Un secreto a voces
En Venezuela no se impuso una ideología por sobre otra. Lo que sí es más que un supuesto que, por la fuerza, una forma de gobierno se impuso por sobre otra, sin definir qué ideas y qué filosofía es la que sostiene a ese gobierno.
Guillermo Bilancio es consultor de Alta Dirección.
Las elecciones en Venezuela suponían, para los más desprevenidos, la oportunidad de un retorno a la democracia en su modo genuino. Un supuesto esperanzador para los desahuciados venezolanos que viven angustiados dentro de su país, y especialmente para los millones dispersos por la región y por el mundo, que aspiran por un pronto retorno.
Pero frente a la historia y el comportamiento repetido del arbitrario gobierno chavista, era más que previsible que esa esperanza iba a desvanecerse. Nada nuevo bajo el sol caribeño.
De allí, y ante las múltiples opiniones que denunciaban el fraude electoral, una de las más acertadas conclusiones fue la planteada por el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, en su cuenta de X afirmando, textualmente: “¡Así no! Era un secreto a voces.” Como siempre, partir de su agudo sentido común, Lacalle puso claridad y realidad a la confusión.
Las irregularidades se pusieron de manifiesto desde el punto de partida del proceso electoral, especialmente desde el momento de la proscripción de Corina Machado, el síntoma más demostrativo de que el acto electoral estaba viciado de transparencia. La situación vivida en ese acto de fachada democrática es una muestra más de la actitud de un régimen que declama de manera hipócrita una revolución, pero que tristemente promueve un retrógrado modelo autoritario. Y no es necesario utilizar epítetos contra el régimen. Las palabras “encierro”, “pobreza”, “persecución”, son más que suficientes para calificarlo.
Este escenario, más allá de la denuncia de fraude, de la presentación genuina o fraudulenta de las actas, de los reclamos y las amenazas, exige evaluar los efectos que trascienden al hecho de corrupción en sí mismo.
Sabemos que, cada vez que suceden las elecciones en Venezuela, los enemigos íntimos de “izquierda y derecha”, se sacan chispas tratando de darle un marco ideológico a la fantasía revolucionaria que representan Maduro y Diosdado Cabello.
Algunos dogmáticos de la izquierda dura plantean que una caída de Maduro pondrá a Venezuela de rodillas frente al imperialismo yanqui y dará margen para el crecimiento de la “ultraderecha fascista” en la región. Alucinaciones…
Los dogmáticos de derecha suponen que González, de la mano de Corina Machado, será un faro del conservadurismo y del neoliberalismo regional para liberar a la región del socialismo asesino. Alucinaciones…
Ni una cosa, ni la otra. No sabemos que proponen González y Machado como plataforma de gobierno, solo entendemos que la esencia de su relato es la libertad y la democracia frente a la dictadura.
En Venezuela, no se impuso una ideología por sobre otra. Lo que sí es más que un supuesto que, por la fuerza, una forma de gobierno se impuso por sobre otra, sin definir qué ideas y qué filosofía es la que sostiene a ese gobierno. Es que los totalitarismos no tienen ideología, la usan como excusa para diferenciarse de un enemigo al que atacar para sostener el poder, que es débil desde lo conceptual y sólido desde la fuerza militar.
Por eso, sería injusto ponerle un rótulo de zurdo o fascista al modelo chavista. El rótulo es dictadura, o como de manera elegante se denomina en el modelo cubano: Una autocracia cerrada.
¿Acaso podemos afirmar que Maduro es socialista? Sería demasiado. Estoy convencido que no alcanzó a leer el primer capítulo de “El Capital”. Lo que si no cabe duda, que Maduro es tan fascista como aquel que el mismo Maduro ataca. Es tan ultra como los que él acusa de ultras.
En esa locura de triunfalismo interminable, los jerarcas del régimen chavista especularon que, como defensa de lo indefendible, iba a aparecer la grieta regional generando posiciones encontradas, que les permita sostener la falta de verdad.
Pero la especulación siempre tiene un límite, que es el propio sentido común además de entender que en la era de vivir “online”, se ven realidades sin necesidad de comentarios. Sería demasiado negar imágenes y hechos. Estamos viendo la dictadura reprimiendo en vivo y en directo. Como vivimos la guerra.
El juego especulativo del régimen no hizo resucitar la grieta. Los hechos absurdos superaron los relatos. Ni Milei, ni Boric. Ni Novoa, ni Petro, ni un Lula “light”, se mostraron enfrentados ante los resultados. Todos coincidieron, cada uno con sus formas, en que el gobierno venezolano es, sin duda, una gran duda.
El resultado de este simulacro de democracia debiese analizarse como el punto de partida de una crisis política, económica, social y humanitaria.
Estamos frente a una autocracia cerrada, protegida por un entorno de países que la sostienen por intereses económicos y geopolíticos.
Ante este escenario, se necesitará una tormenta perfecta para que una autocracia cerrada como la de Venezuela, devuelva el poder en elecciones transparentes. Esa tormenta perfecta, generalmente se produce frente a situaciones de pobreza y sumisión interna insostenible, pero esencialmente con aislamiento internacional, y eso implica acuerdos de difícil realización con China y Rusia, especialmente.
Esa tormenta perfecta, si se produce, exigirá el acuerdo que permita salir indemne de todo proceso al dictador, que es en definitiva, una salida negociada sostenida en el olvido.
Difícil de digerir.
Pero seamos realistas. Esto es negociación y muchas veces es necesario ceder para alcanzar los fines evitando un acto de fuerza.
Se vienen días de alta política. Maduro y su troupe debiese salir del gobierno y dejar el poder. Lo dicen congresistas de USA, presidentes y organismos internacionales.
Pero tenemos que preguntarnos seriamente, si se están tomando medidas efectivas por sobre las palabras.
Nada fácil, pero en política todo es posible…