremas. El Papa Francisco se fue de Chile retando molesto a quienes lo interpelaron por el caso del Obispo Barros y luego, arrepentido recibe a las víctimas de Karadima y otros, cambiando de posición. En cada caso, lo que se ve es una actuación arbitraria, pareciera que dependiendo del humor, del miedo y de la conveniencia de los jerarcas eclesiásticos. No existen procesos claros, ni transparencia alguna. El Papa Francisco – como hemos visto en muchos casos – no maneja sus emociones, actúa precipitadamente, se deja llevar más por sus sentimientos y pasiones que por la razón fundada. Nada más lejos del apego al derecho que proclamaba el Cardenal Silva en tiempos de profundas arbitrariedades.
Lo que hoy ha ocurrido con el sacerdote Cristian Precht es una más de las tantas aberraciones jurídicas que hacen incomprensibles los criterios del Vaticano, primero encubridor, luego compasivo con las víctimas, pero siempre saltándose todas las reglas de un debido proceso que permita confiar en la justicia de sus actos. ¿Es posible en estos tiempos, aunque no se trate de la justicia civil, que una institución milenaria como la Iglesia se salte el derecho de toda persona a un debido proceso y decida como en tiempos de la monarquía absoluta , condenar o absolver a un acusado bajando o subiendo el dedo?
“El Derecho – decía el Cardenal Silva- es la justa ecuación entre la libertad y el orden. Sólo el Derecho puede regular …el ejercicio de nuestras libertades básicas; sólo normas objetivas, válidas siempre y para todos, pueden sancionar y proteger los derechos elementales…”
Nada de eso cumple la Iglesia hoy día. Ni con las víctimas, ni con los acusados. Está dando manotazos de ciego. Debe haber muchos casos como el de Cristián Precht que, ante la sola acusación y sin debido proceso, se decrete una condena . ¿Alguien puede entender que Cristián Precht reciba una sanción peor a la de Fernando Karadima?
Y ya intuimos cuántos ejemplos, en que las víctimas, tampoco han tenido oportunidad de un debido proceso. ¿En qué se diferencian estas arbitrariedades de las sentencias de las dictaduras?