La cultura de lo desechable
"El derecho a morir bien se ha simplificado al derecho de decidir sobre la muerte propia, resultando urgente una regulación adecuada de los cuidados paliativos que pueda garantizar una muerte digna, enfocándose en el paciente y su entorno".
Camila Martínez es Coordinadora Nacional de Movamos.
El apogeo de lo instantáneo ha transformado nuestras vidas. Hoy se busca que todo sea más fácil, rápido y eficiente. Vivimos inmersos en una cultura donde todo es reemplazable. El problema es que esta “cultura de lo desechable” ha permeado las relaciones humanas, y al concepto mismo de dignidad.
La dignidad humana es un valor en sí mismo, cuya aceptación permite que no existan seres humanos “más valiosos” que otros, pues todos somos igualmente trascendentes. Hoy los límites se han traspasado. Quien ayer era un ser digno de cuidados y atención, hoy pasó a ser una carga en términos físicos, emocionales y monetarios.
A través de leyes como la de aborto o eutanasia se comenzó a relativizar el valor de la vida, abriéndolo a discusión. Al contrario de lo que nos quiere hacer creer, la campaña para la eutanasia, o suicidio asistido si hablamos sin eufemismos, no está basada ni en la autonomía ni en la libertad. Ambos debates se asientan en el hecho de que existen personas de primera y segunda categoría, que hay vidas menos valiosas que otras, menos meritorias de ser protegidas.
Paradójicamente, los progresistas, que llevan años intentando convencernos de que su intención es abogar por los más débiles, son quienes sostienen que hay personas cuyas vidas son desechables e impulsan estas iniciativas que exterminan a los más vulnerables. Irónicamente, los que vapulean la economía de mercado por ser excesivamente utilitarista, promueven proyectos que facilitan la eliminación de quienes ya no son “útiles” para la sociedad.
A diferencia de ellos, nosotros estamos convencidos de que hay otra forma de hacer las cosas. Un camino distinto, más largo, que valora el esfuerzo y entiende que a veces lo correcto es tomarlo a pesar de lo difícil que pueda ser recorrerlo. Esta es la cultura de la vida, la que se opone a la ideología de lo desechable, del egoísmo. Con una propuesta más humana, responsable y coherente con el verdadero respeto por la vida. Sabemos que los argumentos y reflexiones no bastarán, sino que debemos sumar a ello los hechos y un compromiso real con la vida en todas sus dimensiones, sin importar contextos.
Es en esta cultura donde cobran suma importancia los cuidados paliativos, que nos invitan a entender la asistencia médica más allá de las intervenciones curativas. Lamentablemente, el derecho a morir bien se ha simplificado al derecho de decidir sobre la muerte propia, resultando urgente una regulación adecuada de los cuidados paliativos que pueda garantizar una muerte digna, enfocándose en el paciente y su entorno.
El camino será largo, complejo y extenuante, ya que implicará una discusión mucho más grande que la eutanasia. Se requiere hablar sobre financiamiento en salud, cuidado del dolor e incluso cuestionar el modelo de salud actual. Pero esto definirá nuestra capacidad de hacernos cargo de los problemas reales de las personas más vulnerables y no sucumbir ante la cultura de lo desechable, apartándonos del camino fácil: asistir su muerte.