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6 de Mayo de 2024

“Boring…”

La tradición de Uruguay en términos institucionales, sólo interrumpida por una dictadura setentista como las tantas que vivió la región en aquellos años oscuros, está sostenida en la fortaleza de su política y de sus partidos que respetan la historia y no discuten la democracia más allá de la lógica confrontación por acceder al poder. Una confrontación que se sostiene en reglas de convivencia, más allá de la lógica competitividad de ideas.

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Quizás el aburrimiento es producto de la ausencia de extremos, y dónde la democracia liberal, la socialdemocracia, el conservadurismo y el progresismo están representados pacíficamente.
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Guillermo Bilancio

es consultor de Alta Dirección

Se dice que el jardín del vecino es mejor que el propio. Ese refran popular necesita un agregado: el jardin depende del jardinero que lo cuida.

Hace unas semanas atrás, en una conferencia para empresarios realizada en Punta del Este, el presidente Luis Lacalle Pou habló, entre otras cosas, de la realidad de su país al que calificó con el termino “boring”.

Claro que esa expresión no habla del aburrimiento de un país que tiene múltiples atractivos, sino de todo lo relacionado con la vida institucional, la que se manifiesta con estabilidad y sin la volatilidad que viven los otros países de la región. Tal es así, por ejemplo, que muchos uruguayos se divierten con la turbulenta realidad argentina que siguen a través de noticieros casi como mirar entretenimiento en Netflix o una telenovela centroamericana.

La tradición de Uruguay en términos institucionales, sólo interrumpida por una dictadura setentista como las tantas que vivió la región en aquellos años oscuros, está sostenida en la fortaleza de su política y de sus partidos que respetan la historia y no discuten la democracia más allá de la lógica confrontación por acceder al poder. Una confrontación que se sostiene en reglas de convivencia, más allá de la lógica competitividad de ideas.

Quizás el aburrimiento es producto de la ausencia de extremos, y dónde la democracia liberal, la socialdemocracia, el conservadurismo y el progresismo están representados pacíficamente.

Una muestra de ello es la gestión de Lacalle Pou, cuya imagen positiva se sostiene en el transcurrir del tiempo por encima de los aciertos y de los errores (muchos de ellos reconocidos por el propio presidente). Esa imagen lo ha transformado en el gobernante de mejor imagen de la región, dónde su estilo por encima de las ideas es celebrado en la región, salvo en aquellos países con gobiernos pseudo democráticos o dictaduras disfrazadas, para quienes Lacalle Pou es un enemigo, obviamente por su apego irrestricto a la democracia.

¿Cuál es el secreto?

La simplicidad es algo escaso en los gobernantes, y tal vez eso sea lo más valorado. La cercanía, los discursos directos y poco ampulosos, el pragmatismo y los conceptos claros y concisos parecen ser suficientes. Fácil de decir, difícil de hacer.

Sin bravuconadas, sin prepotencia, abierto al dialogo y respetuoso del disenso, actitudes díficiles de encontrar en presidentes que miran al poder como propósito y no como un medio para cumplir con promesas. Sin extravagancias plantea un propósito, que los uruguayos sean cada vez más libres al final de su mandato. Su potencial sucesor, propone en su campaña una evolución a ese propósito: Que Uruguay sea el primer país desarrollado de la región.

¿Y como lograrlo? Con competitividad e innovación para que la productividad mejore el costo y la calidad de vida. Y con convivencia, para que sin confrontación social se pueda combatir la delincuencia. Así, todos juntos.

Sin inconmensurables ricos que aparezcan en Forbes, pero sin incomnesurable pobreza como en el resto de la región. Equilibrio con dignidad. Eso no se compra con un método, sino con actitud.
Claro que algunos dirán que el “aburrimiento” uruguayo es posible porque el pais es chico, porque hay tres veces más vacas que habitantes humanos, que no hay conflictos por expectativas desmedidas de su gente.

Puede ser.

Otros plantean que gobernar un país sin extremos es más fácil, pero la pregunta correcta a realizar es el porqué no hay extremos, y la respuesta está obviamente en el aburrimiento institucional.

En estos tiempos de exaltación populista de las malas izquierdas y derechas, de gobernantes que confunden la libertad con demagogia, egolatría y extravagancia, Uruguay representa la coherencia, la convivencia y la apertura inclaudicable al mundo. Dónde no se discute el rol del Estado en la justa medida para generar las bases de la libertad del ciudadano, dónde con matices se busca la estabilidad económica y la seguridad jurídica que la sostiene.

Un país tan aburrido que el presidente puede caminar por las calles, sentarse a tomar un café o comer un hot dog en “La Pasiva”, como un uruguayo más que sabe que tiene una responsabilidad diferente a los demás, pero nunca supremacía.

Prefiero un país aburrido a la turbulencia violenta que produce stress, presión y frustración, como la que vive una región que busca un rumbo que jamás va a encontrar en el desencuentro, en la descalificación del otro, en el sesgo que generan dogmas paralizantes.

Prefiero un país de pocos buenos a otro con muchos mediocres y voraces.

Prefiero ser “boring”, pero vivir mejor.

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