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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

No todos somos Charlie Hebdo (o el derecho a ser insolente)

Ellos no eran sumisos, ellos eran hijos de Mayo del 68. Creían en la libertad real, no la mercantilista de hoy en día

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Charlie Hebdo era un medio insolente, cuestionador y muchas veces considerado blasfemo. No había religión que no fuera objeto de sus burlas, o mejor dicho, no había orden establecido o discurso sagrado-ya sea religioso o laico- que no fuera cuestionado por los caricaturistas de esta revista.

Era un pequeño oasis entre tanta democracia pulcra y tanto respeto a los irrespetuosos de otros. O sea, una manera de ejercer el pensamiento en momentos en que muy pocos piensan, y en donde el fanatismo-de toda índole- se toma las cabezas de quienes dicen vivir en una democracia en la que nadie molesta a nadie y por lo mismo nadie se conoce.

Pues bien, ese oasis fue asesinado a sangre fría por un grupo de fanáticos islamitas a plena luz del día, el momento en que se encontraban reunidos en reunión de pauta. Todos, gracias a la tecnología, vimos esos videos que circulaban por medios nacionales e internacionales y que mostraban a encapuchados disparándole y rematando a policías. Y es que era su plan para vengar a su dios, para hacer respetar sus creencias en un mundo en el que algunos confunden la libertad del culto con la imposición de lo que crees.

Charlie Hebdo era un bicho raro en este mundo. Ellos se reían de los fanáticos, ya sea religiosos como políticos, se insolentaban y mostraban imágenes que nadie quería ver en un planeta cada vez más higienizado y lleno de tontos graves, en donde la burla está satanizada y los dogmatismos circulan libremente pero de manera soterrada sin decir que lo son.

Estos brutales asesinatos nos comprueban lo señalado. Ya que frente a lo sucedido un sinfín de otros fanáticos han levantado su bandera de lucha frente a todo lo que es diferente en una ciudad de la multiculturalidad de París. Los discursos nacionalistas, que también eran objeto de las burlas del pasquín francés, se han servido de estos ataques para así poder situar con más fuerza su discurso de intolerancia ante lo que pueda parecer sospechoso, sin mediar así siquiera un pequeño matiz. Para ellos el matiz no existe. No sirve. Y en eso no se diferencian mucho de las personas que dicen combatir.

Por lo mismo Charlie Hebdo era un pequeño reducto, una extraña trinchera en los tiempos que vivimos hoy en día. Ellos eran un músculo inteligente entre tanto discurso uniforme, entre tanto respeto irrespetuoso y entre tanta sumisión. Ellos no eran sumisos, ellos eran hijos de Mayo del 68. Creían en la libertad real, en la que fue fundada la república francesa, no la mercantilista que hoy en día está tan de moda.

Estos dibujantes vivían la democracia de manera real y no como una especie de monumento intocable en el que los dogmas marchan y aprovechan de establecer su discurso de odio ya sea política o religiosamente. Ellos ironizaban porque sabían que la ironía es un paso para activar el pensamiento crítico y el cuestionamiento. Tenían claro que esto molestaba y les gustaba, ya que nos obligaban a ser demócratas con sus dibujos, nos ponían sus imágenes y desafiaban nuestras mentes de manera brutal, sacando el lado conservador incluso en quienes creemos ser progresistas, o como sea que se llame el término que reúne el conjunto de ideas que enarbolamos.

Porque seamos sinceros, no todos somos Charlie Hebdo. Al contrario, ellos eran únicos y se mofaban de nuestra seriedad tonta. Ellos sabían en qué consistía la libertad, o por lo menos llegaron más cerca de saber qué era. Nosotros aún no tenemos idea.

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