La niñez y la vejez enfrentadas a la pandemia en el contexto neoliberal
Vemos que las familias provenientes de sectores populares viven la pandemia con una asfixiante superposición de roles (trabajo, educación, cuidado, entre otros) que se convierte en exigencia que se formula sin soportes ni apoyos, produciendo agobio y temor.
El ejercicio de poder al interior de la sociedad, se encuentra atravesado por múltiples desigualdades que determinan los modos en que se organiza la toma de decisiones en los diversos campos que componen lo social.
En un sistema patriarcal que se construye y diversifica con y por el capitalismo, con una fuerte impronta neoliberal, los grupos considerados “productivos” se instalan en la trama de intercambios y negociaciones, accediendo a espacios de poder que presentan y alimentan sus propias estratificaciones.
La discusión sobre lo productivo y reproductivo es larga y necesaria, pero, por lo pronto, basta decir que, bajo la división sexual del trabajo, los hombres han estado en la esfera de lo público, accediendo a empleos remunerados (lo cual ha sido denominado productivo) y las mujeres se han hecho cargo del cuidado de sus familias en el ámbito privado, desarrollando un trabajo no pago (lo cual ha sido denominado reproductivo).
En este escenario, las mujeres ocupadas en ese trabajo no pago (doméstico), niños y niñas, y las personas mayores, tienen un lugar de subordinación en la jerarquía social. Se alude a que aparentemente no producen (no trabajan), a que no saben (deben aprender), no votan (deben crecer), pierden capacidades (no pueden hacer, aprender).
La subordinación es estar en una posición inferior en la valoración social. Así entonces, la edad no sólo es un marcador del tiempo vivido, sino también un sistema que permite clasificar a las personas en determinadas categorías: niñas/niños, jóvenes, adultos, mayores.
Se definen así, qué personas son más relevantes para el capitalismo, donde se valora la independencia y la competitividad como un aspecto central. En este marco, niños y niñas junto a las personas mayores, configuran grupos poco influyentes para las redes de intercambio capitalista.
Actualmente, debido a la pandemia, se han instalado discursos que aumentan la responsabilización individual y van velando los elementos estructurales que participan de la reproducción de la desigualdad, que afecta de manera particular a estos grupos.
El uso de tecnologías es un ejemplo interesante que, aparentemente, nos muestra cómo las personas mayores, quedan excluidas de los espacios de comunicación y asociatividad, que hoy utilizan con mucha frecuencia quienes participan del teletrabajo.
Decimos “aparentemente” porque la verdad, es que hay muchas personas mayores que utilizan teléfonos inteligentes, que tienen acceso a redes sociales, a través de las cuales se mantienen informadas, se relacionan con familiares y amistades, e incluso, mantienen vínculos con grupos sociales a los que pertenecen.
Este es un ejemplo de la fuerza que tienen los prejuicios sobre la vejez, los cuales apuntan a mantener la imagen de una ancianidad que debe ser asistida y que no posee recursos para resistir los cambios.
Por otro lado, niños y niñas, puestos hoy en el lugar de estudiantes (cómo si no hubiese otro lugar más para ellos y ellas), quedan en medio del discurso exitista del rendimiento escolar (y del imperativo de “no perder el año”), teniendo que lidiar con el acceso a dispositivos que, en muchos hogares, es un bien limitado que debe negociarse.
De este modo, se mantienen las brechas de segregación educativa, profundizando las diferencias sociales ya inscritas en nuestra sociedad.
Como parte de este escenario, vemos que las familias provenientes de sectores populares, viven la pandemia con una asfixiante superposición de roles (trabajo, educación, cuidado, entre otros) que se convierte en exigencia que se formula sin soportes ni apoyos, produciendo agobio y temor a caer en rutinas “poco sanas” para los niños y niñas.
De estas preocupaciones, se derivan numerosos consejos de especialistas que insisten en dirigir las conductas de los niños y niñas, sin antes, preguntar cómo se encuentran y qué necesitan, remarcando el lugar de la vulnerabilidad como el único posible en la pandemia.
Sobre las personas mayores se han sostenido modelos centrados en la salud que apuntan a un envejecimiento activo como un pilar fundamental. Sin embargo, en este tiempo de pandemia, la sobrevivencia se ha transformado en el objetivo más relevante, ello implica el confinamiento como estrategia.
Hay personas mayores que, a pesar de estas recomendaciones, deben salir porque tienen que ganarse la vida, o porque sus convicciones las hacen colaborar en organizaciones, como por ejemplo las ollas comunes, situaciones poco visibilizadas dentro del diagnóstico nacional.
Los efectos del capitalismo generan múltiples escenas que hoy, nos muestran cómo se fijan posiciones que profundizan la dependencia y la subordinación. El modelo social y económico vigente, organiza la distribución de ocupaciones, tiempos y espacios, asentando la capacidad de decisión en ciertas posiciones hegemónicas, que podemos localizar en la figura del hombre, blanco, heterosexual, productivo y proveedor.
Se repite así un patrón simbólico, que estigmatiza a ciertos segmentos, instalando prejuicios basados en la edad, la clase y el género (por nombrar al menos 3 marcadores de diferenciación), que favorecen ideas paternalistas que no consideran las capacidades, ni los recursos de los sujetos subalternizados, limitando su autonomía. Niños, niñas y personas mayores, son sujetos que desean, resisten y transforman sus espacios cotidianos, verlos desde esa potencia, es una tarea fundamental para quienes trabajamos e investigamos con ellos y ellas.
*Bárbara Olivares es académica de la Facultad de Psicología Universidad Diego Portales y Yanina Gutiérrez es académica de la Universidad de Playa Ancha.