Denisse Araya: “Los pederastas son mejores que el mejor psicólogo”
Descubren la fractura emocional, la carencia afectiva, el dolor acumulado de los niños y sobre todo de las niñas más vulnerables para -mediante falso cariño y apoyo- lograr explotarlos sexualmente. Ese delito que los especialistas llaman ESCNNA tuvo este 13 de octubre una sentencia ejemplificadora en Valparaíso que la especialista de la ONG Raíces analiza en esta entrevista.
Denisse Araya (68), presidenta del directorio de la ONG Raíces, se quebró un hombro en cuatro partes. Está post operada, con un brazo en cabestrillo y jubilada, pero mantiene un vigor voluntarioso que es el que le ha permitido trabajar durante dos décadas con una de las vulneraciones más extremas de derechos humanos y una forma moderna de esclavitud: la explotación sexual de niñas, niñas y adolescentes.
La trata de blancas, la violencia sexual contra la mujer, la vulneración de derechos de menores de edad, han sido sus temas, donde un viejo delito, pero recién incorporado a nuestra legislación –la explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes, que los especialistas resumen en la sigla ESCNNA– tuvo la semana pasada un hito judicial relevante.
La Fiscalía de Valparaíso pedía 47 años de cárcel efectiva para Daniel Cerda Bustos y el Tribunal lo sentenció a “17 de presidio por delito reiterado de estupro, delito reiterado de explotación sexual y delito reiterado de violación de menor de 14 años”.
La experta de la ONG Raíces evalúa así la sentencia de un proceso que demoró cuatro años:
–Rescato la sentencia de diecisiete años de cárcel efectiva para Cerda, aunque esté muy lejos de los cuarenta y siete solicitados por la Fiscalía. La sentencia para el otro sujeto, Gian Carlo Bavestrello, es simplemente una burla. Que los cuatro años por estupro reiterado sean sustituidos por “libertad vigilada durante el mismo tiempo de la condena” me resulta simplemente incomprensible. Es hora de que los jueces tomen en consideración el profundo daño que estos depredadores sexuales cometen contra niñas vulnerables, daño que tendrá un efecto nocivo durante toda su vida.
Denisse sabe que, pese a todo, el castigo para Cerda, el “parrillero” de buses que sedujo, embaucó y explotó a las niñas de la residencia de protección Anita Cruchaga de Viña del Mar, es significativo. Y, aunque su cómplice, Gian Carlo Bavestrello, conductor de micros, salió mejor librado, la sentencia es un hito significativo porque hasta hace nada, estos delitos quedaban en la más absoluta impunidad. “Si a Cerda le hubieran dado 40 años, habría salido a celebrar con pancartas a la calle, pero los diecisiete años son una buena sentencia”, dice, rotunda.
Las jóvenes mayores tenían justamente 17 años cuando se dieron los hechos y las menores 14. Hoy, al cabo de los cuatro años que tomó el proceso, son mujeres adultas. Y, como hacía notar la psicóloga y jefa de operación social territorial del Hogar de Cristo en la Región de Valparaíso, Carolina González, algunas de ellas aún sienten culpa por lo que están sufriendo sus victimarios y no se consideran víctimas a sí mismas.
Eso es lo más perverso de la ESCNNA.
Creer para reparar
Y, más atroz aún, es que se haya hecho costumbre que estas mafias ronden a las más vulnerables: a las niñas en residencias de protección. No es un hecho aislado, que se haya dado sólo en la residencia Anita Cruchaga a partir de 2017; es un acoso que se ha visto en otras residencias del ex Sename y probablemente siga pasando en las de Mejor Niñez. De todo esto, nos habla Denisse:
–Los explotadores sexuales de menores de edad son mejores que el mejor de los psicólogos. No bromeo. Conocen perfectamente las debilidades, las carencias afectivas, los dolores de las niñas y niños a los que envuelven con su falso apoyo y cariño. Ellos ofrecen retribuciones concretas: plata, ropa, droga, fiestas, a cambio de lo que estos niños y niñas han debido hacer siempre. Estos chiquitos y chiquitas han pasado por todo, por lo peor. Desde que estaban en el útero han sufrido violencia. No exagero y tampoco culpo a las madres, porque ellas vivieron la misma mugre, el mismo abuso. Ellas y sus abuelas.
–¿Es efectivo que las víctimas de este delito son mayoritariamente mujeres?
