Pax Trumpiana


Juan Pablo Glasinovic es Abogado
El presidente Trump ha declarado dos prioridades en materia de solución de conflictos durante su
mandato: Ucrania-Rusia y Palestina-Israel-Medio Oriente.
La motivación principal no sería la paz en función del respeto a la Carta de las Naciones Unidas ni del Derecho Internacional, sino terminar con una distracción o lastre en la pugna que realmente importa a
Estados Unidos, cual es la competencia por el dominio global con China.
En la óptica de Trump, pero también de una parte importante de ambos partidos, Estados Unidos debe
concentrar todas sus energías para asegurar el liderazgo mundial frente al ascenso chino. Por eso todos los recursos deben apuntar en esa dirección y el país debe cesar su apoyo y participación en situaciones
que lo distraen o debilitan frente al desafío estratégico y eventualmente existencial desde su perspectiva.
Por eso la desarticulación de USAID es funcional a ese objetivo. Desde la óptica señalada, más allá de ahorrar recursos para lo que se considera como tarea principal, el restar a Estados Unidos de la cooperación mundial general disminuye la probabilidad de intervenir en los asuntos globales y, por
tanto, refuerza el foco.
Siendo esa la racionalidad y el objetivo, la implementación de los planes de paz para ambos conflictos no
será la misma, pero en ambos casos el proceso es y será usado para potenciar el liderazgo estadounidense.
En el conflicto ruso-ucraniano, Trump ha dejado muy en claro que las tratativas serán entre los actores de peso, es decir entre Estados Unidos y Rusia, y que ese peso tiene que ver con su poder militar. Es decir, es la consagración, sin tapujos, del retorno a la primacía del poder duro. La estrategia de Trump excluye deliberadamente a Europa de un rol central como consecuencia de la insuficiente y tardía respuesta europea de rearme, que él exigió en su primer mandato. En su lógica, como no cumplieron y no tienen el poder suficiente, no corresponde que estén en la mesa principal.
En ese sentido, el mensaje no puede ser más claro hacia los europeos: tienen que armarse para asumir su defensa y ya no dar por sentado su alianza con Estados Unidos.
Por supuesto esto es una gran noticia para Putin porque introduce una cuña en la alianza transatlántica y mejora su posición en la negociación. Para Ucrania en cambio, el futuro parece mal aspectado. Sin el soporte norteamericano será muy difícil seguir resistiendo el embate ruso porque Europa no está en condiciones ni parece tener la voluntad política de asumir ese vacío. Zelenski lo tiene muy claro y también la mentalidad de Trump, por eso ofreció entregar la producción de tierras raras que tiene su país a Estados Unidos para compensar la continuidad del apoyo militar. Recordemos que esos minerales
son estratégicos para la manufactura de alta tecnología y que más de tres cuartas partes de la producción mundial está en China.
Trump va a buscar imponer sus términos y lo que lo guiará será lo que fortalezca la posición de su país frente a China y no la suerte de Europa ni la de Ucrania. Si confluyen los intereses, entonces enhorabuena para los europeos, pero no está para nada garantizado. Si estos no tienen poder militar, entonces como Zelenski deberán procurar compensar con algo en materia comercial, o sea derechamente pagar por protección.
Como lo expresé en mi anterior columna, Europa tiene que reaccionar rápida y decisivamente porque, de lo contrario, se encontrará con la amenaza de la guerra directamente en sus fronteras y ya no con un estado tapón.
En el caso del Medio Oriente, la situación es distinta. Ahí Trump secunda incondicionalmente a Israel y su visión de paz pasa por empoderar a ese país y convertirlo en el gendarme de la región. Si eso pasa por sacrificar real o discursivamente a los palestinos, parece no importar. Nuevamente en la mesa solo hay espacio para quienes tienen poder y Trump no quiere volver a enredarse en una zona que mantuvo involucrado a su país por décadas a un alto costo humano y financiero.
Si Trump logra sus objetivos de pacificación, sin duda que se anotará importantes triunfos diplomáticos y en el ámbito interno, pero rondará una gran pregunta: si el remedio terminará siendo peor que la enfermedad. En efecto, en el caso de la guerra en Ucrania, Trump podría forzar a las partes, básicamente disminuyendo la ayuda a este país, a una tregua y finalmente a un tratado de paz. Pero, una cosa es el cese de las hostilidades y otra garantizar su viabilidad. Habiendo ya declarado que no aportará tropas para velar por el cumplimiento de las condiciones de una paz pactada y si los europeos tampoco pueden asumirlo, entonces será una cuestión de tiempo hasta que se vuelva a encender el conflicto. A esto debe sumarse la posibilidad de que un debilitado gobierno ucraniano termine derrocado por la acción rusa y el país sea intervenido quedando como un satélite de Rusia, consumándose sin guerra lo que fue el objetivo inicial.
Rusia por su parte está en una posición de fuerza y aunque devuelva ciertos territorios, legitimará la mayoría de sus conquistas.
En el caso de Israel y del Medio Oriente, en estos momentos dicho país parece haber neutralizado todas las amenazas en su contra y está en una posición de evidente superioridad, pero como lo evidencia la convulsa historia regional, la suerte siempre puede cambiar y las derrotas árabes de hoy atizarán las acciones de sus descendientes mañana. Por eso la única salida y por cierto la más difícil a la espiral de violencia, es retomar la negociación para derivar en un estado palestino que coexista con Israel. El debilitamiento de Irán y de sus aliados podría abrir una ventana de oportunidad y los países árabes tendrán que jugar sus cartas o tener que continuar lidiando con la repetición de episodios bélicos y
eventualmente tener que sumar a millones de palestinos en sus territorios.
Finalmente y más allá de estas consideraciones, Estados Unidos podría terminar también perjudicando el objetivo tras estas acciones, que es mantener su liderazgo frente a China. Porque pensar que es una carrera que solo los involucra a los dos es un profundo error, y porque los heridos y desafectados por las
decisiones estadounidenses podrían terminar, por acción u omisión, favoreciendo la opción China.