Un mundo más que sombrío
La propagación de ideologías desquiciadas, basadas en falsas verdades y promesas delirantes, odios o, simplemente, intereses personales o grupales, casi siempre causadas por descontentos generalizados, engendró mentes, extraordinarias y a la vez diabólicas, que se apoderaron de movimientos, partidos y naciones de manera inexplicable, contagiando con sus arengas a millones de necesitados de creer en algo nuevo, lamentablemente siempre la mayoría.
La democracia reemplazó en los últimos dos siglos a la autocracia en el Occidente y, parcialmente, en otros rincones de la Tierra. Antes de lo que podemos llamar “nuestra época”, las autocracias regían al mundo desde milenios; justificaban su poder con razonamientos religiosos, de dinastías o abolengos y lo sostenían mediante la fuerza de armas, apoyo clerical, miedo e ignorancia inducida. La inmensa mayoría humana apenas sobrevivía en miserables condiciones, manteniendo con sus inhumanos esfuerzos a una élite que gozaba de inimaginables riquezas y comodidades.
Europa comenzó su desprendimiento del monarquismo y despertar a la democracia con la Revolución Francesa, seguida por la revolución industrial y cristalizada por los movimientos, muchas veces de banderas contradictorias, de la primera guerra mundial y sus consecuencias. Sin embargo esa evolución duró poco en la mayoría del viejo continente y si bien difundió en otros, casi siempre se torció hacia interpretaciones regionales o regímenes retrógrados.
La propagación de ideologías desquiciadas, basadas en falsas verdades y promesas delirantes, odios o, simplemente, intereses personales o grupales, casi siempre causadas por descontentos generalizados, engendró mentes, extraordinarias y a la vez diabólicas, que se apoderaron de movimientos, partidos y naciones de manera inexplicable, contagiando con sus arengas a millones de necesitados de creer en algo nuevo, lamentablemente siempre la mayoría. Y así, la “democracia”, el poder del pueblo, se convirtió en el elector de regímenes que desde más de 100 años empujan a la humanidad a una aparentemente inevitable extinción. ¿Cuáles ejemplos sirven como mejores ejemplos contundentes que el comunismo y el nazismo de los albores del siglo XX?
Según leí en un reciente artículo de excelente factura que hoy, apenas 80 años después de la mayor conflagración – y mayor exterminio organizado – cuyo final parecía resolver los problemas de la humanidad, sólo el 8% de ella vive en lo que se puede definir como sociedad de derecho o democracia. El resto sigue o volvió a los regímenes autoritarios o sin los que hoy llamamos y pretendemos obtener para todo el mundo, los Derechos Humanos básicos.
Se considera que 53 países tienen autoridades o gobiernos dictatoriales: ¿Cómo explicar que personajes como Putin, Kim, Ji Ping, Maduro, Ortega, Lukaschenko, Jomenei, Diaz-Canelo, Al-Assad y otro medio centenar seres humanos tan simples como cualquiera de nosotros manejan en sus países la vida – y muerte – de casi siete billones de personas, mientras en aquellos donde excepcionalmente existe la libertad se ilusiona con un futuro mejor para el planeta? Mientras en Yemen, Irán, Afganistán, Angola, Azerbaiyán, Irak, Jordania, o Uganda – para solo dar pocos ejemplos – la mitad de nuestra raza: LAS MUJERES son tratadas como seres inferiores sin derechos o directamente como animales, existen lugares como por ejemplo Dinamarca, donde la principal preocupación es llegar a depender de la energía eólica en la próxima década… ¿Éste es nuestro mundo?
A ninguno de los regímenes dictatoriales le interesa realmente el progreso, ya que trae educación, cultura y la consecuente expresión de libertad que termina con el régimen. La pregunta: ¿tan inmensa se hizo la brecha entre el MAL y el BIEN en tan sólo doscientos años? Tiene como respuesta: sí. En el siglo de la máxima evolución tecnológica y científica donde el IA avanza a tal velocidad que hasta amenaza a nuestro futuro, donde alemanes se preocupan que la batería del auto eléctrico se quede sin energía y por lo tanto instalan pavimentos auxiliares, el gran imán de Irán considera que todos los que no comparten sus dogmas religiosas son infieles y su dios, Allá, lo manda a exterminarlos; y en Sudán centenares de niños mueren de hambre diariamente a pesar de los esfuerzos de UNICEF mendigando dinero para facilitarles agua potable.
Grandes expertos militares y políticos opinan que Putin nunca usará las armas nucleares, porque por un lado no está loco y, por el otro, sabe que el próximo paso sería la destrucción de su país. ¿Acaso alguien conoce los recovecos del cerebro de Volodia? ¿Cuántos dementes geniales estuvieron dispuestos a destruir todo, incluso a sí mismos antes de aceptar su propia derrota? ¿Y si Putin es uno de ellos? ¿Cuánto falta para en cualquiera de unos momentos dementes apriete el botón rojo?
En apenas horas (escribo el 2 de noviembre) se sabrá qué decidió la hasta ahora mayor potencia económica del mundo respecto a quién la conducirá en los próximos 4 – ¿o infinidad de? – años. Ese día es la más latente, la más realista muestra de cómo está hoy nuestro mundo. Los Estados Unidos, que se considera una democracia ejemplar y el summum del progreso, podrían convertirse la semana próxima en otra auto-plutocracia. Sus efectos no serán poco significativos, ni siquiera para nuestro país. Si la elección es ganada por Donald Trump, todo lo que antecede a éstas líneas, quedará lamentable y penosamente confirmado. De lo contrario quizás todavía nos queden algunos años de esperanza. Pocos, por cierto.