–Más del 80 por ciento son mujeres. Ese es un dato de la causa. La discriminación de género es un factor subrayable, por cuanto la mayoría de las víctimas son niñas, pero creo hay muchos niños explotados a los que no se les visibiliza, porque para ellos está el fantasma de la homosexualidad y esconden lo que les sucede. Es mucho más vergonzante para ellos, porque son explotados por hombres, por su mismo sexo. Recuerdo a un chico que me dijo una vez: “Yo no sé si me gustan las mujeres, porque nunca lo he hecho con una; siempre ha sido con hombres”.
Denisse, que ahora preside pero que durante muchos años dirigió Raíces, una organización que se dedica a reparar el trauma provocado por el abuso, sabe en la práctica cómo hay que proteger a las víctimas y de qué manera lograr la reparación del daño. Ciertamente, no es fácil, ni rápido, ni siempre posible.
–Nunca, nunca, nunca, debes irte en contra del proxeneta frente a las niñas o los niños. Debes actuar como él: ganarte la confianza de las niñas, tener mucha paciencia, generar un vínculo real, establecer una relación afectiva. Eso es lo que hacen los explotadores: les entregan ese falso afecto, pero que para ellas no sólo es real, sino que es extraordinario, porque nunca nadie se los había dado antes. Les pagan por lo que antes otros, muchas veces cercanos, les hacían o ellas debían hacerles, muchas veces con violencia o bajo amenazas. Les ofrecen apoyo, las “cuidan”, incluso las llevan al médico. Ellas no imaginan que lo que ellos están haciendo (y esto va a sonar brutal) es cuidar el producto. Ningún proceso de reparación dura menos de tres años, y está lleno de altibajos.
En uno de los muchos y valiosos estudios hechos por la ONG Raíces, leemos: “Ellos han crecido en ambientes donde reinan el caos, la inestabilidad y la violencia. Sus protectores, además de negligentes, muchas veces son fuentes de temor y angustia. No han tenido ni conocido una relación vincular materna/paterna amorosa y protectora que les haya brindado la seguridad de sentirse amados, queridos y respetados. Aquellos que les debían proteger y cuidar, son quienes más les han herido”.
“El ambiente inseguro, de abandono y falto de estructura en que estos niños, niñas y adolescentes han crecido, sumado a actitudes descalificadoras y estigmatizadoras que han debido soportar –´no sirves para nada´, ´prostituta´, ´te gusta, el camino fácil´– les ha ocasionado tales sentimientos de desvalorización y baja autoestima que, a través de conductas autodestructivas (consumo de alcohol, drogas y solventes, cortes profundos en sus cuerpos e intentos de suicidio), se exponen a nuevos abusos, se culpabilizan y se sienten merecedores de lo que sufren. La ausencia de un contacto afectivo elemental implica una falta de confianza básica en sí mismos y gran dificultad para reconocer su lugar de pertenencia”. Y todo esto en un contexto de pobreza extrema, porque si bien la explotación sexual infantil tiene su origen en múltiples causas, ésta sigue siendo un importante factor inductor en el ingreso de niños, niñas y adolescentes al comercio sexual.
Esta caracterización del perfil de las niñas abusadas es común a todas, pero –como puntualiza Denisse– cada una es una entidad en sí misma y lo más importante es en los procesos de reparación es ver cada caso en su especificidad e individualidad. “Y creer en ellas. Sobre todo, creer en ellas”.
“Frescas”, “sueltas”, “ellas se lo buscaron”
–¿Cómo entraste a trabajar en un tema tan doloroso, incomprendido y difícil sino imposible de solucionar?
–Lo hice por más de veinte años y ahora me jubilé, porque realmente es una materia muy dura, que agota –dice, lanzando un suspiro, esta educadora de párvulos, formada en la Universidad de Chile, antes del golpe militar, que hizo estudios de Ciencias Sociales y Sociología en la Universidad de Lyon, Francia, donde vivió durante cuatro años.
A su regreso a Chile, en 1985, se integró a la Vicaría de la Solidaridad. “Estuve muy metida en el mundo de las ollas comunes, muy ligada a los temas de género, trabajando con mujeres pobladoras. En 1991, junto a otras seis profesionales, formó la oenegé Raíces. “Eso fue cuando la Vicaría cumplió su ciclo. No nos echaron, pero estábamos entrando a la democracia y la Vicaría debía volver a su rol pastoral y dejar los temas sociales a otros”.
–¿Eres católica? Te pregunto porque me imagino que conociste y trabajaste con personajes tan admirados como Cristián Precht, que terminó siendo expulsado del sacerdocio en 2018 por su participación en casos de abuso sexual de menores.
