Necedades y necesidades
Las necesidades existen, las desigualdades e injusticias las fomentan. Pero basar los planes y las políticas en creencias sin base real, es irracional.
Hugo Lavados es Profesor universitario. Ex ministro de Economía
En una reciente columna, Francisco Javier Covarrubias se refiere a la tendencia para que seamos parecidos a Argentina, lo que en el futuro significaría que llegaríamos a ser Chilentina, en contraposición a Chilezuela. En esa columna, se plantean varias diferencias negativas con respecto a nuestros vecinos, pero se queda corta en ese análisis. Como van las cosas, quizás solo serán mejores las empanadas chilenas, siempre que no existan reglamentos, fijación de precios y la obligación de que no tengan carne de vacuno.
Lo anterior es solo un intento por exagerar el argumento. Pero no tanto respecto a lo que puede hacer la burocracia pública con mucho poder, o un grupo de convencionales que se consideran por encima del bien y el mal.
En el socialismo real no se creía en los incentivos de mercado y se pensaba en el plan como lo único justo y eficiente. En un caso, a una fábrica de refrigeradores se puso como meta producir X toneladas de equipos. Como resultado, esos refrigeradores fueron los más pesados del mundo.
Las necesidades existen, las desigualdades e injusticias las fomentan. Pero basar los planes y las políticas en creencias sin base real, es irracional. En una reciente entrevista, Steve Pinker se refiere a la racionalidad como factor para el bienestar social. “Logramos la racionalidad implementando reglas para la comunidad que nos hacen colectivamente más racionales de lo que somos individualmente. Las personas compensan los prejuicios de los demás al poder criticarlos. Se ventilan los desacuerdos y prevalece la persona con la posición más sólida. La gente somete sus creencias a test empíricos”. Sin embargo, por desgracia, eso no es lo que prevalece entre nosotros.
En nuestro contexto político e incluso académico, es frecuente que se considere válido solo lo que avala el juicio previo. Ese sesgo de la confirmación es una base sobre la que se han afirmado y afirman todos los totalitarismos del mundo. Orwell lo definió como el Ministerio de la Verdad, que cambiaba la versión oficial según lo que convenía al Gran Hermano. Por supuesto, eso es una exageración argumental, pero no tanto si vemos algunos escritos sobre las bondades de gobiernos latinoamericanos de las últimas décadas, aunque eso parece relacionado más al realismo mágico de García Márquez que a 1984.
Un caso importante de irracionalidad es, como dije, la carencia de consideración de los datos y las interpretaciones sobre ellos, sin sesgos cognitivos que solo confirman lo que se pensaba de antemano o lo que la ideología había definido. Eso se observa en muchos de quienes rasgan vestiduras sobre los malos resultados del período de los gobiernos de la Concertación, en el análisis del gobierno del presidente Allende, en el estudio de los casos cubanos y venezolano, etc . Eso da pie y “justifica” propuestas, a veces delirantes, para cambiar las cosas. Se plantean necedades para resolver necesidades. No se considera el gradualismo, se caricaturizan posiciones como neoliberales, sin analizar si su definición de neoliberal se ajusta a lo planteado o hecho.
Volviendo a Covarrubias, en esa distopía de Chilentina, él señala que podríamos vivir una orgía que se agote rápidamente. Yo pienso que duraría un suspiro, porque sería muy pobretona, desorganizada y llena de reglamentos que nadie cumpliría.