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22 de Junio de 2022

Realismo mágico

La democracia ha dejado de ser la panacea para la solución a los problemas de base para transformarse en una competencia frenética donde la política es el deporte del proselitismo banal para ganar el poder, donde juegan su partido los irresponsables que dilapidan la democracia reduciéndola a simples relatos tan fantásticos como salvajes.

Votar, es fácil. Vivir en democracia, es un desafío aún incumplido en Latinoamérica. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Latinoamérica es el espacio de los poetas que se nutren del absurdo para construir historias fabulosas. Tal vez no para nosotros que vivimos esas historias todos los días, pero para la mirada de otros, es un lugar alucinante.

Latinoamérica, y aquí voy a integrar la zona andina con la zona del atlántico aún con sus notables diferencias culturales, es una región cuya inestabilidad política, económica y social le otorga, más allá de la adrenalina de vivir en lo impensado, una reputación que la hace cada vez más irrelevante en el concierto internacional. 

La dependencia económica, la falta de desarrollo tecnológico, la crisis social interminable y la volatilidad política, la corrupción exacerbada, la falta de convivencia étnica, el descuido por el medio ambiente, son suficientes razones para pensar en un continente sistémicamente endeudado. Y la hipótesis comprobada es por falta de conducción. 

La democracia ha dejado de ser la panacea para la solución a los problemas de base (educar, sanar, alimentar), para transformarse en una competencia frenética donde la política es el deporte del proselitismo banal para ganar el poder, donde juegan su partido los irresponsables que dilapidan la democracia reduciéndola a simples relatos tan fantásticos como salvajes.

Y esa baja calidad de política y de gestión se manifiesta en el fracaso de las promesas, entonces todo se vuelve pendular.

Piñera-Boric, Duque-Petro, Macri-Fernández, Bolsonaro-¿Lula?,  por dar algunos ejemplos. Claro, que podríamos ir más atrás en la lista, o más adelante donde también se avizoran cambios.

La derecha y la izquierda conviven en un sube y baja infinito, como una cinta de Moebius: acceso al poder, aprobación, fortalecimiento de promesas, abuso con opositores, reacción de opositores, revuelta social, supremacía opositora, nuevo orden, nuevo acceso al poder … y volver a empezar.

Pero, ¿qué nos lleva a esta situación? Es posible que aún no nos hemos dado cuenta de la finalidad de la política en estos tiempos modernos y a veces violentos. ¿Por qué desaparece y reaparece la izquierda? ¿Por qué retorna en cuatro años la “derecha”? Quizás los jugadores de la política no tienen claro el mercado objetivo.

Todos hablan de bienestar, sin definir el bienestar. Hablan de crecimiento sin definir el propósito del crecimiento. Hablan de resolver la desigualdad, sin entender que la desigualdad es lógica en la prosperidad. Hablan de convivencia social, pero mantienen una grieta entre “nosotros y ellos”. Hablan de unidad, en tanto y en cuanto los que estén unidos compartan la misma estética social. Hablan de educación, pero privilegian comprar a la gente con créditos impagables para una lavadora en lugar de insistir en que la educación debe ser pública.

¿Por qué el giro a la “izquierda”? Diríamos por desigualdad. ¿Pobreza? Tal vez otra pobreza, marcada por diferencias sociales, étnicas. Es como que explotaron 500 siglos en el último siglo. Pero, ¿por qué la “izquierda” no hace un replanteo de su discurso sobre desigualdad? La desigualdad no es lo mismo que la pobreza y no constituye una dimensión fundamental de la prosperidad humana. Cuando hacemos las comparaciones que tanto nos gustan acerca del bienestar, en los países más avanzados la desigualdad se revela menos importante que la riqueza global, por lo que el incremento de la desigualdad no es necesariamente malo. Está comprobado que a medida que las sociedades escapan de la pobreza en su concepto universal, están destinadas a ser más desiguales. La reducción de la desigualdad para nivelar asimetrías económicas empuja hacia abajo a la sociedad a partir de epidemias, guerras, revoluciones violentas y por el colapso de los estados.

La “izquierda”, si pretende sostenerse, deberá rever el concepto de pobreza en sociedades donde ha disminuido, y plantear el problema de desigualdad desde la convivencia social.

Pero la “derecha”, tampoco tiene estabilidad. Lo que la “derecha” disfrazada de liberalismo nunca pudo resolver, está en su comunicación de orden economicista y separación social. Orden, individualismo, seguridad, libertad, pero condicional. La “derecha” intenta dar una dádiva sin invitar a la mesa. 

No es la economía. Es el consumo, el bienestar, el ahorro, la alimentación. La “derecha” debe terminar con la vieja amenaza del déficit. 

El déficit no es problema, si se usa en derechos fundacionales como la educación y la salud, pero el discurso aterrador acerca de que la educación viene de la mano del esfuerzo fiscal, y que por prolijidad debe dejarse liberada al mercado, ya es demasiado viejo. 

Lo patético es que para el mal capitalista, la gente común puede elegir entre comprar un plasma de 100 pulgadas o llevar a sus hijos a la escuela pública, donde será posible promover la transversalidad social, es decir, la convivencia social.

Este vaivén electoral demuestra que la derecha no es liberal, así como la izquierda no implica socialismo democrático. Tal vez, resolver este círculo perverso que no conduce a la acción efectiva, dependerá que los políticos empiecen a entender que deben hacerse cargo de entender la riqueza de sus países, y actuar en consecuencia.

¿Qué hacemos con la riqueza? ¿qué sucedería si las empresas generaran riqueza, pagarían el impuesto justo, atenderían el bienestar de sus colaboradores, plantearían un concepto de responsabilidad social a partir de entregar productos honestos, minimizar el impacto ambiental, fomentar la diversidad? 

¿Qué sucedería si los Estados sostuvieran sistemas de educación básica de calidad para todos, un sistema de salud adecuado y niveles de seguridad y justicia que permitan una plataforma social que promueva el despegue de la prosperidad? ¿De qué depende que estos planteos dejen de ser una utopía que dejaría sin argumentos a las crisis violentas, la represión y la falta de libertad, y los temores alarmistas de dudosos patriotas?

Un continente, un país, en el que unos no quieran convivir con los otros, es inviable. Por lo tanto, volátil, transitorio, irrelevante. A revisar la democracia, que no sólo sea votar promesas como un partido de fútbol cada cuatro años.

Revisemos la democracia como la libertad para quejarnos, para vivir en la diversidad, para respetar el espacio del otro, para que no abusen y se escuche al afectado. Votar, es fácil. Vivir en democracia, es un desafío aún incumplido.

 

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