Derecho social a la vivienda
Roxana Zuleta es directora de Trabajo Social de la Universidad Andrés Bello, sede Concepción
El último Catastro de Campamentos 2020-2021 desarrollado por TECHO-CHILE, deja al descubierto que hoy 81.643 familias viven en 969 campamentos a nivel nacional, una preocupante y cruda realidad, la más alta desde 1996, que da cuenta, de cómo muchas familias, connacionales y extranjeras, no han tenido acceso a soluciones dignas en materia habitacional.
Ante este complejo escenario, de precarización de la vida humana, de aumento de la pobreza y la vulnerabilidad social de las personas y familias, agravada aún más por los efectos de la pandemia, la inflación, el aumento del precio del suelo, las barreras para acceso a créditos hipotecarios y la disminución de los ingresos autónomos de los hogares entre otras; tenemos como país el urgente desafío y el deber ético-político de reposicionar el derecho a la vivienda y el hábitat residencial, como un derecho social que debe ser garantizado y resguardado por parte del Estado.
Sin ir más lejos, y tomando como experiencia el confinamiento que experimentamos en pandemia, fuimos testigos de cómo la vivienda se transformó en el espacio obligado de trabajo, estudio y desarrollo de labores fundamentales de la vida cotidiana. Lo que conllevó un impacto social negativo y desigual, afectando especialmente a quienes habitan viviendas precarias y/o de tamaño reducido, quienes vieron deteriorarse aún más, su calidad de vida y percepción de bienestar subjetivo, producto del consecuente aumento de estrés familiar, como también de factores de riesgo que aumentaron la emergencia de las violencias y el deterioro de la salud mental individual y familiar y su relación con la habitabilidad y la vivienda.
Existiendo el desafío de fortalecer la política de vivienda social digna, procurando llegar a este amplio sector de la sociedad, que ha quedado y continuará relegado, de su ejercicio pleno de este derecho, de no recuperar un fuerte rol del Estado en esta materia social. Una política que no solo garantice el acceso a una vivienda, con debidos estándares de calidad tanto en infraestructura y materialidad, sino también bien la conformación de barrios integrados, con acceso a servicios para el desarrollo de la vida comunitaria y familiar, acorde a la dignidad de las personas en condiciones de igualdad y de justicia social.