
Acabo de ver un documental que Wim Wenders hizo sobre el Papa Francisco en 2018. Está en Max. Comienza contando, muy sucintamente, la historia de San Francisco de Asis, el santo reformador que despreció la pompa y la riqueza y prefirió la amistad de los animales a cualquier corte de su tiempo. Curiosamente, ningún Papa había escogido su nombre como modelo para su papado antes de Jorge Bergoglio. Lo que viene a continuación es una yuxtaposición de imágenes que recorren la vida de este cura argentino con aspecto de hombre cualquiera, con la cara blanda y una expresión bondadosa y aparentemente desprovista de grandes pensamientos. Es cierto que su nombramiento revistió algunos aspectos novedosísimos. Cuando en marzo de 2013 lo visitó Dilma Rousseff, Gilberto Cavalho, su jefe de gabinete, contó que Francisco se había presentado así: “Soy el primer Papa latinoamericano, el primer Papa jesuita, el primer Papa argentino, y también soy el primer Papa peronista”. Omitió agregar que también era el primero en hacerse llamar Francisco, pero, con todo, al menos a mí me parecía desabrido. Quizás fuera demasiado cercano para resultar admirable. Tampoco los curas chilenos a quienes les había tocado conocerlo hablaban de él con gran admiración.
Para el año 2013, cuando fue elegido después de que Benedicto XVI -un papa alemán y filósofo, de una sofisticación aparente e intelectual muy lejana a la suya- hiciera de su renuncia el gesto más revolucionario de su mandato, el destape de los escándalos sexuales al interior del clero católico había tomado mucha fuerza. Cuando vino a Chile, en 2018, su visita se vio opacada por la defensa que había hecho del obispo Juan Barros, acusado de encubrir los delitos sexuales hacia menores realizados por Fernando Karadima. La iglesia atravesaba un momento de gran descrédito y, a diferencia de cuando vino Juan Pablo II, cuya visita conmocionó al país entero, esta vez pasó con más pena que gloria. Muy pocos salieron a saludarlo por las calles.
El mundo parece haber cambiado muchísimo desde que Bergoglio fue elegido Papa. Quizás por eso me interesó tanto el documental de Wim Wenders que, en lo formal, dista mucho de ser sorprendente y extraordinario. Pone en escena sin aspavientos a un hombre preocupado de los débiles cuando la moral trumpista, representada en nuestro continente principalmente Bukele y más todavía por Milei, ensalza como valor supremo el triunfo y la fuerza. No hay mayor insulta para el actual presidente de los EEUU que “looser” ni personalidad más admirable que la del “winner”, encarnada en alguien como Elon Musk. “¿Por qué alguien como tú ha renunciado a los lujos y la riqueza?” le pregunta una niña a Francisco, tras recordarle que prefirió un dormitorio sencillo al interior del Vaticano entre otras modestias decididas por él, y le respondió: “Todos nosotros debiéramos pensar si no debiéramos empobrecernos un poco más…no tener tantas cosas” en un mundo donde algunos no tienen nada. “Jesús, en el evangelio, nos dice que no se puede servir a dos señores. O servimos a Dios o servimos a las riquezas… La pobreza está al centro del evangelio”, agregó después. Más adelante habla de la “la madre Tierra, la hermana Tierra”, parafraseando a su santo patrono. Para Milei, en cambio, son enemigos “el siniestro ecologismo radical” y la “siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social”, según él mismo dijo en Davos.
En ese documental, Francisco visita a los presos en Nápoles, en Filadelfia… A esos que Bukele maltrata con ostentación, él les lava los pies con sus propias manos y se los besa. Asegura que Dios perdona y olvida. En lugar de ser eficientes todo el tiempo, llama a perder el tiempo jugando con los hijos. Y respecto de las diversidades sexuales, asegura que deben ser integrados a la sociedad en lugar de condenar la ideología de género. En el Congreso norteamericano, frente a sus senadores y generales, sostuvo: “Nosotros, los habitantes de este continente, no le tememos a los extranjeros, porque la mayoría de nosotros fuimos extranjeros”. La entrevista termina con Francisco diciendo que quiere hacer una confesión personal: “Todos los días, después de rezar las laudes, rezo la oración de Santo Tomás Moro, para pedir el sentido del humor”. Quien no es capaz de reírse de sí mismo (él propone hacerlo frente a un espejo) no puede convivir en paz con las flaquezas que lo rodean.
Si para alguien como Milei la paz lograda después de la II Guerra “nos volvió débiles” y ello ha abierto camino a lo peor de nuestro tiempo, Francisco invita a aprender de la debilidad, a entender que el éxito no es una virtud y que los “looser”, lejos de ser despreciables, debieran estar al centro de la preocupación y el interés de los “winner”.
Ese argentino que cuando se convirtió en Papa menosprecié por su falta de brillo, terminó convertido en un espacio único de resistencia y humanidad. Venció el resplandor de los boatos con su simpleza. Bajo una cruz de mimbre, Nicanor Parra escribió: “El que pierde gana”.