No lo vieron venir
Aquí no hay héroes ni próceres, solo políticos que bajo el engaño y el populismo nos conducen a una cuesta guardabajo, así como la clase política en octubre de 2019, parece que los electores que pusieron sus esperanzas en el proceso, aún avisados, "no lo vieron venir".
Benjamín Cofré es Fundación Jaime Guzmán
Es necesario dejar registro del -quizás- más bochornoso momento de la historia reciente. “No lo vimos venir”, se lamentaba la clase política luego del 18 de octubre de 2019, cuando las violentas revueltas culminaron en un forzoso proceso constituyente; una especie de acto final en el que todo el descontento social tendría cause, y el origen de todo mal sería eliminado: la Constitución (de 1980, o 2005, o la vigente, como guste) parecía llegar a su final.
Bajo acuerdo, serían los mismos “presuntos culpables”, la clase política, quienes entregarían como chivo expiatorio la Carta Magna en un pacto que buscaba, según el título del documento, “la Paz social”. Se inició así un plebiscito que perseguía calmar a la ciudadanía y detener la revuelta violenta: “¿Quiere usted una nueva Constitución?”. Con un festejado “Sí” se dio paso a una convención constitucional decidida en la misma “jornada histórica”, como le gustaba denominar a los medios, del 25 de octubre de 2020.
De esta forma, se llevó a cabo una elección donde, incluso, se corrigió la decisión soberana en nombre de la “igualdad”, en un acto a todas luces antidemocrático. Y eso que lo peor aún estaba por venir.
Ya funcionando la convención, los representantes de “la nueva política”, saltándose todas las reglas, definieron subir sus asignaciones, contratando, de pasada, familiares para esos cargos; riéndose de la gente que los escogió al reclamar no tener qué comer, a la vez que reciben sueldos millonarios, muy diferente de las múltiples familias que, producto de los saqueos, destrozos y vandalismo, así como la posterior pandemia de COVID-19, vieron mermadas sus ganancias; y todo parecía cerrarse con broche de oro, con la salida consecutiva de varios miembros de la Lista del Pueblo por sentir que operaba como “un partido más”. Con todo, la colectividad pseudoindependiente incluso gestionó llevar un nombre a los comicios con miras a La Moneda.
Todo lo anterior queda chico con las dos aberrantes acciones que siguieron.
El jueves 26 de agosto se descubrió que la Lista del Pueblo pretendió inscribir su candidatura presidencial a costa de un fraude, usando el nombre y timbre de un recientemente fallecido notario para validar las firmas necesarias para acceder a la papeleta, causando gran revuelo por la inhumana acción; y a menos de una semana, el 4 de septiembre, uno de los vicepresidentes de la Convención Constituyente, también parte de la Lista del Pueblo (en realidad, dimitió de la lista el miércoles 1 de septiembre), reconoce tras un descubrimiento del periódico La Tercera que le mintió a su electorado, falseando un cáncer que no tiene y que usó como punta de lanza de su campaña.
Estas execrables prácticas solo permiten acercarnos a aquello que muchos advertimos al comienzo de todo este proceso: se trata de una mentira, de una gran farsa, de una titánica conspiración.
Aquí no hay héroes ni próceres, solo políticos que bajo el engaño y el populismo nos conducen a una cuesta guardabajo, así como la clase política en octubre de 2019, parece que los electores que pusieron sus esperanzas en el proceso, aún avisados, “no lo vieron venir”.