Abolir el género para educar en el feminismo
La educación feminista, la abolición del género, es lo único que puede empezar a eliminar la jerarquía. Toda la sociedad debemos tomar conciencia de que perpetuar los estereotipos y los roles sexuales inciden en las desigualdades. No solo somos responsables las familias o los colegios.
Iria Marañón es Editora, autora y activista feminista
Los estudios científicos y antropológicos nos dicen que no existen diferencias entre el sexo femenino y el masculino más allá de las distinciones físicas, es decir, nuestras diferencias cromosómicas, sexuales o anatómicas no justifican las desigualdades sociales. Y, por supuesto, no justifican que un sexo u otro tenga capacidades o habilidades distintas.
Parece ser que todos los roles que se le habían atribuido a la testosterona, como el apetito sexual o la agresividad de los hombres, no están respaldados por pruebas que tengan consenso en la comunidad científica. Sin embargo, las investigaciones en sociología y etnología defienden que, si los hombres adoptan estos comportamientos, es por el resultado de una larga carga histórica y cultural vinculada completamente a factores sociales.
Por lo tanto, podemos concluir que los comportamientos son educables, tal como confirman la mayoría de los estudios en estas áreas. Que no existen cerebros de hombre o de mujer, y que es la sociedad en pleno quienes nos ocupamos en construir las desigualdades.
Los seres humanos nacemos con un sexo y la sociedad nos impone un género. El sexo es una realidad material, mientras que el género es un constructo social. De esta forma, a las niñas se les impone la feminidad y a los niños la masculinidad. La capacidad reproductiva y sexual del sexo femenino es la base de nuestra dominación. Y a partir del sexo, se construye nuestro género.
Al patriarcado le conviene distinguir bien la feminidad y la masculinidad porque, para que el sistema funcione, es necesario identificar claramente al opresor y a las oprimidas, para dotarles a ellos de privilegios y dominarlas a ellas.
¿Y por qué las feministas queremos abolirlo? Porque es la jerarquía sobre la que se sustenta el sistema patriarcal.
La construcción del género empieza mucho antes del nacimiento. Cuando una embarazada va a hacerse una ecografía de su bebé, generalmente saldrá de la consulta sabiendo si es una niña o un niño. Así que su entorno comenzará a formarse unas expectativas concretas: creemos que las niñas son más dóciles, creemos que nos van a cuidar mejor, que nos acompañarán más y que podremos ponerles lazos y vestidos.
Y toda esta proyección que hacemos nos viene de la construcción del género que la sociedad impone. Se convierte en una profecía autocumplida: nuestras expectativas, y las expectativas que toda la sociedad tiene en lo que es ser una niña y lo que es ser un niño, se cumplen a través de la construcción del género.
Cuando el bebé nace, lo marcamos desde el nacimiento para situarlo correctamente en la sociedad. A las bebés niñas se les pone pendientes, se las viste con ropa sofisticada de color rosa, colores pastel o colores claros. A su alrededor tendrán referentes de personajes delicados, bellos y dulces, como bailarinas, mariposas o hadas.
A los bebés niños, por el contrario, se les viste con ropa cómoda de colores azules y oscuros. A su alrededor, los personajes masculinos representarán fortaleza, aventura, poder, como los piratas o los superhéroes.
Pero no solo les llenamos de complementos sexistas mientras son bebés, también los vamos a tratar de forma diferente: los experimentos nos confirman que a un bebé se le trata de manera diferente si quien lo cuida cree que es niña o niño. Cuando piensan que es una niña, las personas alaban su belleza, su dulzura, su delicadeza, las acunan y hablan en un tono suave y apacible. Sin embargo, cuando piensan que es un niño, le hablan en un tono firme, grave y más enérgico, intentan ponerlo de pie y alaban su fuerza. También se han hecho estudios con respecto a las expectativas de madres y padres sobre el calendario evolutivo, es decir, cuándo serán capaces de dominar habilidades como ponerse de pie o sujetar cosas con las manos; y las madres y padres de niños creen que conseguirán estos logros muchos antes que los padres y madres de niñas.
Pero la socialización y la construcción del género irá mucho más allá y se reforzará cada vez más a medida que van creciendo y van ampliando su entorno social. La sociedad en pleno se va a encargar de reforzar la idea de que las niñas son adornos y se las adorna como si fueran un objeto, su personalidad se va moldeando y se les impone jugar con muñecas, cocinitas, casas de muñecas, abalorios, maquillaje, o jabones. Como no se resaltan otras habilidades, el mensaje que van a recibir es que su valor fundamental, además de la belleza, son los cuidados y las tareas del hogar.
Se las enseña a ser sumisas y complacientes, les decimos “las niñas no hacen eso”, “pórtate como una señorita”, y las educamos para que sean obedientes, dóciles, con todos los mitos del amor romántico y las ideas neurosexistas. Y si en casa no las educamos así, ya se encargará el resto de la sociedad de hacerlo. A las niñas se las va adiestrando para que poco a poco acepten la opresión del sistema de forma voluntaria: sus ambiciones serán estar guapas, convertirse en madres y complacer a los hombres.
Mientras tanto, las cualidades principales de los niños serán la fuerza y el poder. Se va modelando su personalidad para que sean agresivos, competitivos, inquietos y dominantes. Para que sus áreas de interés estén fuera de los espacios de la familia y el hogar. Llevan ropa cómoda, por lo que podrán moverse con libertad. Entre los niños empieza a permear la idea de que las niñas son más débiles, cuando escuchan las frases “lanzas la pelota como una nena”, “lloras como una niña”, “te portas como una niña”, y son el ejemplo de lo que nunca deben ser. Se transmite la idea de que las niñas son inferiores, de que tienen inquietudes menos relevantes y valoradas socialmente. Y poco a poco, se les va adiestrando para que ejerzan la dominación.
La educación feminista, la abolición del género, es lo único que puede empezar a eliminar esta jerarquía. Toda la sociedad debemos tomar conciencia de que perpetuar los estereotipos y los roles sexuales inciden en las desigualdades. No solo somos responsables las familias o los colegios: la publicidad, las empresas jugueteras, desarrolladores de videojuegos, músicos, personas que se dedican al entretenimiento, la cultura, el cine, la televisión, los deportes, la política, los medios de comunicación… toda la sociedad es responsable de la construcción del género. Y lo primero que tenemos que hacer, es identificar de qué forma se construye.
Paulo Freire dice que la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Y yo añado; y las personas que van a cambiar el mundo, serán feministas.