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2 de Septiembre de 2024

La política y el barro

La política como negocio condena a la sociedad a vivir pendiente de negocios y de los supuestos manejos de quienes están en el poder. Dirigir el Estado de un país es cosa seria, no de gerentes improvisados ni de outsiders iluminados.

Por Guillermo Bilancio
AGENCIA UNO/ARCHIVO.
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Guillermo Bilancio

es consultor de Alta Dirección.

Todos tenemos conciencia que la política, al menos en esta parte de mundo y salvo honrosas excepciones, es un negocio.

Un negocio que tiene como objetivo superior alcanzar el poder para poseer capacidad de negociación con otros centros de poder, y así medir fuerzas con opositores políticos y stakeholders de todo tipo.

Como en todo negocio, la investigación de mercado representada en encuestas de opinión, son las que guían al político “influencer” a diseñar un relato sugerente que permita conquistar a ese mercado (sociedad) en función de las expectativas que ese colectivo social supone plantear.

Digo “supone”, porque en función del poder económico y mediático del político profesional, esas encuestas están diseñadas a medida para instalar temas en la sociedad que terminan siendo un supuesto reclamo social que es inventado.

Así como las grandes empresas a nivel global “son el mercado”, los políticos profesionales definen la sociedad a partir de su cuota mayor o menor de influencia.

Salvo excepciones como Uruguay, dónde la “profesión” de político hay que agregarla a la vocación histórica de quienes participan en partidos políticos históricos y estables, dónde es necesario hacer una carrera para poder alcanzar reconocimiento y voz, en el resto de la región y también en Chile, la política es una oportunidad más que un apostolado.

Más aún cuando esa política se transforma en una riña barrial en la que dos bandos en pugna (“izquierda y derecha”), disputan una lucha en el barro para ver quién impone su discurso gritando más fuerte.

Esta lucha, es la que le abre puerta a outsiders de un lado y de otro, cuya bajísima calidad intelectual los pone como superhéroes de cartón para una sociedad maniatada y manejada por información falsa, por una farándula que sólo intenta el prestigio a través del desprestigio. Pero no importa, todo vale en el barro.

Es así que ese poder mediático de políticos mediocres intenta establecer agenda en función de las supuestas sensaciones de la sociedad, tratando de dar respuestas directas sin ir más allá en la profundidad de los problemas sociales, culturales y económicos que determinan un modelo de país, que en esta parte del mundo es bastante complicado definir.

Días atrás estaba dando una conferencia en Lima. La sensación de la sociedad en Lima es que el “ranking” de problemas tiene en sus primeros lugares a la seguridad, a la economía, a la justicia y al futuro.

Raro, si pensamos que un problema endémico en el Perú es la desnutrición, la anemia, la educación y la salud. ¿Quién determina ese ranking? ¿Acaso está manipulado por el poder? Posiblemente.

Aquí en Chile, los extremos parecen vivir una fantasía televisiva. Los outsiders de la derecha ponen a la seguridad y a la lucha contra el narcotráfico como eje central de sus campañas. Claro, siempre en postura de copiar, suponen que Chile es El Salvador y por eso hasta se hacen encuestas dónde la gente común supone preferir un gobierno dictatorial para resolver el problema. ¿Acaso suponemos que necesitamos un Bukele para resolver el tema?

En el otro bando, los outsiders revolucionarios de la izquierda siguen manteniendo el discurso setentista de la pobreza y la igualdad, sin haberse dado cuenta que la sociedad ya cuenta con los medios para entender que el progreso existe y la igualdad es una utopía. Pero el miedo vende…

Esos rankings de necesidades olvidan a la educación, tal vez porque es un tema poco glamoroso por estos tiempos de mediocridad.

¿Acaso sería un suicidio político instalar en la agenda el tema de la educación, la educación cívica, la salud y la justicia como ejes centrales para pensar el presente con efecto en el futuro de país?

Porque la educación no es sólo la que impulsa la inteligencia lógico-matemática, ni siquiera la educación financiera. Es la educación para convivir, para darse cuenta y para exigir que los políticos profesionales se ocupen de las causas, no de los síntomas.

Esta política de barrio es la que hace chocar al socialismo con el capitalismo, cuando en realidad los países más avanzados y los políticos más coherentes, los hacen convivir. Pero hay que tener una mente superior para eso.

Hay que ser líder y potencial estadista, no un político de matinal de televisión.

La política como negocio condena a la sociedad a vivir pendiente de negocios y de los supuestos manejos de quienes están en el poder. Dirigir el Estado de un país es cosa seria, no de gerentes improvisados ni de outsiders iluminados.

Se necesitan partidos políticos fuertes, una carrera política profesional con vocación, una mirada dónde ganar no implica inventar agenda para dar un placebo a la sociedad, sino convencer de una agenda vital que muchas veces la sociedad no conoce, no la considera y no se da cuenta. El “cliente”, generalmente, no tiene la razón. Hay que conducirlo más allá de su satisfacción superficial.

Pensemos en líderes estadistas, pero pensemos en partidos políticos y en instituciones sólidas.

Esa política barrial que vivimos en el hoy urgente, es de barro. Como decía Spinetta, barro tal vez.
Démonos cuenta.

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