Una generación de gimnastas
Para no pocos dirigentes debe haber sido un trago amargo el dejar atrás frases como “resistencia no es terrorismo” para pasar a defender proyectos de ley que dan más atribuciones a las fuerzas de orden, pero debe reconocerse que lo han confrontado con una adecuada cara de póker.
Jorge Fábrega es director en Tendencias Sociales de Datavoz y académico del Centro de Investigación de la Complejidad Social - UDD. @jorgefabrega
El premiado gimnasta chileno Tomás González no es el único gran acróbata de su generación. Tras un verdadero round-off triple carpado hacia atrás, la actual clase dirigente frenteamplista lo hace bastante bien.
Recientemente nos ha anunciado su rechazo a la violencia en política y su deseo de avanzar con decisión en materias de seguridad. No les ha sido fácil. Pero dicen que la práctica hace al maestro. Y si de practicar se trata, han tenido dos años seguidos practicando el arte de desdecirse de cuanto dejaron profusamente registrado en redes sociales por una década.
En su última incursión gimnástica, ahora han tomado distancia del simbolismo asociado al perro matapacos. Al respecto, se nos informa que en realidad se trataría, el perro, de un simbolismo menor del cual nada de lo que se dijo era realmente cierto. Es más, su sentir ahora sería que dicho canino se trataría de una figura “ofensiva y denigrante”. Yurchenko mortal extendido con triple giro. 10 puntos.
Lo cierto es que desde que llegaron al gobierno han tenido que retroceder en prácticamente todo lo que decían creer desde el no uso de militares en zonas conflictivas hasta la aprobación de tratados internacionales.
Esta rápida adaptación a las realidades políticas, aunque amarga, se ha enfrentado con pragmatismo en Palacio. Lo que es bueno.
Sin duda para no pocos dirigentes debe haber sido un trago amargo el dejar atrás frases como “resistencia no es terrorismo” para pasar a defender proyectos de ley que dan más atribuciones a las fuerzas de orden, pero debe reconocerse que lo han confrontado con una adecuada cara de póker. Necesaria para enfrentar con éxito a las barras laterales o al caballete.
Así, por ejemplo, compelido por el trágico e indignante asesinato de tres carabineros la semana pasada, desde el gobierno se ha defendido con entusiasmo el activismo legislativo que ha tenido en materias de seguridad y, mientras este tema siga siendo de la mayor preocupación ciudadana, ese tipo de relatos seguirán fortaleciéndose hasta quizás borrar toda huella o matiz que históricamente los ha diferenciado de sus adversarios políticos respecto del uso legítimo de la fuerza.
Quizás me equivoque, pero en Chile, ésta debe ser la generación de autoridades políticas que se ha desdicho de prácticamente todo lo que defendía con mayor rapidez que cualquier otra que le antecediera. Y no es que las otras previas fueran de una sola línea toda su vida. Ello no sólo sería insólito, sino probablemente evidencia de un mal desempeño político.
Pero pareciera que en el pasado, los cambios y las rectificaciones de discurso eran procesos que se desarrollaban a lo largo de décadas, mientras que la actual estaría completándolos dentro del mismo ciclo electoral.
Con todo, aunque antaño fuera distinto, ese pasado deja algunas lecciones sobre lo que vendrá. El resultado inevitable de esas volteretas es la escisión en dos almas que seguirán coexistiendo mientras haya un poder que compartir y repartir. Una autoflagelante y otra autocomplaciente. La primera seguirá por ahora en las bases de ese Frente Amplio que se vio obligado a despertar demasiado pronto aquél 4 de septiembre. Esos segmentos mirarán las acciones de sus dirigencias en las actuales contingencias como un error político o una claudicación o una traición a sus orígenes e ideales.
La segunda seguirá por ahora en los círculos de sus nuevas élites gobernantes, a sabiendas que al final del período algunos logros igual se obtendrán. Conscientes de que no podían hacer demasiado más. Molestos por lo poco, pero al final no tanto. Comprendiendo mucho mejor ahora a sus adversarios, particularmente los que venían de la ex Concertación, pero sin reconocerlo demasiado en público.
El ritmo de la política se ha acelerado, los procesos por los cuales los actores políticos pasan en su ciclo profesional se acortan ¿Es esto bueno o es más bien algo malo? El tiempo lo dirá.