–Yo, a estas alturas de la vida, me declaro cristiana, no católica. Ha sido tan duro conocer tanta basura que ha salido al descubierto desde dentro de la Santa Madre Iglesia. Fue muy difícil aceptar que un hombre tan valiente, que había hecho maravillas en materia de derechos humanos, fuera un abusador de niños. Para mí, que lo conocí, fue muy difícil de entender. Durante mucho tiempo pensé que lo estaban incriminando en venganza, qué sé yo. Pero saber la cantidad de niños dañados por sacerdotes diocesanos y de todas las órdenes, incluso de monjas, ha sido fuerte, algo tremendo para mí.
Denisse admira sin claudicaciones a los curas obreros que conoció en la Vicaría. Nombra a José Aldunate, a Mariano Puga. Y lamenta que “esa gente súper decente, valiente y entregada, no haya dejado seguidores”.
Raíces nació trabajando con las mujeres pobladoras de Santiago Centro. “Esa era una pobreza urbana espantosa que se conocía muy poco. Empezamos a trabajar con las MACHIS, que eran las Mujeres Artesanas de Chile, haciendo y comercializando trabajos preciosos de artesanía. Después, pronto, iniciamos un trabajo con madres adolescentes”. Así partieron siete mujeres de la Vicaría, de las cuales hoy tres permanecen en la oenegé Raíces, que está muy validada en la desafiante tareas de reparar el daño que provocan los distintos tipos de abuso sexual. Con muchas publicaciones sobre el tema, donde no faltan los testimonios impactantes y conmovedores, hoy Denisse es una suerte de gurú sin pelos en la lengua que sabe lo que hay que hacer en esta dolorosa materia.
Menciona el estudio “Las hijas del desamor”, “Yo no tengo nada que esconder”, los talleres de teatro reparatorio, que empezaron a hacer en 2004 en Raíces y que sigue considerando una herramienta valiosísima de ayuda y sanación para las niñas y jóvenes abusadas. En todo ese material escrito hay trozos de vivencias demoledoras. Leo algunas: “A mí, cuando me quiso violarme mi papá, me dio mucho susto y nunca le conté a nadie”, confiesa Carmen, de 11 años. “¿Y pa’ qué voy a hablarlo si mi mamá sabe? A ella también se lo hizo el viejo, mejor no pescarlo si ya está viejo”, Beny, 13 años. Ambas citas dan cruda cuenta de que muchas veces el abuso sexual intrafamiliar, así como el comercio sexual, son transmitidos de una generación a otra. “Yo no juzgo a mi mamá, pero me gustaría que trabajara en otra cosa, mi mamá no se merece eso”, Blanca, 15 años.
Otro aspecto señalado en los estudios de Raíces, que se entronca con el caso de la residencia de Viña del Mar es que “la explotación sexual ejercida por choferes de buses y taxistas es mencionada frecuentemente por los niños y niñas, así como también la de guardias de seguridad de centros comerciales, supermercados u otros, quienes se aprovechan de los niños y niñas facilitándoles la entrada para robar o dormir en los recintos a cambio de favores sexuales, o bien, al descubrirlos robando, los amenazan con llevarlos detenidos si no responden a sus exigencias sexuales”.
“Cuando el guardia me dijo agáchate, creí que me iba a pegarme un palo en el poto; pero casi me morí cuando me dijo bájate los pantalones… me quería violarme”, relató Francisca, de 12 años, en un estudio que tiene casi una década.
Denisse y su ONG trabajaron con el equipo profesional de la residencia Anita Cruchaga de Viña del Mar, cuando se hizo patente que las niñas estaban siendo asediadas por una red de explotación sexual comercial. Por eso conoce la historia de cerca y otras, donde ha habido sentencias alentadoras.
Una de ellas fue el caso denominado “Foco Lo Prado”, comuna donde tres hombres de 46, 47 y 62 años, violaron en varias oportunidades a tres niñas, entre los años 2015 y 2017. El proceso se inició en enero de 2017 y se cerró en abril de 2020 con sentencias para los tres imputados, siendo 12 años de presidio mayor en su grado medio por dos delitos de violación en contexto ESCNNA la más gravosa.
La que dictó el Tribunal Oral en lo Penal de Valparaíso este 13 de octubre en la causa de las niñas de la residencia Anita Cruchaga es de 17 años, lo que para Denisse resulta alentador “en un momento en que Chile tiene una fuerza feminista que ayuda a comprender de mejor manera delitos que han sido siempre vistos con una óptica patriarcal y machista”.
Las víctimas son “frescas”, “sueltas”, “se lo buscaron”, pero hoy, cree la experta, felizmente eso está cambiando.