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Actualizado el 11 de Septiembre de 2021

La integración regional: 1 paso adelante, 3 atrás

El retroceso y la inacción estatal no ha podido ser llenado por la sociedad civil y los empresarios, lo que demuestra que el rol público sigue siendo fundamental y que las redes privadas entre los países no son todavía lo suficientemente densas como para que los gobiernos se vean presionados a actuar.

Por Juan Pablo Glasinovic
Hasta ahora el recorrido de los procesos de integración ha sido bastante desalentador, con los tres pasos hacia atrás. ¿Y el paso adelante?. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Como lo he comentado en anteriores columnas, los esquemas de integración en nuestro continente hace rato que mal funcionan. Ninguno se salva. ¿La razón? Múltiples causas, pero en el fondo me quedo con 3: falta de afectio societatis, la ideología y la falta de beneficios concretos (o esa percepción) para la población.

Respecto del primer factor, indudablemente se ha debilitado la voluntad de asociación, lo que implica compartir los beneficios y los costos que se derivan de un proyecto de integración. En un esquema asociativo se reduce el margen de acción individual, teniendo que pasar por el trabajoso proceso de consensuar posturas con otros, además de la habitual toma y daca. Y en la región está claro que cual más o menos, todos nuestros países adhieren al lema de “mejor morir de pie que vivir de rodillas”. La sola idea de ceder poder nacional o incluso la apariencia de hacerlo, genera urticaria. Hay además una desconfianza atávica hacia los otros, y particularmente si son otros países. Por eso, la verdad sea dicha, (casi) nunca hemos entrado con toda la convicción y disposición a un esquema asociativo, más allá de nuestras estentóreas y sentidas declaraciones.

Siempre se menciona que será un proceso gradual de construcción de confianzas, que conllevará la profundización de la integración, pero ha quedado en evidencia que nuestra desconfianza puede más.

A esta característica de nuestra idiosincrasia, se suma otra muy latinoamericana: la propensión a la ideología. Creemos que lo correcto solo puede darse dentro de la cosmovisión a la que adherimos. Esto no solo polariza y por ende dificulta los acuerdos, también inhibe acercarse a los que se perciben como contrarios. El pragmatismo es usualmente rechazado por “carecer de principios”.

Por la misma razón que se creó el ALBA, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América por Hugo Chávez, se disolvió UNASUR, Unión de Naciones Suramericanas, por considerar que se había convertido en una herramienta chavista. En su lugar se constituyó PROSUR, Foro para el Progreso de Integración de América del Sur, pero por supuesto sin los mismos miembros de UNASUR.

El factor ideológico y los cambios de signo de los gobiernos han debilitado a todos los proyectos de integración. No se ha podido, por la mayoría de los países, mantener una política de Estado. Además de los casos reseñados, está la Alianza del Pacífico, que con el advenimiento del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se quedó inmediatamente sin un pilar, ante el viraje de su política exterior. El presidente colombiano Duque por razones internas también se restó y en Chile y Perú el contexto político y social ha debilitado a sus gobiernos.

El retroceso y la inacción estatal no ha podido ser llenado por la sociedad civil y los empresarios, lo que demuestra que el rol público sigue siendo fundamental y que las redes privadas entre los países no son todavía lo suficientemente densas como para que los gobiernos se vean presionados a actuar.

En el caso del MERCOSUR, se está produciendo la desbandada, con el anuncio de Uruguay de que comenzará a negociar un acuerdo de libre comercio con China, contradiciendo expresamente la regla del consenso (ningún miembro puede negociar un tratado comercial fuera del bloque sin la anuencia de todos los otros). Este anuncio es el corolario de la pugna que han mantenido los socios, Uruguay y Brasil versus Argentina y Paraguay sobre el rumbo que debe tener el bloque y su modernización. Representa también la creciente frustración porque el proyecto está cada vez más alejado de su objetivo original y su participación en el comercio y las inversiones de los miembros ha ido disminuyendo sistemáticamente, aumentando sus costos de oportunidad.

Un bloque que ha sido más exitoso es el Sistema de Integración Centroamericana, que agrupa a todos los países de esa subregión y que ha avanzado bastante en el campo económico y de integración física, aunque debe lidiar con graves problemas de crimen organizado y violencia en varios de sus miembros, además de los embates de la naturaleza con los huracanes que se han ensañado con esa zona.

La única organización que cubre todo el continente es la Organización de Estados Americanos, que tampoco se salva de los problemas que aquejan a los otros sistemas, con la agravante de considerarse por algunos que está supeditada a Estados Unidos. Los países con regímenes de izquierda le reprochan estar sesgada en contra de ellos y de tener una agenda divisiva centrada en lo político.

Hasta ahora el recorrido de los procesos de integración ha sido bastante desalentador, con los tres pasos hacia atrás. ¿Y el paso adelante?

El presidente mexicano, después de 2 años de ostracismo, ha empezado a incursionar en política exterior y parece que destinará la segunda parte de su mandato a elevar su estatura en ese ámbito. México tiene la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que agrupa a todo el continente menos Canadá, Estados Unidos y Brasil (se retiró en enero pasado), y respecto de la cual el mandatario mexicano parece tener planes de resucitación, estimulado por la ausencia brasileña, tradicional líder sudamericano.

México ha tratado de reorientar esta organización, que estaba en “proceso de reflexión” desde 2018, enfatizando el aspecto ejecutivo y pragmático por sobre el tradicional discursivo ideológico. Quiere que la entidad se aboque a resolver problemas concretos de los países y sus poblaciones, sin importar su régimen. Reactivación económica regional; relacionamiento con socios extrarregionales; medio ambiente y cambio climático; igualdad, género y diversidad; innovación; integración latinoamericana y caribeña; entre otros, son algunos de los objetivos planteados en el Plan de Trabajo propuesto por la presidencia mexicana 2021.

En julio se reunieron los cancilleres de esta organización y el 27 de septiembre tendrá lugar en México la VI Cumbre Jefes de Estado y Gobierno de la CELAC. Andrés Manuel López Obrador se jugará todas sus cartas para repotenciar al conglomerado en torno a la agenda concreta que ha logrado instaurar y que aspira a la larga a replicar la experiencia de la Unión Europea. Habrá que ver si el liderazgo mexicano es suficiente para generar un resultado distinto a todos los intentos anteriores y más allá de los liderazgos actuales.

Es imposible no mencionar que detrás del fortalecimiento de la CELAC hay una nada sutil voluntad de erosionar la OEA de Almagro, con quien México ha tenido varios encontronazos desde que aceptó el asilo de Evo Morales en 2019.

Finalmente, lo que sí puede constituir un paso adelante es la cooperación bilateral entre los países, que tiene entre sus expresiones valiosas los gabinetes conjuntos y otras reuniones de autoridades a distintos niveles como los comités de frontera e integración, en los cuales se abordan temas concretos como la infraestructura, la facilitación del comercio y del movimiento de las personas, la seguridad social, y tantos otros asuntos que impactan en la vida diaria de las personas.

Sin perjuicio de darle otra oportunidad a los esquemas antes descritos, por la sencilla razón de que nuestra región está perdiendo espacio e influencia en el nuevo sistema internacional que se está configurando, lo que solo se puede enfrentar unidos, definitivamente hay que profundizar los ejercicios de integración vecinal hasta que lleguen tiempos más propicios.

Lo otro es hacer un serio esfuerzo de pragmatismo. ¿Será posible?

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